Lúcida reflexión sobre el amor
"La maman et la putain" (Francia/1973, blanco y negro). Presentada por Good Movies. Dirección: Jean Eustache. Con Jean-Pierre Léaud, Bernadette Lafont, Françoise Lebrun, Isabelle Weingarten, Jacques Renard. Guión: Jean Eustache. Fotografía: Pierre Lhomme. Música: Offenbach, Mozart y canciones de Marlene Dietrich, Edith Piaf y Zarah Leander. Edición: Denise de Casablanca y Jean Eustache. Duración: 210 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
Que ahora llegue finalmente a las salas de nuestro medio un film realizado en 1972, rodeado desde el principio por escándalos y polémicas y elevado con los años -y con la trágica muerte de su realizador, en 1981- a la categoría de film de culto plantea de entrada unos cuantos interrogantes.
El más elemental de todos se dirige a establecer el porqué de la demora, y ésta puede explicarse a su vez por dos datos bien puntuales: uno, su duración inusual -tres horas y media-, que mucho incidió en su trayectoria comercial, sobre todo porque se trata de un film en blanco y negro, sin grandes estrellas ni elementos especialmente llamativos a la vista; el otro, la fama de sus audacias (audacias que poco tienen que ver con el atrevimiento de sus imágenes), que tanto ruido produjeron en oportunidad de su presentación en el Festival de Cannes: no hace falta recordar el celo con que la censura vigilaba que lo que se proyectara en los cines no atentara contra "la salud moral" de la población adulta ni minara "los cimientos de nuestra cultura occidental y cristiana".
Otra pregunta no menos obvia nacerá de la curiosidad de descubrir por qué "La maman et la putain" generó tanto alboroto en su tiempo, el mismo de "La gran comilona", de Marco Ferreri, o "Ultimo tango en París", de Bertolucci. Conviene anticipar en ese sentido que poco y nada es explícito en el film de Eustache y que en todo caso es posible presumir que pesó en tal estrepitosa reacción menos lo que los personajes dicen, muestran o hacen que la naturalidad casi distraída -sin ningún énfasis grandilocuente, sin ningún "encomillado"- con la que encaran temas y situaciones. El propio Eustache decía de su film -rigurosamente elaborado desde el guión pero concretado con el aspecto de una constante improvisación- que había sido pensado como la simple descripción de la marcha de una serie de acontecimientos, sin recurrir a los atajos de la dramatización.
Dejemos a un lado la cuestión -reservada a la conciencia del crítico- de cómo reducir al gráfico lenguaje de las estrellitas que impone la usanza actual a una obra que hace rato tiene un lugar en la historia del cine. Queda sin embargo por determinar de qué modo el espectador de hoy podrá acercarse a un film que tiene el aspecto de una larga serie de conversaciones obsesivas sobre temas vinculados con el amor y el sexo, teniendo en cuenta que de tales diálogos se desprende claramente la circunstancia histórica y cultural que se vivía por esos años, la (aparente) liberalidad con que hombres y mujeres establecían sus relaciones tras la llamada revolución sexual mucho antes de que se insinuara la negra sombra del sida, el desaliento generado tanto por la fallida rebelión estudiantil del 68 como por la situación política y el empecinamiento por hallar explicaciones y rumbos frente a la implícita sensación de que se había llegado a una suerte de callejón sin salida.
Seguramente no podrá el espectador desestimar esa necesaria perspectiva, quizá no tanto para entender las condiciones de la vida social y los patrones culturales de los setenta como para hallar algunas resonancias actuales en el lúcido examen de Eustache. Y quizá también -en el caso de los cinéfilos más apasionados- para descubrir, hurgando en este tardío (tal vez final) producto de la nouvelle vague , qué vestigios dejó ese cine en mucho de lo que sobrevino después.
Compromiso
""La maman et la putain" -decía Eustache- es el relato de ciertos hechos de apariencia anodina... Lo que sucede, los lugares donde se desarrolla la acción no tienen la menor importancia. Y sin embargo no podría ser sino lo que es, no podría situarse sino donde se sitúa porque fue así como la imaginé..." Palabras que hablan del compromiso intelectual y visceral del creador con lo que expone en su film y abren también la posibilidad de juzgarlo como una obra confesional en la que buscó alguna luz para sus propias zozobras interiores.
Las situaciones anodinas son, claro, sólo lo aparente. Alexandre (un personaje bastante familiar para Jean-Pierre Léaud después de sus experiencias con Truffaut, pero admirablemente logrado en su distanciada naturalidad) es un muchacho bohemio, narcisista, pretencioso, inconteniblemente hablador; tiene una opinión disponible ante cada situación, pero el único compromiso visible que asume es consigo mismo. Alexandre convive con Marie (la voluptuosa Bernadette Lafont, "una vieja de más de treinta años") y es mantenido por ella, pero cuando fracasa en el intento de recuperar a una antigua novia que está a punto de casarse con otro traba relación con Veronika (Françoise Lebrun), una enfermera polaca de conducta promiscua.
El film explora las tensiones que derivan de ese triángulo casi forzoso, pero sobre todo desmenuza las posturas muchas veces contradictorias, los prejuicios, los temores y las actitudes defensivas que cada uno experimenta frente al sexo en particular y a las relaciones humanas en general. Mucho resabio presesentista subsiste todavía en la conducta liberada de estos personajes, y el título, por ejemplo, es bien explícito respecto del papel que Alexandre reserva a las mujeres, aun en esos tiempos en que la anarquía sexual derivada de la revolución de las costumbres venía siendo desafiada por los avances del feminismo. La franqueza del monólogo final de Veronika no resultará seguramente tan provocativa como se la juzgó en Cannes hace veintiocho años, pero conserva su desoladora potencia dramática y marca el tono del film, próximo al desencanto.
"La maman et la putain" es un film simple en su apariencia y complejo en su contenido. En lo formal, recoge el legado de la nouvelle vague pero se beneficia con la sostenida creatividad de su director: cada vez que las tres horas y media de proyección amenazan con convertirse en arduas, un giro, una réplica, un gesto cualquiera sacuden la aparente rutina y renuevan el interés del relato. En la evolución de sus situaciones y en la lucidez de sus diálogos encontrará el espectador más comprometido y más inquisidor elementos diversos que apuntan, abiertamente o de modo sesgado, a cuestiones que siguen inquietándonos o que entonces apenas se insinuaban pero fueron haciéndose más acuciantes con el paso del tiempo. De todos modos, sea o no tentado por el film para avanzar en esos rumbos, no dejará de apreciar el fino análisis de sentimientos que la película ofrece, la libertad de su construcción formal y la milagrosa apariencia documental que le proporcionan tanto los diálogos precisamente elaborados como la admirable labor de todos los actores.
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