Nobel de la Paz: Rusia, un campo minado para los medios no alineados con el Kremlin
La historia del diario Novaya Gazeta, que dirige el flamante Nobel de la Paz, es un reflejo de las dificultades que enfrenta toda la prensa independiente por la mordaza del gobierno
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PARÍS.– Dimitri Muratov es un monumento del periodismo ruso a quien el comité Nobel decidió homenajear, junto a la filipina Maria Ressa, en nombre de la libertad de prensa. Un galardón tan inesperado como simbólico en un país donde los medios independientes tienden a desaparecer amordazados por el régimen.
Con el también es un diario, la Novaya Gazeta, célebre por la calidad de su trabajo tanto como por sus numerosos mártires, que recibió el homenaje. Infatigable jefe de redacción, Moratov rindió honor a sus periodistas y, sobre todo a aquellos que perdieron la vida en el ejercicio de su profesión, entre ellos la más célebre: Anna Politkovskaya, asesinada hace 15 años, el 7 de octubre de 2006.
Muratov dijo también aceptar el premio “en nombre de los periodistas rusos que padecen actualmente la represión”.
“Vamos a ayudar a aquellos que son calificados de ‘agentes del extranjero’, aquellos que son oprimidos y los que son empujados al exilio”, prometió.
El poder ruso, con el cual Muratov y Novaya Gazeta mantienen desde siempre una conflictiva relación, no tuvo más remedio que felicitar al galardonado: Dimitri Peskov, vocero del Kremlin, saludó su “talento” y su “coraje”. En realidad, para el Kremlin todo es ahora bastante simple, ya que Novaya Gazeta prácticamente se ha convertido en el último medio ruso independiente que todavía no recibió la infamante y amenazadora etiqueta de “agente del extranjero”. Novaya Gazeta es célebre por sus investigaciones y reportajes sobre realidades rusas ignoradas por el resto de los medios, como sucedió recientemente con la situación de los hospitales psiquiátricos.
Su historia está marcada por una serie de investigaciones estrepitosas: los atentados de 1999, atribuidos a los independentistas chechenos, que permitieron el ascenso de Putin; el papel de las fuerzas del orden en la toma de rehenes en un teatro de Moscú, en 2002, y en una escuela de Beslan, en 2004; la corrupción de las elites rusas; los mercenarios de Wagner, que el Kremlin envía al exterior –sobre todo a Siria– y sus exacciones; las ejecuciones extrajudiciales en Chechenia o la persecución de los homosexuales.
Por todas esas razones, la de Novaya Gazeta es una historia sangrienta. Además de Politkovskaya, asesinada en la entrada de su casa mientras investigaba los crímenes cometidos en Chechenia por el Ejército ruso y por el clan Kadyrov, marionetas del Kremlin, otros cinco periodistas y colaboradores perdieron la vida: Igor Domnikov, Yuri Shchekotchikhin, Stanislav Markelov, Anastasia Baburova y Natalia Estemirova.
Todos murieron en tiempos de paz, aunque no fueron los únicos. Según la muy oficial Unión de Periodistas Rusos, 300 periodistas rusos fueron asesinados desde 1994.
Estos últimos años fueron testigos de una nueva y paulatina degradación de la situación de los medios rusos. Después de haber hecho la limpieza en la televisión, colocada bajo el control estricto del poder político, a comienzos de la década del 2000, y en la prensa escrita, amordazada gracias a adquisiciones “amigas”, el Kremlin se ocupó recientemente de los sitios independientes online, particularmente dinámicos y autores de demoledoras investigaciones.
Allanamientos y arrestos se multiplican, mientras decenas de sitios y de periodistas son inscritos en el registro de los “agentes del extranjero”, una etiqueta que obliga a los medios concernidos a cerrar, dejando además planear la amenaza de sanciones más duras, como la prisión. También impide la posibilidad de cubrir ciertos temas, como la defensa o el espacio.
Sospechas
Los ejemplos son numerosos. En 2020, Vedomosti, excelente periódico económico, orgulloso de su independencia –apoyado por el británico Financial Times y el norteamericano The Wall Street Journal– fue comprado por dos hombres de negocios allegados al poder.
“Nombramiento de un nuevo jefe de redacción, artículos censurados, desaparición de notas políticas sensibles… las sospechas de los periodistas no tardaron en confirmarse”, recuerda Alexander Gubsky, uno de sus fundadores.
Poco antes, otros dos periódicos económicos independientes, RBK y Kommersant, habían corrido la misma suerte.
En junio de este año, Gubsky vivió una nueva decepción: el cierre del sitio económico VTimes, célebre por su seriedad, sobre todo en el tratamiento de nuevas tecnologías y transición ecológica. Clasificado como “agente del extranjero” poco antes, el sitio se volvió en tóxico y los anunciantes desaparecieron.
“Para todo el mundo, esa apelación equivale al ‘enemigo del pueblo’ de los tiempos de Stalin”, resume Gubsky.
Otro sitio independiente, Meduza, cuyos equipos trabajan desde Letonia, pasó a un dedo de su cierre después de recibir la misma calificación. Por su parte, el creador de contenidos Newsru.com decidió renunciar, tras haber denunciado presiones políticas contra sus anunciantes. Radio Free Europe-Radio Liberty, “agente del extranjero” ciertamente financiada por el gobierno de Estados Unidos, acumula las multas.
“No estamos hablando de opositores, sino de prensa independiente”, lamenta Gubsky. “El problema es que el poder tiene un solo discurso: ‘Con nosotros o en contra’”.
La fase actual de crispación comenzó con la anexión de Crimea en 2014, prosiguió con el envenenamiento del opositor Alexei Navalny y se endureció sensiblemente en vísperas de las recientes elecciones legislativas rusas.
Pero el interés del poder por los medios no es nuevo. El primer mandato presidencial de Putin, entre 2000 y 2004, estuvo marcado por la toma de control, a veces brutal, de cadenas de televisión, nacionalizadas o transferidas a manos amigas. El zarpazo brutal de la insolente NTV por parte de Gazprom, el gigante energético estatal, en 2001, quedará como uno de los marcadores del reino del actual presidente ruso, en una época en que los eslóganes liberales aún estaban en vigencia. Desde entonces, el mundo de la televisión se ha convertido en el de una propaganda desmesurada e histérica a favor del poder.
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