El legendario Clint se puso a las órdenes de su discípulo Robert Lorenz en el que es su último trabajo como actor para otro director, interpretando a un veterano reclutador de jugadores de béisbol; Amy Adams, también en la cumbre de su talento, compone a su hija, quien debe ajustar cuentas con su padre y con sus propias elecciones del pasado
El lugar y la acción. Curvas de la vida -Trouble with the Curve en el original, Golpe de efecto en España- comienza con imágenes en movimiento que nos muestran imágenes fijas: la cámara recorre una pared con fotos colgadas que nos cuentan parte del pasado profesional del protagonista. Mientras tanto, hay una acción en transcurso, que se escucha intermitentemente: lo que hace o intenta hacer el protagonista Gus Lobel es pis. Y, ya anciano, lo hace -o casi no lo hace- con dificultad. Gus es un señor gruñón y taciturno y no está pasando por su mejor momento físico: los achaques de la edad son innegables. Gus trabaja desde hace mucho tiempo como cazatalentos para el equipo de los Bravos de Atlanta.
Esta es una película sobre béisbol pero, como pasa con tantas otras buenas películas sobre ese deporte, es en realidad sobre otra cosa: se trata principalmente de las relaciones entre personajes. Es que en realidad esta no es una película sobre béisbol, es más bien una película con béisbol. Curvas de la vida “es” sobre envejecer, sobre trabajar, sobre la relación entre un padre y una hija, sobre la amistad. También es una película que incluye el principio fulgurante de una historia de amor con los modos de las comedias románticas y muchos diálogos memorables. Esta es una de esas películas que desde las decisiones estilísticas de su comienzo hasta casi cualquier muestra que se tome de su sangre, pertenece al clasicismo, a formas de narrar probadas pero que se ponen en juego en cada película que las encarna. Y no son nada fáciles de llevar a cabo, máxime en la industria de Hollywood del siglo XXI.
Gus Lobel está interpretado nada menos que por Clint Eastwood, que por esos años decía estar retirado de la actuación. Sin embargo, volvió para esta película y después volvería a volver. Su última actuación antes de Curvas de la vida había sido en Gran Torino en 2008 y lo había sido bajo su propia dirección, dentro de su propio universo autoral. Pero para encontrar un rol actoral de Eastwood en una película de otro director antes de 2012 -año de estreno de Curvas de la vida- hay que retroceder hasta 1993, cuando estuvo a las órdenes del alemán Wolfgang Petersen en ocasión de En la línea de fuego. Y desde ese momento hasta hoy, es decir en tres décadas, en treinta años -es decir: en más tiempo que el que llegó a vivir James Dean- Eastwood solamente actuó para otro director y fue aquí, en la película que placenteramente nos ocupa, en Curvas de la vida. ¿Por qué habrá sido esta excepción?
Eastwood, un actor que emite su propia fuerza de gravedad
Uno podría pensar que el personaje de Gus está hecho a su medida, pero realmente uno nunca sabe cuánto del personaje está hecho antes de que un actor -y más en el caso de un actor como Eastwood- lo interprete. Eastwood, actor gravitacional, bien puede hacer orbitar toda una película a su alrededor. Luego de décadas de autorismo -la computadora insiste en poner “autoritarismo”, y quizás tenga un poco de razón- en la crítica y los estudios sobre cine, de décadas de endiosar solamente al rol de la dirección, quizás sea hora de volver a prestarle mayor atención a los actores. Al respecto siempre uno puede recomendar libros clásicos como El actor en el film, de Vsévolod Ilariónovich (V. I.) Pudovkin o Las estrellas de cine, de Edgar Morin. Y también, ya que salió no hace tanto en castellano y es imprescindible: Política de los actores, de Luc Moullet, editado por Serie Gong, que dice cosas como estas: “En principio, desde hace cuarenta años y gracias al trabajo de la crítica (por lo tanto y en parte culpa mía), los realizadores atrajeron la atención, dejando a los actores relegados. Bringing Up Baby (Howard Hawks, 1938) no es ya como lo era antes un film “de Cary Grant y Katharine Hepburn”, sino un film “de Howard Hawks”. Room for One More (Norman Taurog, 1952), dejó de ser un film de Cary Grant para ser un film de Norman Taurog, de hecho un tímido yes-man al servicio de Grant. La personalidad, la autoridad de algunos pocos grandes realizadores, hicieron que -si bien involuntariamente- los directores ganaran la partida, lo que favoreció a innumerables obreros parados detrás de la cámara. El actor como ganado de Alfred Hitchcock sigue siendo un buen chiste. Se hubiera debido matizar, darle mayor importancia a los múltiples testimonios de realizadores que rehicieron completamente la estructura, el guion y los diálogos de su próximo film en función de un cambio de intérprete. El director como único amo después de Dios, o en su lugar, es una idea tan cómoda que sirve de base a juicios precipitados: como podría decir Godard, llamamos a eso prensa porque achata los conceptos.”
Clint Eastwood, entonces. Eastwood el actor y el director venerado, el director reverenciado, el autor cinematográfico reconocido tardíamente, quizás justamente -o injustamente- por provenir de la actuación (aunque Eastwood también produce y hace la música en muchas de sus películas). Es crucial entonces, es relevante, saber que quien dirigió Curvas de la vida es alguien muy ligado a Eastwood, muy cercano. Esta película -hasta hoy la última actuación de Eastwood para otro director- fue la ópera prima de Robert Lorenz, asistente de Eastwood en nueve de sus películas y que hoy en día ya tiene una carrera propia. Eastwood, entonces, maestro de Lorenz, un alumno muy dedicado y convencido de la elección del clasicismo a la hora de narrar, y que ya volvió a probar su valía con su segunda película como director en 2021, El protector (The Marksman), protagonizada por Liam Neeson. Muchos años entre una película y la otra para Lorenz, pero por estos días -según IMDb- tiene varios proyectos en preparación. Es bueno saber que despunta la carrera de Lorenz porque su maestro Eastwood ya tiene 92 años y, si bien parece inmortal, la realidad suele desmentir estas ilusiones a cada rato, y el propio Clint ya hizo no una sino varias películas en forma de testamento, películas en las que supo despedirse una y otra vez.
En Curvas de la vida Gus/Clint tiene una hija, Mickey -otro de esos nombres unisex que hay en Estados Unidos, o en las películas norteamericanas- interpretada por Amy Adams en sus años de gloria (recordemos Los Muppets, El hombre de acero, Escándalo americano o The Master, todas entre 2011 y 2013). Mickey es abogada y la relación con su padre es explosiva, complicada, construida con capas y capas aluvionales en el relato: es decir con diálogos que funcionan perfectamente, que siempre son económicos en la formulación y a la vez están cargados de múltiples sentidos y emociones, incluido el humor siempre como opción a mano (y una y otra vez, las enseñanzas del clasicismo, también para el guionista Randy Brown).
Hay otro cazatalentos por ahí, Johnny Flanagan, interpretado por Justin Timberlake en sus años de mayor gloria en la actuación (recordemos Amigos con beneficios o Malas enseñanzas, por ejemplo), que juega con prestancia, chispa y ritmo en cada diálogo cargado de gracia con Mickey. Y hay muchos más actores cruciales en roles secundarios, como por ejemplo John Goodman. De Goodman también podemos recordar sus años de gloria, es decir casi todas sus intervenciones en cine, porque estamos hablando de una presencia impar, como la de Clint Eastwood. Curvas de la vida es, por otro lado, la única película en la que estos dos gigantes de muy distinto peso actúan juntos, y ya solo por eso debería verse, aunque hay mucho más, entre otras cosas esa fluidez que extrañamos en tantas películas de este siglo más preocupadas por impactar fugazmente que por narrar con armas perdurables.
Curvas de la vida está disponible en HBO Max, Google Play y Apple TV.
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