La vida diaria, un suplicio luego de tres meses de protestas
La cotidianidad de las manifestaciones y los disturbios golpea a todos los sectores sociales
CARACAS.- Venezuela está semiparalizada. Disturbios, decenas de muertos, calles cerradas, estudiantes sin clases, comercios vacíos y ladrones que aprovechan el caos marcan la cotidianidad en tres meses de protestas contra el gobierno.
El Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS) contabiliza unas 2700 manifestaciones desde el 1° de abril, lo que complica aún más a una población que ya lidia con la falta de alimentos y medicinas, la inflación y la criminalidad.
"Se llevaron absolutamente todo", cuenta con desazón Ricardo Rivas, dueño de una carnicería saqueada la noche del 16 de mayo en San Cristóbal (estado de Táchira), junto con otros 20 comercios.
Visitaba a su madre cuando lo llamaron para decirle que hombres armados destrozaron, en una hora y media, el esfuerzo de años. Se llevaron toda la carne y también cuchillos, máquinas, cámaras, computadoras. Sólo quedaron las heladeras. "Quería cerrar e irme, pero soy de los que creen que uno debe quedarse y luchar", dice el comerciante de 29 años, que puso en venta su camioneta y despidió a la mitad de los empleados para mantenerse a flote.
En los dos primeros meses de manifestaciones hubo 157 saqueos o intentos de saqueo, según el OVCS. La cifra aumenta y agrava la escasez.
Venezuela perdió el 70% de sus empresas en la última década y las que quedan funcionan al 30% de su capacidad, según Fedecámaras.
No muy diferente a la de Rivas fue la experiencia de Daniel Dacosta. Desde su panadería vio venir a encapuchados listos para una nueva batalla campal con policías y militares en Altamira, un sector acomodado de Caracas con constantes disturbios, y decidió cerrar una vez más.
Las protestas empeoraron el desabastecimiento de harina, lo que obligó a este hombre de 64 años a despedir a dos trabajadores y reducir horarios. "Los clientes no llegan, la situación es explosiva -advierte-. La gente tiene miedo a salir por las bombas lacrimógenas y los delincuentes que pescan en río revuelto."
María Carolina Uzcátegui, presidenta de la gremial Consecomercio, dice que "las pérdidas son cuantiosas", ya que las manifestaciones afectan a los principales centros empresariales y financieros.
A los que no tienen comercios a la calle no les va mejor. Jean Carlo Ponce debe ingeniárselas para esquivar piquetes y barricadas con su taxi. Los días de manifestaciones la clientela disminuye y queda hasta dos horas parado. "Cuando termina la protesta, todo el mundo se va y uno queda a la deriva. Entonces es mejor no seguir aquí a riesgo de que le roben a uno el auto o la plata", cuenta.
"Tratamos de irnos a zonas donde no haya riesgo de que nos quemen el taxi", dice Ponce. Sólo una llanta cuesta lo que gana en un mes.
Durante las movilizaciones cierran hasta 30 estaciones del subte de Caracas, pero no se beneficia. El servicio, lamenta, es impagable para la mayoría por la inflación, que el FMI proyecta en 720% para 2017.
Según la ONG Cenda, una familia necesita siete ingresos mínimos para cubrir la canasta básica. El gobierno atribuye la debacle a una "guerra económica" para derrocarlo.
Laura Doffiny, que estudia idiomas en un universidad privada, padece la crisis con la misma severidad que los trabajadores, al perder semanalmente hasta tres días de clases ante la imposibilidad de movilizarse. Algunos profesores optaron por sesiones virtuales y sabatinas.
"Debería tener diez clases presenciales a la semana y tengo tres o cuatro", dice la joven de 21 años. Además, la universidad declaró tres días de duelo tras la muerte del estudiante Juan Pernalete en abril pasado en una protesta, y los exámenes se retrasaron. "Hay una materia en la que no tuve ni una clase", comenta Doffiny, que admite que la calidad desmejora. Si no tiene clase, sale a protestar. A veces las evaluaciones coinciden con las marchas y, a regañadientes, cumple el deber académico.
Karelis Rojas recibe el impacto de las protestas por triplicado: como ama de casa, trabajadora y manifestante. Sus hijos de 12 y cinco años dejaron de estudiar durante tres semanas por los disturbios en el oeste de Caracas. Además vio desplomarse las ventas de la ropa de mujer que diseña. "La gente lo menos que quiere en este momento es comprar ropa. Busca tener su plan de contingencia por si pasa algo", dice.
Pese a las desdichas, se niega a quedarse en casa llorando. "La forma de mostrar mi descontento es salir a la calle", cuenta.
Temas
Más leídas de El Mundo
Crimen organizado. Se fugó el "delincuente más peligroso de Holanda", que amenazó de muerte a la hija de Máxima
Los motivos. Cierra en Finlandia el último museo dedicado a Lenin 78 años después: “No queremos ser rehenes del pasado”
Por primera vez en 70 años. La escudería Ferrari abandona su clásico rojo en el Gran Premio de Miami