Sólo un respiro: Gaza sonríe por el fin de la guerra, pero le esperan días duros
La gente de a poco vuelve a sus hogares y empieza a tener dimensión de los daños; más de 5500 casas fueron demolidas durante los bombardeos; largas filas para abastecerse de alimentos
MAGHAZI, Franja de Gaza.- Los camiones cargados de mercancías volvieron a circular por la devastada Gaza. Entraron desde Israel por el cruce de Kerem Shalom y se dirigen a surtir los exhaustos almacenes de la zona. Las tiendas y los mercados tienen urgencia porque la gente hace largas filas para pedir pan, huevos, yogur, granos y dulces. Y botellas de agua, agua potable en esta tierra de arena que se refresca y se lava con líquidos salobres.
En los mandos militares y entre los miembros del gobierno israelí hay frustración porque, a pesar de sus grandes capacidades, Hamas nunca dejó de disparar misiles y todavía ahora se da el lujo de cantar victoria. En 30 días de trabajo de uno de los mejores ejércitos del mundo, el recuento de daños es apabullante: todavía hay muchos cuerpos atrapados entre los escombros, pero, hasta ahora, se cuentan 1868 muertos (426 son chicos y 246, mujeres), 9653 heridos, 5510 casas demolidas, 188 escuelas y 24 instalaciones médicas afectadas, y nada menos que 490.000 desplazados: más de uno de cada cuatro habitantes.
Cuando el auto de los periodistas trata de llegar a otro punto especialmente afectado, en el pueblo fronterizo de Beit Hanoun, por confusión toma un camino expuesto ante los cañones israelíes y se teme haber traspasado la zona permitida. Si un oficial decide abrir fuego, no habrá oportunidad: los drones también calculan la velocidad del objetivo y la del proyectil para eliminar la probabilidad de escape.
La única persona que se encuentra en la calle, Samir Aid Mohamed Hewot, de 26 años, tranquiliza a los que preguntan. Explica que no se ha cometido el error y se puede circular por ahí.
Samir, su madre y tres mujeres de su familia caminan hacia lo que fue su casa. También trataron de hacerlo el lunes, cuando el ejército había declarado una tregua unilateral, pero mientras buscaban en las ruinas, los israelíes dispararon cohetes muy cerca de ellos y los Hewot se marcharon a toda prisa. "Ese día alcanzamos a sacar cuatro bolsas de plástico con ropa y juguetes."
Los gazatíes que, como ellos, sólo sufrieron pérdidas materiales y no fatales, parecen estar de bastante buen humor: "Es la felicidad del fin de la guerra", explica en la ciudad de Maghazi Ismaíl Hasan Limsadr, un granjero de 40 años.
Con sus seis hermanos, todos granjeros, se negaron a abandonar su casa a pesar de los ataques. Sólo enviaron a las mujeres y los niños a un albergue de la ONU. "Me quedé porque es mi tierra, todo lo que tengo, ¿qué más voy a hacer?" Sus rostros, amables e incluso sonrientes, no lo demuestran, pero están bien claras las huellas del horror que deben haber vivido, con explosiones enormes a un lado de ellos.
En medio de su huerta de limoneros hay un cráter inmenso, de unos cinco metros de profundidad. Muestran otro más pequeño, de tan sólo tres metros pero está a seis pasos de la casa. Falló por un pelo.
Los ejemplos de lo que les pudo haber ocurrido están justo al lado. Por un tiempo, los Limsadr vivirán prácticamente sin vecinos.
El muro de bloques que delimita su propiedad fue derribado por el derrumbe del edificio de cuatro plantas que se levantaba del otro lado de una calle estrecha. Ahí vivían los 16 miembros de la familia de Mohamed Zohir Abu Libd. Ninguno murió porque, a diferencia de los Limsadr, los Abu Libd se marcharon en cuanto empezaron a llover bombas.
El verdadero tamaño de la devastación sólo se aprecia al entrar al corazón de la manzana: es una imagen que recuerda lo mismo a las zonas más afectadas de Aleppo que a Dresde, la ciudad alemana hecha añicos por los aliados al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Ningún edificio quedó libre de daños mayores. Veintiséis están en el suelo. Cada uno de ellos era habitado por familias extendidas, como se usa aquí, pero parece no haber habido ningún muerto. No golpea el hedor a cadáver viejo que predomina en otras zonas devastadas: todos escaparon a los refugios, donde seguirán viviendo por bastante tiempo.
Los Abu Libd, los Rayan, los Mansour y demás clanes, con apoyo de los Limsadr, se han puesto de acuerdo para organizar todo lo que rescatan y compartirlo: las construcciones han caído unas encima de otras, es imposible estar seguro de a quién pertenece tal puerta o tal colchón, salvo las posesiones más personales. Mientras los jóvenes remueven piedras y marañas de cables, los mayores colocan la ropa y otros objetos en grandes bolsas azules.
Sonríen al ver al periodista, se hacen fotografiar con los dedos en V en medio de la destrucción, traen bebidas de cola para obsequiar, rebuscan en sus conocimientos de México para hacerle algún chiste al cronista, ríen... se acabó la guerra.
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