A 100 años del nacimiento de Fernando Ayala, el director que hacía cine para todos
Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Fernando Ayala, uno de los directores argentinos que mejor representó la transición entre la época de apogeo del cine argentino (el llamado "período dorado" de los grandes estudios locales) y una obra posterior mucho más personal, apoyada en la observación psicológica de personajes por lo general enfrentados con su entorno. En el espíritu, la intención y el talento de Ayala esa búsqueda nunca entró en colisión con el anhelo de contar en la pantalla historias lo suficientemente claras y comprensibles como para que aspiren a un público masivo. "Hago un cine lo mejor posible para el mayor número de espectadores posibles", era una de sus frases predilectas.
Ese recorrido queda a la vista en su vasta filmografía, que suma más de 30 películas como realizador y unas 20 como productor. Ayala comenzó su carrera en la dirección con títulos muy elogiados por la crítica y muy influyentes en su momento como Ayer fue primavera (1954), Los tallos amargos (1955), El jefe (1958) y El candidato (1959), y encontró en la última etapa de su carrera el éxito y la repercusión popular gracias, por ejemplo, a Plata dulce (1982) y El arreglo (1983), dos obras de tinte costumbrista que a la vez todavía hoy funcionan como pintura del tiempo social, económico y político de la Argentina de los años previos. Toda una característica que resume su trabajo en el cine.
Estas dos obras, junto al resto de los títulos que marcaron la obra de Ayala casi desde el comienzo de su trayectoria como director, pertenecen a Aries Cinematográfica, la productora que Ayala creó junto a Héctor Olivera en 1956 y a la que le debemos buena parte de los grandes éxitos de público del cine nacional de las décadas de 1960, 1970 y 1980.
Había nacido en Gualeguay (Entre Ríos), en el seno de una familia cultivada en lecturas y conocimientos de las bellas artes, y en la que podía mezclarse la sofisticación del contacto permanente con la cultura europea y la tradición de la vida en el campo. Instalado en Buenos Aires para sus estudios secundarios, el cine comenzó a entusiasmarlo de allí en adelante al punto de imponerse por sobre la intención original de llegar a la universidad y seguir la carrera de abogacía.
Hizo buena parte de su carrera en el aprendizaje surgido de la observación y de la aplicación de las reglas de sus mayores, referentes de una época de la que asimiló más adelante una gran sensibilidad para contar historias de rápida comprensión por parte del público. Empezó como oyente en los estudios Lumiton, siguió allí como asistente de dos películas de Francisco Mugica y acompañó a este director y a otra figura de aquéllos años 40, Tulio Demicheli, hasta convencerse de que podía hacer un camino propio. En esos trabajos junto a Demicheli conoció a su futuro e inseparable socio: Olivera.
Después de hacer dos cortometrajes, Ayala estrenó su ópera prima, Ayer fue primavera. Sus trabajos posteriores lograron rápida repercusión. Logró con El jefe el lucimiento de Alberto de Mendoza, catapultado desde allí a un futuro estrellato como gran figura del cine internacional. Desde allí quedó claro que la dirección de actores era una de las grandes virtudes de Ayala. Y en Paula cautiva (1963), para muchos su mejor obra, basada en un texto de Beatriz Guido, dejó a la vista los temas que más lo atraían: la observación de costumbres por parte de grupos sociales condicionados por su entorno social e históricos, la hipocresía como motor de muchas conductas humanas, el foco puesto en comportamientos no demasiado felices de la sociedad argentina diseccionados con humor e ironía y, en el fondo, una mirada comprensiva hacia esos comportamientos, que encontraba característicos y típicos de la sociedad argentina.
No hubo película de Ayala que no estuviese conectada, en mayor o menor medida, con los episodios históricos de la Argentina de su tiempo, pero sin una mirada marcada por alguna toma de posición política. Como señaló el crítico Claudio España en Cien años de cine, enciclopedia que editó LA NACION en los años 90, cada película de Ayala funcionaba "como una crónica contemporánea del pequeño mundo donde vivimos". Sus trabajos nacían de las páginas periodísticas, pero eran protagonizados por hombres comunes que se convertían en símbolos y exponentes de sus propias circunstancias históricas.
Su alianza con Olivera resultó prolífica y provechosa. Repartían las tareas de un modo que con el tiempo se convirtió en clásico. Las películas dirigidas por Ayala estaban producidas por Olivera y viceversa. Uno de los hitos de esa asociación, en 1964, fue Con gusto a rabia, que será recordada como la última aparición cinematográfica de Mirtha Legrand. Allí se hablaba desde un lugar de observación crítica y fuerte cuestionamiento de las formaciones que le abrirían la puerta al terrorismo político en la Argentina, como la agrupación Tacuara.
También no dudo en llevar adelante películas de rápida repercusión popular como Hotel alojamiento (1965), una de las más difundidas obras de la picaresca porteña aplicada al cine (y de una suerte de subgénero genuinamente argentino, el de las historias ambientadas en los hoy llamados albergues transitorios) que encontró una multitudinaria respuesta en las boleterías. Después seguiría esa línea con La gran ruta (1971).
Ese tipo de producciones realizadas con mucho profesionalismo les servían a Ayala y a Olivera para conseguir los recursos necesarios que les permitirían sostener producciones mucho más arriesgadas y personales. Así, por ejemplo, Ayala dirigió la trilogía en la que Luis Sandrini interpretó uno de sus últimos grandes papeles en el cine, el del docente secundario en El profesor hippie, El profesor patagónico (junto a Gabriela Gili y Piero) y El profesor tirabombas, entre 1969 y 1972, y también dos extraordinarios éxitos de público con sendas películas surgidas del éxito radiofónico y televisivo de Julio Márbiz. Argentinísima y Argentinísima 2 recorrieron el país con actuaciones de las más grandes figuras del folclore y del tango de entonces, algunas históricas, filmadas en sus propios "pagos chicos".
Ayala se puso al servicio del humor de Norman Briski en La fiaca (1968), apuntaló la popularidad del cantante Roberto Rimoldi Fraga en Argentino hasta la muerte (1972) y con el díptico integrado por Plata dulce y El arreglo construyó una pintura de ciertos comportamientos sociales que caracterizaron a la última dictadura militar. Más adelante se animó a contar desde el cine la turbia e impactante historia de la familia Shocklender en Pasajeros de una pesadilla (1984), con Federico Luppi y Alicia Bruzzo. Sobredosis, El año del conejo y Dios los cría, con Hugo Soto y Soledad Silveyra, fueron sus últimos trabajos. Murió el 11 de septiembre de 1997, a los 77 años.
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