Estrenada en 1958, Los desconocidos de siempre mira una realidad amarga con ojos cómicos, la de una Italia devastada por la guerra; en el film de Mario Monicelli sobresale un gran elenco encabezado por Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni y Claudia Cardinale
La obra cumbre de la comedia a la italiana tuvo un origen dramático. No podría haber ocurrido de otra manera, porque Los desconocidos de siempre (I soliti ignoti) surgió en una Italia todavía golpeada por los efectos devastadores de la guerra. En aquel 1958, año de estreno de la extraordinaria comedia dirigida por Mario Monicelli, la península atravesaba un momento político y social decisivo, en medio de una transición que la llevaría a principios de la década siguiente a un pequeño boom de bienestar y recuperación económica.
Pero las huellas del período anterior todavía quedaban demasiado a la vista. Trece años después del final de la Segunda Guerra Mundial, del cierre de la atroz experiencia fascista y del recibimiento de los soldados estadounidenses como verdaderos liberadores, Italia todavía mostraba al mundo un rostro maltrecho y desesperanzado. Y el cine peninsular de ese tiempo, a través de las grandes pinturas del neorrealismo, se convertían en el mejor testimonio de esa geografía surcada por el hambre, la pobreza, el analfabetismo y sobre todo el modo en el que los sencillos italianos de a pie recurrían a cualquier rebusque para ganarse el pan y, eventualmente, salir de perdedores.
Algunas de las exteriorizaciones de esa conducta tenían, por la propia naturaleza del temperamento peninsular, un costado muy gracioso y pintoresco. Allí está la génesis del aspecto, si se quiere, más divertido del duro cuadro social neorrealista, representado en la película de Monicelli por ese grupo de perdedores impenitentes resueltos a planificar “científicamente” el robo perfecto a la caja fuerte de una casa de empeño.
Los desconocidos de siempre fue una de las primeras manifestaciones de lo que más tarde identificamos como la gran commedia all’italiana. A través de ella supo llegar rápidamente a la mayoría de edad. Allí aparecen expuestos de manera casi perfecta todos los grandes rasgos de identidad del género, sus características y dimensiones, sus modos de expresarse y de dialogar con su época y su contexto geográfico. Y también surgen en esta película algunos de los pilares actorales de esta corriente, con Marcello Mastroianni y Vittorio Gassman a la cabeza.
Sabemos que la comedia a la italiana se reconoce a partir de la presencia imbatible de sus grandes capocómicos (además de Mastroianni y Gassman están arriba de todo en ese Olimpo Alberto Sordi, Ugo Tognazzi y Nino Manfredi), pero sin la magnífica corte de inigualables secundarios que los acompañan nada hubiese sido posible en la magnitud alcanzada.
En el caso de Los desconocidos de siempre, concebida justamente a partir de la historia coral del grupo que se propone llevar a cabo ese golpe, buena parte del éxito se lo debemos al elenco. Si de tanto en tanto queremos verla de nuevo, buena parte de ese impulso tiene que ver con el deseo de reencontrarnos con un puñado de personajes únicos. Como Cosimo Proietti (Memmo Carotenuto), el gritón ladronzuelo que tiene la primera idea del robo. O Ferribotte (Tiberio Murgia), el pequeño siciliano que mantiene encerrada bajo custodia a su joven y bella hermana. O Dante Cruciani (Totó), el “experto” en abrir cajas fuertes que deja en consignación (y con recibo firmado) sus herramientas antes de tomar prudente distancia del momento del golpe. O el increíble y flaquísimo Cappanelle (Carlo Pisacane), a quien nadie parece tomar en serio y en el fondo termina dándole el único sentido posible al atraco.
La banda se completa con Giuseppe Baiocchi (conocido por todos como Peppe er Pantera), el amargado y frustrado boxeador que le permitió a Gassman mostrar por primera vez en la pantalla su vis cómica. Los registros de la época mencionan al escenógrafo y vestuarista Pietro Gherardi como el responsable máximo de la transformación del actor, hasta allí considerado por propios y extraños como un intérprete dramático tan convencido que la posibilidad misma de incursionar en la comedia parecía imposible para él. Gherardi ayudó a Monicelli en la meticulosa operación que le permitió a Gassman, primero, llevar su voz teatral y elocuente a terrenos mucho más próximos a la comedia, y luego a modificar algunos detalles fisonómicos, sobre todo en la nariz. Más de uno imaginó a Sordi originalmente en ese papel, pero la transformación funcionó y Gassman (que hubiese cumplido 100 años el último 1° de septiembre) quedó en la historia como dueño absoluto y eterno del papel que puso en marcha su maravillosa trayectoria en la comedia a la italiana.
A su lado, Mastroianni muestra a través de su personaje (Tiberio, un pintor con cada vez más lejanos sueños de gloria) una italianidad plena, graciosa, tierna, ingeniosa, pícara y sentimental a la vez. Muestra todo el tiempo las penurias de compartir techo (y muy escaso pan) en soledad con un bebé al que cría y cuida como puede. Su esposa, la madre del niño, está presa y a Mastroianni le toca ser el dueño de una de las grandes escenas de la película, aquella en la que lo vemos llevando al bebé a la prisión para que se quede con su madre la noche del golpe.
El grupo se completa con Mario (Renato Salvatori), que se dedica a la reventa de cosas robadas con cierto remordimiento, porque en el fondo siente culpa de su conducta frente a su madre, un rol que la película deliberadamente multiplica en su caso. Con lejano aire de galán, es el personaje más cercano a la redención y a un trato más serio de parte de sus compañeros.
Además de dirigirla, Monicelli escribió la película junto a tres autores esenciales del mejor cine italiano en la segunda mitad del siglo XX: Suso Cecchi D’Amico y el inseparable dúo integrado por Age (Agenore Incrocci) y Furio Scarpelli. La historia narrada en la película se inspira en un bello cuento (más bien una fábula) de Italo Calvino, ”Furto in una pasticceria” (Robo en una pastelería), incluido en el libro de relatos Ultimo viene il Corvo. “¿Será un buen golpe, Dritto?”, le pregunta en ese relato uno de los partícipes del plan a su ideólogo. “Si se hace”, es la respuesta.
“Los desconocidos de siempre es uno de esos títulos que el público conoce de memoria y ya entró en el corazón de todos los italianos junto a otros títulos de la época como La dolce vita, Divorcio a la italiana y Amarcord”, recordó el crítico del Corriere della Sera Maurizio Porro. Esa memoria, que no tardó en viajar de Italia al resto del mundo, incluye escenas memorables como la de Gassman y Mastroianni esforzándose con toda clase de herramientas en la dura tarea de romper una pared para acceder al lugar donde se encuentra la caja fuerte, para encontrarse del otro lado con el pobre Cappanelle aferrado a un plato y a una cuchara. Mientras todo el grupo sueña con un botín lleno de billetes, la única recompensa que busca el inefable “Sportivo” es satisfacer el hambre. Un plato de fideos con garbanzos aparece ante sus ojos como el manjar más suculento del mundo.
Otro de los puntos altísimos de la película es el modo en que construye un multifacético retrato femenino. Por supuesto, el rostro de mujer más destacado en Los desconocidos de siempre le pertenece a Claudia Cardinale, que en el tiempo del rodaje todavía no había cumplido los 20 años mientras mantenía en secreto la temprana espera de su primer hijo. Ese embarazo no le impidió transformarse a partir de allí en uno de los rostros más bellos, expresivos y esplendorosos del cine italiano.
Cardinale es Carmelina, la joven eternamente vestida de negro a la que su celoso hermano Ferribotte no deja salir del departamento, pero se las ingenia para ser cortejada por Mario. Fue tan poderoso el impacto que dejó la presencia de estos personajes entre el público italiano que Murgia, el actor nacido en Cerdeña que personifica a Ferribotte, no pudo evitar desde entonces quedar identificado con papeles de siciliano. La carrera en el cine de Murgia a partir de ese momento fue extensa y muy celebrada.
Más allá de la deslumbrante Carmelina, el despliegue de arquetipos femeninos del cine italiano continúa en Los desconocidos de siempre a través de Nicoletta (Carla Gravina), la ingenua y crédula empleada doméstica que se deja seducir por Peppe Er Pantera y se convierte en involuntaria cómplice del golpe. Esa imagen tierna y sensible contrasta con la de Norma (Rosanna Rory), la esposa de Cosimo, representante de otro modelo de belleza típicamente peninsular. Es intensa, vigorosa, observadora, sensual y también muy rápida y astuta (furba).
A más de seis décadas de su estreno, Los desconocidos de siempre conserva intacta la gracia natural de sus situaciones y el vínculo preciso con el contexto histórico, geográfico y social que le dio origen. Todas sus escenas transcurren en escenarios reales y muy reconocibles de la Roma de su tiempo. Las calles, las paredes, los muros, la forma de vestir y de actuar remiten a un tiempo lleno de cicatrices todavía visibles y de expectativas concentradas en el sueño de un futuro mejor, pero todavía lejano e inalcanzable.
La banda sonora, compuesta por Piero Umiliani, tiene elementos del jazz que se instaló en Italia de la mano de la llegada liberadora de las fuerzas estadounidenses en 1945. Esa marca de época también deja a la vista la presencia de uno de los grandes autores de música para cine que mostraría el cine italiano durante la década del 60. Este marco musical también contribuyó al reconocimiento internacional de la película, que llegó a lograr una nominación al Oscar como mejor película extranjera.
La tristeza de un cuadro social adverso, con la insatisfacción de algunas necesidades básicas, encuentra en el cine italiano a partir de Los desconocidos de siempre un modo de expresión inesperado a través de la comedia. En medio de una vida cotidiana llena de tribulaciones y sinsabores aparecen aquí todo el tiempo elementos propios de la comedia, con el aporte de las inevitables exageraciones que aparecen cuando llevamos al máximo algunas conductas típicas. Hasta Monicelli se anima a mostrar el momento en que muere uno de los personajes fundamentales de la trama. La secuencia tiene ribetes trágicos, pero a la vez se integra al espíritu cómico general que parece inspirar todos los movimientos.
Los desconocidos de siempre es una película que sigue a la vez cierta tendencia de la época relacionada con las prioridades que tiene la vida para determinadas personas. El trabajo no parece ser una de ellas. “Robar es un asunto de gente muy seria –filosofa en un momento Tiberio, el personaje de Mastroianni-, pero nunca para gente como ustedes. A lo sumo, lo único que pueden hacer es trabajar”. Los italianos parecen haber empezado a reírse de sus propias desgracias. Un drama transformado en la mejor comedia posible.
Los desconocidos de siempre está disponible en Qubit.TV
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