
Alain Resnais y la memoria del horror
No es que se haya abierto un resquicio en el estrecho panorama de la programación cinematográfica, que sólo apunta a Hollywood y a los títulos de probado éxito en otros mercados y reserva el último lugarcito del banco de suplentes para el cine con aspiraciones más altas.
No. Aunque la última semana nos haya deparado, por fin, la posibilidad de conocer a Abbas Kiarostami -sin duda uno de los creadores sustanciales de este maltrecho cine de fin de siglo-, la cartelera porteña sigue en deuda con los que buscan en las salas oscuras algo más que un pretexto para pasar el tiempo, para vivir la experiencia prestada de alguna emoción que distraiga de la tediosa rutina o para atiborrarse de pochoclo. Pero no queda más remedio que volver a Alain Resnais y no -lamentablemente- porque se avecine el estreno de "On connait la chanson" o de alguno de sus otros films inéditos, sino porque en estos días se propone un reencuentro con capítulos memorables de su filmografía.
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La responsabilidad es -cuándo no- de la Cinemateca Argentina, que desarrolla en la sala Lugones del Teatro San Martín un ciclo destinado a explorar las correspondencias entre el director de "Hiroshima mon amour" y dos importantes escritores franceses -Marguerite Duras y Alain Robbe-Grillet- que con él ingresaron en el mundo del cine.
La muestra ya está avanzada, es cierto, pero estas seis jornadas que aún restan hasta la clausura incluyen una -la de mañana- reservada a los cortos y los mediometrajes que inauguraron la brillante carrera de Resnais y le permitieron llevar hasta la perfección el ejercicio del montaje.
De paso, tiene un carácter celebratorio. "Van Gogh", su primer documental en 35 mm, acaba de cumplir cincuenta años. Con él, Resnais abrió un camino en el cine dedicado a las artes plásticas. Reconstruyó la tormentosa vida de Van Gogh mediante el montaje de dibujos y pinturas que evidenciaban -según la visión del cineasta- el desarraigo voluntario que conduciría al genial artista a la alucinación y a la muerte.
Otro de sus aplaudidos cortos sobre arte -"Gauguin", de 1950- figura en el programa. El tercero es el muy original "Toda la memoria del mundo", que le fue encargado por la Biblioteca Nacional para exponer el funcionamiento de sus servicios. Pero es el cuarto título, "Noche y niebla" el que sobresale. Se entiende.
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Con ese mediometraje -cuyas imágenes se han reproducido fragmentariamente en tantos documentales de TV o relatos de ficción-, Resnais puso sobre el tapete el problema de la responsabilidad histórica ante los crímenes nazis en los campos de exterminio.
Mezcló trozos tomados de los archivos históricos de las fuerzas aliadas con imágenes que registró, a todo color, en los escenarios de las deportaciones y con el testimonio de un ex prisionero, el poeta y ensayista Jean Cayrol. Con "Noche y niebla" Resnais reveló implacablemente el horror, no sólo para que el mundo no olvidara lo sucedido sino para que permaneciera vigilante, sin pausas y sin distracciones.
Alguien definió con exactitud el impresionante documento: "Es un film y una experiencia de vida". Sus crudas imágenes -que solían verse con cierta frecuencia, como todo el programa, en los tiempos en que todavía existían las salas de arte y la buena costumbre de las reposiciones- están otra vez ahí, y hablan por sí mismas. Conviene prestarles atención: todavía estamos muy lejos de haber erradicado del mundo la intolerancia, el fanatismo y la irracionalidad.





