La aventura del Poseidón: tuvo un presupuesto millonario, atravesó varios obstáculos y enfrentó a dos actores
Esta película de 1972 casi no se llega a filmar, pero finalmente después de superar algunas dificultades no solo se realizó sino que además se convirtió en un clásico
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Quién más, quién menos, todos tienen su película preferida de cine catástrofe. No importa la edad, en los últimos cincuenta años la industria ha dado ejemplos de sobra; además que, gracias al avance de los efectos digitales, se ha vuelto creíble que una invasión extraterrestre destruye el Capitolio, o que un desastre natural divida al planeta Tierra en dos.
Sin embargo, quienes tienen más celuloide recorrido reconocen que su favorita llegó mucho antes de que una computadora hiciera el trabajo sucio. Se llama La aventura del Poseidón, y es la mejor porque también fue una de las primeras. Aquella superproducción mega estelar de 1972 marcó un camino que luego sería infinitamente recorrido, imitado y hasta parodiado.
La inspiración de la película protagonizada por Gene Hackman, Ernest Borgnine y Shelley Winters nació de una historia real. En 1937, el escritor norteamericano Paul Gallico viajaba en el conocido transatlántico Queen Mary, cuando una tormenta empezó a bambolear el barco de un lado para otro. La violencia del viento y el oleaje fue tal, que el muchacho entendió que estaba a merced de una muerte segura. El naufragio no ocurrió, pero la experiencia fue tan traumatizante que, años después, Gallico necesitó exorcizarla en un libro de ficción. La novela titulada La aventura del Poseidón se publicó en 1968, y en ella, los personajes vivían el mismo predicamento que había atravesado su autor. O peor, porque a diferencia de la vida real, el texto se centra en la supervivencia de un grupo de pasajeros cuando el navío en el que viajan es golpeado por una ola gigante, y queda flotando boca abajo. El libro fue un éxito, así que solo fue cuestión de tiempo para que Hollywood se interesara en él.
Un año después de publicada La aventura del Poseidón, el escritor recibió la llamada de Irwin Allen, histórico productor y director de la Fox, y también fanático del género fantástico. Ya entonces, en el haber de Allen se acumulaban películas como El mundo perdido (1960), Viaje al fondo del mar (1961), Cinco semanas en globo (1962); y series como Perdidos en el espacio (1965) o El túnel del tiempo (1966). Nadie mejor que él para entender el potencial de la historia.
Por 225 mil dólares, la Fox se aseguró los derechos, y enseguida puso al frente al director Gordon Douglas, y a todo un equipo de trabajo para que viera cuál era la mejor manera de llevar aquella catástrofe a la pantalla grande. Los borradores de guion se sucedieron, pero ninguno terminaba de convencer a Allen. Por más que probaban, Douglas y el resto no le encontraron la vuelta, así que uno a uno se fueron dando de baja. Fue entonces cuando Allen empezó a dudar si no había hecho el peor negocio de su vida (el 50 por ciento de los 5 millones presupuestados para hacer el film provenían de su bolsillo). Decidido a honrar el dinero invertido a como diera lugar, el productor contactó al británico y desconocido director Ronald Neame, como para que les sacara las papas del fuego; y al guionista Stirling Silliphant, para que puliera lo hecho hasta el momento, como para “salir del paso”. Pero estos dos hombres se tomaron el trabajo tan en serio, que no solo mejoraron lo escrito, sino que le dieron al proyecto la impronta que lo convertiría en un clásico de la historia del cine.
Problemas de ego
Hay una regla no escrita en Hollywood que es: si los protagonistas de la película van a quedar en medio de un grave predicamento, lo mejor es que sean conocidos. Allen y Neame tuvieron claro eso desde el principio, por eso buena parte del presupuesto de La aventura del Poseidón se usó para contratar a astros y estrellas, lo suficientemente populares como para traccionar espectadores. Gene Hackman acababa de llevarse el Óscar por Contacto en Francia, así que fue número puesto, Ernest Borgnine también. Con este criterio siguió completándose el elenco: Stella Stevens, Shelley Winters, Roddy McDowall, Carol Lynley, todas figuras muy queridas y admiradas. Hasta Leslie Nielsen anda por ahí, cuando todavía era un “actor serio”, y no había explotado sus dotes de comediante en las sagas de Y... dónde está el piloto y La pistola desnuda.
El rodaje de La aventura del Poseidón comenzó la primera semana de abril de 1972, curiosamente: en la cubierta del Queen Mary. Sí, la misma embarcación que fuera inspiración de la historia casi cuarenta años antes, se transformó en escenario de sus primeras imágenes.
Para lograr que los actores y actrices pudieran transmitir mejor la desesperación de sus personajes, Irwin Allen y Ronald Neame decidieron que la película debía filmarse en orden cronológico. Al mismo tiempo se les pidió, salvo alguna que otra excepción, que fueran ellos mismos quienes protagonizaran las escenas de riesgo. De entre las muchas que forman parte de la película, la más recordada es aquella en la que el grupo tenía que atravesar un sector inundado, nadando bajo el agua. También fue la generadora de una anécdota que, en la producción del film, pegó más fuerte que la ola al barco. Y casi hace naufragar todo el proyecto.
Resulta que el guion original decía que el personaje de Shelley Winters, en su juventud campeona de natación, era la primera en pasar por el pasillo inundado, siendo luego rescatada por el reverendo que interpreta Gene Hackman. Pero, conforme se acercaba el día de rodar, el actor se reunió a solas con el director y le dijo: “Ronnie, esto es estúpido. Mi personaje nunca permitiría que esa mujer atravesase el pasillo ella sola para luego tener que ir a rescatarla. ¿Por qué no hacemos que sea yo quien pase primero y, al revés, sea ella la que me rescate?”.
A Neame le pareció una idea excelente. Se hicieron los cambios pertinentes en el texto, y el realizador se dispuso a contárselos a la actriz: “Le dije, ‘Shelley, no serás la primera en bucear, lo hará Gene y luego tú lo rescatas’”. De acuerdo a lo que cuenta el propio director, la actriz se puso pálida y empezó a los gritos: “De ninguna manera. La única razón por la cual he aceptado hacer esta película era porque podría hacer esa secuencia y ahora me vienes con que no puedo hacerla. ¡Quieres darle los mejores momentos a Gene Hackman!”. Después de mucho discutir, Winters aceptó el cambio, así se filmó y así quedó en el corte final. Con un detalle que demuestra que, más allá de sus disputas, el profesionalismo de los actores fue absoluto: la toma fue tan exigente, que los jadeos por la falta de aire que muestran ambos intérpretes cuando salen a la superficie fue real.
Otra historia que tiene a Shelley Winters como protagonista (que engordó específicamente para poder hacer el personaje, y nunca más pudo recuperar su peso) se ubica en los descansos del rodaje. A la actriz le encantaba jugar al Rummy por dinero, así que entre escena y escena, siempre estaba buscando un contrincante. El que solía decir que sí porque le gustaba tanto el juego como a ella, era el actor Jack Albertson, su marido en la ficción. Cuentan que, al terminar la filmación, Albertson le había ganado a su amiga 200 mil dólares. Deuda que, según diferentes fuentes, nunca se saldó.
El otro gran desafío del rodaje de La aventura del Poseidón fue lograr que amplios decorados, como el del salón principal, pudieran verse “al revés”. Siguiendo la misma técnica que se había usado en Boda real (1951) para la escena en la que Fred Astaire baila por las paredes y el techo de una habitación, se diseñó un set que fuera completamente giratorio mediante una complicada estructura de poleas. Todo un avance “artesanal”, muy alejado aún de las posibilidades de una edición digital. A pesar de las medidas de seguridad, varios actores “sufrieron” la idea del escenario giratorio. El más complicado fue Hackman, que se lastimó los ligamentos del tobillo. Decía su director: “La película fue un reto técnico, pero también un estudio sobre la naturaleza humana bajo presión. Quisimos que el público sintiera que estaba dentro del barco, atrapado con los personajes. Por eso insistimos en sets reales inundados y efectos prácticos, incluso sabiendo las consecuencias que podían traer”.
La aventura del Poseidón se estrenó en los Estados Unidos el 12 de diciembre de 1972, y fue la película más vista de 1973 con una recaudación de 40 millones de dólares. El entusiasmo del público confirmó el potencial que tenía el subgénero naciente. Tanto así que al año siguiente, y también con la firma de Irwin Allen, se estrenó Infierno en la torre (1974), prácticamente la misma historia, pero en un edificio; cinco años después llegó Más allá del Poseidón (1979), que quiso sacar partido del nombre, pero se quedó en el camino. También, y a modo de “homenaje”, se han recreado situaciones de la película en producciones más recientes como Daylight (1996), Alien Resurrection (1997), Titanic (1997) o Los Simpsons. En 2006, Wolfgang Petersen apuntó directamente a la realización de una remake, que título simplemente Poseidón. Un engendro que quedó resumido en esta nota de LA NACIÓN: “Pura cáscara sin relleno, un envoltorio de lujo para un regalo decepcionante”.
A más de medio siglo después de su estreno, todavía resulta un placer ver La aventura del Poseidón. Aunque es cierto que con los años se le dio al film una impronta épica que, muy probablemente, no haya estado en los planes de sus hacedores, queda claro y se agradece, el concepto aventurero que se le quiso imprimir. Un espectáculo monumental, que ponía en riesgo a un grupo de personajes, para diseccionarlos en sus conductas individuales.
La película de Ronald Neame (y también de Irwin Allen) fue el punto de partida, visual y narrativo, de lo que vino después. Como dijo Ernest Borgnine en su autobiografía: “Trabajar en La aventura del Poseidón fue una experiencia única. La camaradería en el set y la historia hicieron que fuera más que un simple film de acción. Cambió la forma en que se hacían las películas de desastres. No solo mostraba el desastre, sino también cómo la gente común reacciona y lucha por sobrevivir”. Todo nació allí y, solo por eso, merece el lugar que ya ocupa en la historia del cine contemporáneo.
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