
Música, ciencia, maternidad... Hablan juana molina y rosario blefari, artistas argentinas autosuficientes.
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Como les gusta el pasado!", se queja una sonriendo. "Sí, a veces a las personas les gusta anclarse en pensar que algo se perdió", intenta comprender la otra. Estamos en el jardín de Juana Molina: la dueña de casa y Rosario Bléfari, dos íconos artísticos de esta época, se reúnen para tratar asuntos públicos y privados. Aunque ya van casi diez años desde que sacó su primer disco, a Juana le siguen preguntando por la tele.
Y a pesar de que con su proyecto solista está más que ocupada –tocando semanalmente en su versión acústica y cada tanto con la banda eléctrica–, a Rosario todavía se le acercan nostálgicos que piden el retorno de Suárez.
¿Cómo responden a esos nostálgicos?
BLEFARI: Les saco la idea de la cabeza.
MOLINA: Yo les digo que, si estuviera en televisión, estarían todos diciendo: "Esta mina hace siempre lo mismo".
RB: No entiendo. ¿Había tantos interesados en Suárez? ¡Si en muchas fechas terminamos pagando los gastos!
Los días de Suárez quedaron atrás. Al comienzo del otoño, jueves tras jueves, Rosario mostró sus nuevas canciones en formato acústico, sin cables ni enchufes. A veces, mientras las cantaba, recortaba figuras de papel y las enganchaba en un lienzo. Entonces parecíamos estar observándola en el momento en que se las imaginaba por primera vez. Como si nos permitiera escuchar la vocecita interior que crea esas canciones perfectas, con palabras y acordes simples. Magia. Y no se la podemos adjudicar a ningún aparato, porque está desenchufada.
Su inminente disco se va a llamar Estaciones. El anterior, Cara, lo había grabado antes del desbande de Suárez. De modo que su proyecto solista no se trató, según dice, de algo así como un "lanzamiento".
RB: Para mí más que nada era seguir tocando. Como no fue un plan, no me resultó difícil. Ocurrió que, al desarmarse una cosa, me quedé haciendo lo que ya estaba haciendo, y eso llevaba mi firma.
Firma con la que no es difícil toparse: colabora en Página/12 (suplementos Las/12, Radar y Futuro), publicó Poemas en prosa en Belleza y Felicidad, actúa en películas y escribe y protagoniza obras de teatro (es autora, junto a Susana Pampín, de Somos nuestro cerebro).
La transformación pública de Juana fue algo más complicada. Ahora ya va por su tercer disco (Tres cosas, editado internacionalmente por el sello británico Domino). Y no para de tocar: después de algunas fechas en Buenos Aires, salió de gira por los Estados Unidos, volvió para pasar unos días con su hija y partió nuevamente para abrir todos los shows de David Byrne hasta mediados del mes pasado. Es favorita de cierta inteligentzia del pop experimental del Primer Mundo. Pero cuando se refiere a sus inicios en la música, no puede evitar el tono más grave, de sobreviviente de una injusticia:
JM: Empecé de sub-cero, porque tenía una fama tremenda. La gente iba a verme, me gritaba que hiciera personajes y se iba en la mitad del show. Iban a verme doscientas personas y quedaban veinte. Era durísimo, pero era un placer cuando quedaban veinte. Yo había dado un mal paso con el primer disco que saqué. Se usó toda esa fama que tenía para vender mal un disco, sin tener ningún apoyo de radios ni de los medios. Los diarios lo sacaron como una noticia, como si me hubiera pisado un tren. Era lo mismo. Entonces me empecé a deprimir, porque muchos de los que tocaban conmigo tocaban porque yo era Juana Molina y les parecía que podían llegar a algún lado. Estaba confundida. No tenía una fuerza interna y clara que me dijera "hacé lo tuyo". No me podía calmar en ese momento. Me fue en contra. Todo el mundo opinaba que yo me había equivocado al dejar la televisión. Lo importante era eso. Me fui a vivir afuera porque no aguantaba más. No sabía cómo manejar la situación. Afuera no había ningún filtro ni prejuicio, no sabían nada de mí.
¿Qué cambió entre Rara y Segundo para que estuvieras más tranquila?
JM: El tiempo, la experiencia. Una va cambiando, creciendo. Te importan otras cosas. Y además, el proceso de grabación de Rara fue con un productor [Gustavo Santaolalla]. Me agarró y me dijo: "Te tenés que armar una banda". Yo tenía un demo con batería electrónica. Y en ese momento no existía tener batería electrónica, tenía que ser con batero. A mí me encantaba con batería electrónica. Pero yo no tenía un valor de mí misma lo suficientemente fuerte como para defender esa idea, entonces inmediatamente acepté: que había que tener un baterista, otro bajista, otro guitarrista, y que yo me tenía que armar la banda. Hardcore. Y tener attitude, porque me volvieron loca con el tema del attitude. ¿¡Qué attitude!? Estaba muy confundida. Me di cuenta de que el camino era otro. Grabé Segundo en casa con muchos errores técnicos, pero quedaban opacados, porque yo sentía que tenía onda. Empecé sola, de nuevo. Me encontré con [Alejandro] Franov. Y me ayudó muchísimo a entender que no estaba equivocada.
Con Franov, precisamente, grabó un disco doble en miniatura, del que ella misma borra toda cuota de seriedad ("disparates que hacemos cuando se supone que tenemos que ensayar"). Se trata de doce escenas de charla: sus voces tímidas pero juguetonas se buscan entre teclados que se desplazan (de timbre como de altura) lenta y caprichosamente. Conversan bajito, o en un lenguaje propio, que cada tanto adquiere forma de canción.
Los discos de Juana tienen algo rural: los pelos naturales en las fotos, las flores del diseño, las letras en las que despotrica contra "el progreso", los versos del Martín Fierro, los animalitos que pueblan sus canciones. Pero los arreglos de máquinas y sintetizadores tienen la prolijidad de un relojito. El de Rosario, en cambio, tiene un registro más urbano y más ruidoso, pero como si se lo padeciera: la base de "Agitado" se va quedando sin pilas, resistiéndose a la repetición. Pensé que este contraste aparecería en las declaraciones. Pero me equivoqué. Hablaron de ecología, calidad de vida, problemas con sonidistas, la situación social. Y siempre coincidían. Hasta que le pregunté a Juana si volvería a actuar.
JM: ¡Te voy a matar! No, no tengo pensado volver a actuar. No quiere decir que no lo vaya a hacer. Si me inspiro y se me ocurre alguna cosa buenísima y me da tanto placer como esto, no voy a tener ningún problema en volver a cambiar.
Lo planteás como si fueran dos cosas incompatibles...
JM: Son incompatibles. Porque con los personajes yo era otra. Cuando hago música soy yo. Y eso es lo que los hace incompatibles. Además en los personajes siempre estaba el ojo puesto en el ridículo, en la burla, en hacer bolsa a todo el mundo. Y acá la vulnerable soy yo. Y eso hace a la enorme incompatibilidad.
Para vos, Rosario, ¿también son incompatibles?
RB: No. En el cine es distinto. Uno no construye tanto. Casi es ser uno mismo: prestás tu imagen y entrás en una estructura donde sos un elemento más. Por lo menos en el cine en el que yo participé. Estaba más al resguardo de ser asociada a una caracterización. Para mí no es incompatible cantar y actuar, pero no sabría explicar por qué.
JM: Yo sólo digo que en mi caso es totalmente incompatible. Mis personajes eran demasiado otros. No sé lo que soy yo, pero esos personajes eran todo lo que yo no era. Y todo lo que yo soy es lo que hago con la música.
RB: Es que a mí las cosas que me inspiran para hacer la obra de teatro son las mismas que me inspiran para las canciones o un poema. Ultimamente se me dio por hacer entrevistas o escribir notas y es lo mismo. Sale del mismo lugar: curiosidad o inquietud.
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