María Marta Guitart -que escribe, dirige, actúa y produce sus performances poéticas- crea a una mujer que, en la víspera del peor trance, trasciende el presente para mantener vivo a su hijo a través de las palabras
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Dramaturgia, dirección y actuación: María Marta Guitart. Vestuario y Escenografía: Teatro en camino. Iluminación: Diego Todorovich. Músico en escena: Daiana Moreno. Música original: Mailen Ubiedo Myskow. Movimientos: Melina Forte. Asistencia de dirección: Francisco Cerbino. Producción general: M. M. Guitart y Pato Rébora. Sala: Ítaca (Humahuaca 4027). Funciones: domingos, a las 16.30 (a partir del 6 de junio, viernes, a las 20.15). Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Unir la poesía y el teatro es la marca personal de María Marta Guitart, actriz, poeta, cantante y locutora, con más veinte años de camino recorrido desde que empezó por 1997 a interpretar textos de Federico García Lorca en los subtes y colectivos.
Al escenario llegó con Divagaciones (2004), inspirada en la poética de Silvina Ocampo, que coescribió con la autora y directora Ines Saavedra. Pero fue con Federico tuvo un sueño -que desde 2006 se ha presentado en distintas salas y festivales internacionales-, cuando inaugura y le saca punta a su modelo de producción: Guitart escribe, dirige, actúa y produce sus performances poéticas.
A Lorca siguieron No he dicho (2011), sobre los versos de Alfonsina Storni, y Gabriela infinita (2015) sobre la poeta chilena Gabriela Mistral. Todos sus espectáculos están vivos: con su compañía Teatro en camino, desde 2012, lleva estas voces a las escuelas secundarias. Mientras tanto, siempre con la misma pulsión, prepara el abordaje a otro poeta español, Miguel Hernández.
Estrenada en 2017, con Cartas a mi hijo Federico, Guitart vuelve al poeta y dramaturgo que la cautiva desde la adolescencia pero a través de Vicenta Lorca, la madre del granadino, una mujer que había sido maestra y que apoyó siempre la carrera literaria de su talentoso hijo mayor. Estas cartas son reales y fueron publicadas como libro en 2008 por la editorial RBA. En esta puesta en la sala Itaca, hay unos pequeños cambios con respecto a las anteriores, además del debut de la música Daiana Moreno en el violoncello, otro protagonista de la obra.
Es agosto de 1936 y la guerra civil española ha comenzado. A Federico se lo llevaron las fuerzas asesinas franquistas y nada se sabe sobre su situación. En ese tiempo detenido de la desesperación, la madre encuentra bajo la cama de su hijo, una caja con las cartas que ella le ha mandado durante años, a cada destino del escritor. La manera de tenerlo cerca es redescubrir y volver a transitar esas palabras delineadas en el pasado cuando no rondaba la muerte, además de imaginar el acto de lectura del hijo lejano al apretar esos papeles.
La iluminación es tenue porque compartiremos un acto íntimo. Una madre que a partir de la materialidad de esas cartas, crea el encuentro con el hijo arrancado, un abrazo contra el tiempo, un viaje para alejar los malos presentimientos. Se mueve entre la mecedora, donde acuna la caja con el tesoro, y un escritorio, con un pequeño velador y una silla con un saco claro en el respaldo, el saco de Federico. Atrás, entre claroscuros, el violoncello marca un trasfondo denso.
Las cartas de Vicenta, que comienzan en 1920, no es el único material explorado por la intérprete sino que se entrelaza con los textos de Lorca, de distintas etapas (la gacela Del recuerdo del amor, Veleta, Ritmo de otoño, poemas del Romancero gitano, de Poeta en Nueva York, de la tragedia Bodas de sangre, entre otros escritos).
La actriz, con vestuario de luto, las canas y el andar de una señora que en 1936 tenía 66 años (murió a los 88, en 1959), encarna estas palabras, las hace propias y las comparte como un regalo delicado y amoroso a los espectadores. Dice, canta, reza (arrodillada, “Angel de la guarda, dulce compañía”), danza, abrazada al saco de Federico, el Pequeño vals vienés (una declaración de amor, musicalizada, entre otros, por Leonard Cohen en su tema Take this waltz). Parada en la víspera del peor trance, su Vicenta trasciende el presente: vuela al pasado con los textos y también al futuro cuando cuenta sobre el exilio de la familia en Nueva York, su regreso a Madrid (pero no a Granada) y la promesa de nunca dejar de escribir cartas a Federico, su manera de mantenerlo vivo.
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