Mario, el rosarino que decidió ir a ayudar y nunca más se supo de él
Tenía 28 años, vivía a cuatro cuadras del World Trade Center y disfrutaba el día de franco en su trabajo de paramédico; falleció atrapado tras el derrumbe de los dos edificios; nota V de X
Era un martes como cualquier otro. Mario Santoro, de 28 años, se encontraba a cuatro cuadras de distancia de las Torres Gemelas, en su departamento del sur de Manhattan, acompañado por su esposa Leonor, norteamericana, y Sofía, su hija, en ese entonces de apenas casi dos años.
El cielo celeste y la temperatura seductora de aquel 11 de septiembre de 2001 eran excusas suficientes para hechizar a más de uno, entre ellos este paramédico rosarino, que se preparaba para disfrutar de su día franco junto a su familia. Sin embargo, el compromiso inalienable con su trabajo pudo más.
Instantáneamente, a las 8.46 de ese día, después de un impactante estruendo, Mario salió al balcón de su casa y vio como la torre norte del World Trade Center (WTC) ardía en llamas. Un avión de American Airlines se había sido estrellado contra el edificio y marcaba el inicio de un martes negro.
"Voy para allá. Me van a necesitar", les dijo a su mujer y a su hija. Se alistó apresuradamente, se reportó al hospital en el que trabajaba y de inmediato se comunicó con Keith Farben, su compañero de ambulancia, pidiéndole que lo esperara en el ingreso a las torres. Tomó lo mínimo indispensable para su labor y salió raudamente hacia el lugar del horror.
Nunca más se supo de él. Esas fueron las últimas horas de las que se tiene registro de Mario, uno de los cinco argentinos que murieron en el atentado contra las Torres Gemelas.
Fanático de Rosario Central
Los Santoro dejaron el barrio de Belgrano, en Rosario, hace exactamente 30 años. El destino era uno solo: Nueva York. La primera en tomar la delantera fue la madre, María Rosa, que viajó inicialmente con su hijo menor, David, entonces de dos años. En la Gran Manzana se instaló en la vivienda de su hermana, que vivía en esa ciudad hacía 15 años.
A las pocas semanas mandó a llamar a Alberto, su esposo, que terminó de cerrar su casa en la Argentina y se embarcó hacia Estados Unidos con los otros tres hijos del matrimonio: María Inés, Alberto y Mario, que tenían 12, 10 y 8 años, respectivamente.
Mario, un fanático de Rosario Central, llevó consigo los banderines del club de sus amores y empapeló con ellos su cuarto en Nueva York. Según cuentan en su familia, aunque se recibió de paramédico, estaba dispuesto a continuar su carrera para recibirse de médico.
Los amigos de la familia y sus compañeros de trabajo no escatimaron elogios hacia el joven, a quien destacaron como un hombre "muy solidario con todo el mundo", "sano" y "dispuesto a dar todo por todos".
Una anécdota digna de Mario
Hace algunos años, su tío recordó una anécdota que, aseguraba, lo pinta de pies a cabeza. Resulta que cuando los Santoro aún vivían en Rosario, a Mario se le ocurrió que debía ayudar económicamente a sus padres y comenzó a trabajar, a sus espaldas, en una sodería.
"Alberto y María veían que llegaba cansado, pero cuando le preguntaban qué le pasaba, él decía que nada, hasta que al final admitió que trabajaba para llevar un poco de plata para la casa. Así era Mario, muy decidido, muy solidario", dijo Roberto Santoro.
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