A 20 años de la muerte de Vittorio Gassman, el recuerdo de El Matador
Este lunes se cumplen veinte años de la muerte de Vittorio Gassman. No haremos aquí una crónica de su vida ni intentaremos un repaso, siempre destinado a ser muy recortado, por su inmensa y prolífica carrera. En este mismo diario pueden encontrar varios artículos con esos y otros focos, publicados tanto antes como después de su muerte, el 29 de junio de 2000. Gassman -el matador, il mattatore- tendía a la omnipresencia, y estuvo activo en el cine y en el teatro hasta el final de su vida: la última de sus ocho visitas a Buenos Aires fue en septiembre de 1999, para inaugurar el II Festival Internacional de Buenos Aires con la obra El adiós del matador, que dirigió y protagonizó.
Gassman obtuvo éxito y reconocimiento en el cine temprano en su carrera con Arroz amargo, de Giuseppe De Santis, en 1949. Casi medio siglo después llegaría a actuar en una película que incluía a Brad Pitt en su reparto: Los hijos de la calle (Sleepers, 1996). Y si mencionamos a Brad Pitt no es para "acercar" a Gassman a una estrella del cine actual sino para anotar una pérdida: cuando alrededor del cambio de siglo murieron actores como Gassman, como Marcello Mastroianni o como Alberto Sordi, o como hace unas semanas Michel Piccoli, se fueron sin reemplazo. Los cines europeos, especialmente el francés y el italiano, entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la década de los setenta, fueron extraordinarios generadores de estrellas -no solamente actores y actrices sino también directores- de alcance y éxito mucho más allá de sus propios países, y sus películas tenían el estreno casi asegurado incluso más allá del Atlántico. En la Argentina, Gassman era una estrella convocante, y en los sesenta vino a filmar Il gaucho, es decir, Un italiano en la Argentina.
En estos días, ¿quiénes son las estrellas italianas que tienen ese alcance, ese reconocimiento? Las estrellas, hoy en día, son mayormente de consumo local en sus países de origen, y las películas exitosas en las que participan suelen volar bajo, cerca de la explotación del tema de moda en su sociedad y con pocas ambiciones de llegar a más lugares, o de perdurar. Para tener alcance internacional, los actores y las actrices necesitan formar parte del cine global, pegar "el salto", dejar de hacer el cine de su país. Tanto es así que si una película francesa, italiana o española, o incluso argentina, es muy exitosa y su fórmula argumental es considerada exportable, suele hacerse una remake para "traducirla" culturalmente. El de hoy es un mundo con un cine distinto al que Gassman frecuentó -tal vez demasiado, según sus propias declaraciones hizo unas cincuenta o sesenta, casi la mitad de su carrera, que habría sido mejor no hacer-, un mundo en el que, por fuera del circuito de los festivales de cine, las carteleras nos ofrecen modos de hacer cine menos variado que en la segunda mitad del siglo XX, y en el que si un italiano actúa junto a Brad Pitt casi que es porque su identidad de italiano está debidamente licuada, atenuada, pintada de globalización.
Y en esos modos de hacer cine del siglo XX, que eran expresión de identidades culturales singulares, también entraban las actuaciones, y Gassman era un actor italiano, incluso al participar en películas habladas en inglés; y era un actor italiano porque además representaba a su cine, un cine en plena actividad, en comunión con su público (como se dijo, un público más allá de las fronteras nacionales). Un actor con un estilo, propio y territorial.
En la película clave de sus varias colaboraciones con Dino Risi (su director favorito), Il sorpasso, Gassman tendría su actuación más paradigmática, la que habría que ver sin dudas si uno decidiera ver solamente una película con el actor. Una de las sigilosamente mejores películas de los años sesenta, la magnífica y perdurable Il sorpasso presenta a Bruno Cortona, un italiano canchero, narcisista, expansivo, inquieto, seductor, una fuerza vital -pero con claroscuros, peligros, diversas sombras y amenazas latentes- que encajaba de tal manera en la personalidad actoral de Gassman que, de alguna manera, le imprimió sus características a muchos de los personajes que Gassman haría a posteriori.
Un poco como le pasó a Daniel Radcliffe con Harry Potter, en muchas películas Gassman siguió usando al -y siendo usado por- inolvidable, insoslayable e insistente Bruno Cortona. Claro, Gassman era uno de los grandes y tenía una versatilidad evidente: no hace falta más que revisar su Perfume de mujer y comparar su sutileza contra el show intensísimo de Al Pacino en la remake, o volver a ver sus películas dirigido por Ettore Scola y Mario Monicelli. Y por otra parte, aún en muchas de esas películas de las que el propio divo renegaba -en sus más bien depresivos- años finales, en esas en las que la caricatura de sus marcas de "actor-autor" pudo ser una tentación facilista, Gassman fue parte de la grandeza del cine italiano, que pudo ser una expresión de cultura local y a la vez tener llegada universal. El cine global de hoy y el cine provinciano de éxito efímero que se queda dentro de su terruño no son ni locales ni universales: son globales, como muchos de los consensos entre desabridos, vacuos y peligrosos que nos rodean. A solo veinte años de su muerte, un ser como Gassman parece pertenecer directamente a otra era geológica.
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