Alban Berg, a ochenta años de Lulu
La llamada Escuela de Viena, a la cual pertenece Alban Berg (1885-1935), tiene su jefe y su fecha de nacimiento. Durante el invierno de 1903-1904, Arnold Schoenberg explica en el Instituto de Historia de la Música de la Universidad de Viena sus ideas sobre la enseñanza de la composición musical. Puede decirse que es ése el momento en que nace su escuela, que habrá de reunir a Alban Berg, Anton Webern, Heinrich Jalowetz, Erwin Stein y Egon Wellesz, entre otros. Es cierto que no todos ellos se dedicarán en el futuro a la composición. Jalowetz y Stein se inclinan hacia la dirección de orquesta y Wellesz, aunque autor de numerosas composiciones, pasará a la historia como uno de los más grandes musicólogos del siglo, especializado en la investigación de la música bizantina. De ahí que al hablar actualmente de "Escuela de Viena" se aluda solamente a Schoenberg y a dos de sus discípulos, Berg y Webern, quienes habrían de llevar a la música por los senderos trazados por el maestro.
Este grupo vienés no fue revolucionario ni iconoclasta. Varias figuras magnas de la música germana eran veneradas: Bruckner, Richard Strauss, Max Reger y Gustav Mahler. Y estos cuatro patriarcas del último romanticismo, a su vez, no hacían sino sintetizar en sus respectivas obras las dos corrientes que habían dividido radicalmente la estética del siglo XIX, representadas por Brahms y Wagner.
Significa entonces que Schoenberg y sus discípulos comienzan afirmándose en la mejor tradición germánica, para iniciar luego su gran tarea de renovación del lenguaje y transformación de todo el material sonoro. Pero esa labor se va realizando con relativa lentitud, sin destrucción, paso a paso, de modo tal que, visto hoy desde nuestra perspectiva, el resultado se nos parece lógico, coherente, previsible y, por cierto, ineludible.
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De los dos discípulos de Schoenberg, es Alban Berg quien mantiene mayores vínculos con la tradición. Si bien cubre las etapas propuestas por el maestro, el atonalismo y la dodecafonía, su aplicación será en Berg muy particular, con el manifiesto propósito de no alejarse nunca de los que para él debieron ser los principios fundamentales del arte sonoro. Se nos aparece así más ligado al pasado, mientras Webern se adelanta hacia el futuro, con resultados que ni el propio Schoenberg pudo sospechar.
Es posible que esa misma toma de posiciones, producto de su temperamento y su sensibilidad musical, haya llevado a Berg hacia la creación lírica, a la cual destinó dos trabajos magistrales: Wozzeck y Lulu, que quedó inconclusa a causa de su prematura muerte ocurrida a los cincuenta años.
Tras haber recorrido su etapa tonal, a través de las canciones juveniles, de su Sonata para piano op. 1 (1907-1908) y sus Cuatro canciones op. 2 (1908-1909), Berg se inicia en el atonalismo con el Cuarteto de cuerdas op. 3, de 1910, seguido por los Altenberg-Lieder op. 4 (1912), las Cuatro piezas para clarinete y piano op. 5 (1913) y las Tres piezas para orquesta op. 6 (1913-1915), antes de llegar a Wozzeck, su opus 7, ópera a la que dio término tan sólo en 1921.
Con posterioridad, Berg comienza a internarse en la dodecafonía, al principio en alternancia con el atonalismo, como es el caso de su Concierto de cámara, para violín, piano y trece instrumentos de viento (1923-1925) y la Suite lírica (1925-1926), original para cuarteto de cuerdas. A partir del aria de concierto Der Wein (El vino) de 1929, se impone la escritura serial, camino por el que concluye su breve pero trascendental aporte, con el Concierto para violín, de 1935, y con Lulu.
A esta última, de cuyo estreno se cumplen ochenta años en este 2017, dedicaremos un par de nuestras próximas columnas. Hasta entonces.