Adiós a Baden Powell, todo un clásico
Para muchos, fue el guitarrista y compositor más importante que dio la bossa nova y unió lo tradicional con lo moderno
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Baden Powell anduvo por el mundo llevando al Brasil en su guitarra. De las cuerdas prodigiosas de su instrumento podían brotar torrentes musicales, ritmos primitivos y contagiosos, refinadísimas estilizaciones o límpidas frases de raíz folklórica. A veces concentraba en ellas el palpitante retumbar los parches, a veces cincelaba con deliciosa musicalidad la línea melódica más sencilla de un canto popular, a veces les extraíala suntuosidad y la opulencia de una orquesta entera. En esas cuerdas encontraba además el medio natural para desarrollar sus otras invenciones, las que dejó firmadas con su nombre al lado de poetas de la talla de Vinicius de Moraes, Paulo Cesar Pinheiro o Geraldo Vandré y que hace rato son clásicos de la música popular del Brasil. Decir que durante muchos años fue unánimemente considerado el más grande de todos en un país tan superpoblado de artistas de la guitarra como el suyo da una medida de su prestigio. La otra medida, la de su talento colosal, está en los discos, que grabó de un lado y otro del Atlántico a lo largo de una carrera de casi medio siglo.
Porque Baden, que se fogueó desde muy joven en el samba y el jazz y recibió formación clásica, pero siempre conservó algún vestigio agreste de la herencia afro, estuvo vinculado desde el principio con la bossa nova y se entregó a ella con fervor. Estaba en primera fila cuando el fenómeno desatado a comienzos de los sesenta por João Gilberto y Tom Jobim cobró popularidad internacional, pero a diferencia de muchos de sus colegas, que eligieron los Estados Unidos como destino, él prefirió partir rumbo a Europa. Primero deslumbró a los parisinos tocando Ravel en el escenario del Olympia (1962) ante un público que esperaba exóticos ritmos afroamericanos; más tarde difundió por todo el mundo su "Samba da bênção" (o "Samba saravah" en la versión de Pierre Barouh), que se hizo famosísimo gracias al film de Lelouch "Un hombre y una mujer" (1966).
Ya había tenido algún indicio de un promisorio futuro internacional cuando Marlene Dietrich y Sacha Distel, de paso por Río, quedaron deslumbrados con su toque vigoroso y su pujanza rítmica. Residió algunos años en Francia y Alemania, aunque no dejó muchos rincones del mundo sin visitar (también fue ruidosamente aplaudido en la Argentina: primero, en pleno auge de la bossa, en el memorable concierto que trajo al Opera a Vinicius y Dorival Caymmi; más recientemente, casi seis años atrás, en la breve y brillante temporada de Oliverio). Pero siempre volvía a Brasil, a renovar el compromiso con su tierra y abrevar en las raíces.
Baden, en verdad, nunca corrió el riesgo de hibridación que perjudicó a algunos de sus compatriotas. No es que fuera un ortodoxo: había logrado en su guitarra una síntesis de tradición y modernidad, de acentos populares y refinamiento erudito.
Nacido el 6 de agosto de 1937 en Varre-e-sai, pequeña población del estado de Río, recibió del padre, Lino de Aquino, guitarrista y fanático del scoutismo, no sólo el curioso nombre (testimonio de admiración por Robert Baden Powell, fundador del movimiento): también las primeras nociones musicales cuando apenas podía sostener una guitarrita en sus manos. Para entonces, ya se habían instalado en Río de Janeiro, en una casa del barrio de San Cristóbal donde muchas noches se reunían pequeños conjuntos para improvisar sambas y choros. A los 8 años, emprendió estudios formales de guitarra clásica; a los 13, ya premiado como solista en la Radio Nacional, empezó a tocar en bailes y fiestas. El espíritu, nómade y curioso, lo llevaba a subir al morro para aprender los secretos del samba en su propia cuna; más tarde, extendió la mira y recorrió el interior en busca de expresiones regionales, y a mediados de los cincuenta, se asomó al jazz en el conjunto de Ed Lincoln.
Ya eran firmes los cimientos de su arte. Ahí apareció Jobim, y más tarde Vinicius, quien -vaya paradoja- vino a poner un poco de orden en la dispersión estética del guitarrista. El poeta lo oyó tocar Villa-Lobos y lo invitó a su casa para encerrarse a componer una serie de canciones. Alimentada a whisky, la suma de talentos dio sus primeros frutos: "Samba en preludio", "Berimbau", "Samba da bênção", "Deixa", "Apelo", "Formosa". Hubo un segundo capítulo dos años después, esta vez en Bahía, adonde fueronllevados por el interés en el candomblé. Vinieron entonces los afro-sambas, el más célebre de los cuales es seguramente el "Canto de Ossanha".
No resultó menos fructífera su posterior asociación con Paulo Cesar Pinheiro: "É de lei", "Vou deitar e rolar", "Refem da solidão", "Aviso aos navegantes" son algunos de los títulos que lo confirman. La lista de sus "parceiros" continúa.
Pero un poco por los viajes constantes y otro poco porque prefería seguir reinventando viejas melodías cada vez que subía a un escenario con su guitarra, fue dejando a un lado la composición. O mejor, dejó de inscribir nuevas obras. Porque Baden, como los grandes intérpretes, volvía a componer cada vez que se abrazaba a la guitarra paraencarar un samba, una marchinha o una pieza de jazz, y les imponía nuevos colores a la luz desu sonido denso, personal, inconfundible.
Será muy difícil reemplazarlo.
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