Campo de maniobras para experimentos lingüísticos
Digámoslo ya de entrada: la traducción de una ópera a una lengua diferente de aquella en la que fue escrita depara un efecto teratológico; es decir: es monstruoso. Borges, que dejó pocas cuerdas sin tocar, lo dijo muy claramente en su impugnación del doblaje cinematográfico. Veamos: "Ya que hay usurpación de voces, ¿por qué no también de figuras? ¿Cuándo será perfecto el sistema? ¿Cuándo veremos directamente a una tal Juana González en el papel de Greta Garbo en Queen Christine?" En la música, la ocurrencia de Borges se vuelve más drástica. Para entender esta monstruosidad, basta pensar en la "Muerte de amor", de Tristán e Isolda, de Richard Wagner, cantada en italiano (hay una versión de Maria Callas).
Realmente, hay en cada lengua, en cada idioma, una melodía secreta, una melodía que pertenece a esa lengua y a ninguna otra. Estos merece una explicación. Daniel Barenboim señaló en su autobiografía que todos los idioma latinos tienen tendencia a ir hacia delante y que, por el contrario, el alemán no empuja hacia delante sino, más bien, tiende a tirar hacia atrás. Mozart, justamente, es el mejor ejemplo. Compuso óperas en italiano y óperas en alemán, y el melodismo, siempre reconociblemente mozartiano, no es el mismo.
Sin embargo, Ingmar Bergman hizo su versión fílmica de La flauta mágica, de Mozart, enteramente en sueco, y no perdió nada de eficacia. Parte de la explicación consiste en que La flauta... no es en rigor una ópera, sino un singspiel, esa forma alemana en la que las partes habladas y dialogadas se combinan con las cantadas. Las partes dialogadas siempre podían traducirse a un idioma vernáculo, y esto es lícito también para la opereta vienesa. Traducir lo que se canta es más arduo, pero a Bergman le salió bien, aun cuando estemos tan acostumbrados a escuchar a Pamina cantar tortuosamente "Ach, ich fühl's".
Hacia 2012, Buenos Aires Lirica montó una versión de El rapto en el serrallo, otro singspiel mozartiano, en el que las partes habladas fueron reescritas de punta a punta para ajustarlas a la lógica del terrorismo del siglo XXI, aunque se preservó el alemán. Ese género, el singspiel, es alemán, claro, pero parece un buen campo de maniobras para experimentos lingüísticos.
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