Los talibanes lanzan su guerra del opio
Afganistán elabora el 90% de la heroína consumida en Europa y es el primer productor de amapola
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Las amapolas no crecen en esta época del año en Afganistán. Pero cuando vuelvan a hacerlo, los talibanes tendrán otra vez a su disposición dos armas que han causado en Occidente más víctimas que los atentados a las Torres Gemelas y el Pentágono: el opio y la heroína.
En un país devastado por años de guerra y una historia de miseria, los cultivos de amapola, de la que se extrae el opio -y tras un proceso más refinado, morfina y heroína-, se han convertido en el único sustento para miles de agricultores afganos y en la principal fuente de ingresos para el régimen.
Enfrentado a la amenaza de un ataque inminente, el gobierno talibán acaba de anunciar que ha dejado sin efecto una prohibición impuesta el año último a los cultivos de opio, con lo que grandes cantidades de heroína a bajo costo estarán invadiendo muy pronto los mercados internacionales y financiando una vez más la guerra santa.
Las cifras de las Naciones Unidas son elocuentes: el opio exportado por Afganistán representó el año último el 80 por ciento de la producción mundial, dejando muy atrás al Triángulo Dorado de Birmania, Laos y Tailandia. Y de toda la heroína consumida en Europa, el 90 por ciento es afgana.
El reciente anuncio del mullah Mohammed Omar de permitir nuevamente su producción trajo alivio a los campesinos afganos, desesperados por la situación económica de su país, asolado por cuatro años de sequía, aunque los expertos occidentales saben que la supuesta "prohibición" que rigió hasta estos días se limitó a una suba del impuesto aplicado por los talibanes a los productores de opio.
Además, según la ONU, que admitió que la producción prevista para este año será de apenas 100 toneladas, frente a las 4600 de 1999, la disminución del tráfico ordenada en 2000 por los talibanes se debió más que nada a una estrategia para elevar los precios de la droga en Occidente.
Uno de los más importantes barones de la droga en Kandahar, la capital de los talibanes, es un antiguo colaborador del mullah Omar, Haji Bashar Mohammed, quien en los años 80 combatió la invasión soviética entrenado por la CIA y el Servicio de Inteligencia Intersectorial paquistaní (ISI), desde hace tiempo vinculado con el tráfico de opio.
El bazar de Sangin
A comienzos de los 90, cuando Omar comenzó a liderar su milicia de estudiantes de teología, Bashar fue precisamente quien le proveyó su primer arsenal de armamentos, de modo que cuando los talibanes tomaron el poder en 1996, el traficante se había ganado los favores del nuevo régimen.
Inmediatamente trasladó sus laboratorios de Paquistán a Kandahar, donde comenzó a ser visto al volante de un Land Cruiser negro, seguramente para trasladarse hasta el gran bazar de Sangin, que, a sólo tres horas de viaje en auto, reúne diariamente a unos 500 comerciantes que se apiñan a lo largo de la calle principal. El lugar tiene fama de siniestro: no todos los que entran en él logran salir.
Allí se vende la mitad del opio de Afganistán y, frente a comercios donde la droga se pesa en básculas doradas, los ladrillos de opio seco son almacenados para iniciar su ruta hacia Occidente. La más conocida es la Ruta de los Balcanes, por la cual el opio contrabandeado pasa a través de Irán y de Turquía y desde allí pasa a Europa. Otro de los caminos sigue las montañas del Hindu Kush para internarse en Tadjikistán y Uzbekistán; desde allí ingresa en Rusia, última escala con destino a Europa.
Una tercera ruta atraviesa el Golfo Pérsico y los Estados Unidos, que cree que la red terrorista liderada por Osama ben Laden también está involucrada en el tráfico de drogas, ha estado presionando al gobierno de los Emiratos Arabes Unidos para que reprima las transacciones comerciales de grupos vinculados con Al-Qaeda.
En los últimos dos días, con la inminencia de un ataque aliado a Afganistán y como una señal de lo que se cree que será una inundación del mercado internacional, el precio del kilo de opio afgano se ha desplomado de 500 a 100 dólares.
"Nuestra gente nos ha informado que aquellos que tienen reservas de opio están tratando de deshacerse de ellas tan rápidamente como les es posible", dijo a la prensa Mohammed Amirkhizi, asesor político de la Oficina de las Naciones Unidas para el Control de Drogas y la Prevención del Crimen, con sede en Viena.
Objetivos militares
Tan fundamentales resultan para Kabul los ingresos por el tráfico de droga que los depósitos ocultos, donde se almacenan el opio y la heroína, podrían ser uno de los objetivos principales de una ofensiva aliada.
En este sentido, en su último número, la revista científica británica New Scientist indicó que una estrategia occidental para combatir el tráfico de droga en Afganistán podría incluir la fumigación de los campos de amapolas utilizando algún desfoliante químico.
Este método ya es utilizado por los Estados Unidos tanto en Colombia como en Uzbekistán, donde la ONU, con respaldo y asesoramiento de Washington, subvenciona pruebas con un hongo que mata las raíces de esas plantas. Pero, como señala New Scientist, la utilización de agentes químicos podría dañar la imagen aliada, al compararse su uso con el del Agente Naranja en la Guerra de Vietnam.
Además, el aprovechamiento económico de los cultivos no es exclusivo de los talibanes, sino también, aunque en una proporción mucho menor, de los grupos armados que componen la opositora Alianza del Norte, que en esa región del país combate al régimen de Kabul.
"Al no haber seguridad ni orden en el país, el resultado será que la producción de droga se intensificará en muchas partes este año" advirtió desde Viena Mohammed Amirkhizi, que, como otros expertos, sabe que si la actual crisis no es superada rápidamente, no habrá nadie que controle el contrabando cuando las amapolas vuelvan a crecer.


