Unas mentes brillantes

En este mismo momento, a menos de una hora de viaje en auto desde San Francisco, hay gente que explora la mejor manera (la más creativa, la más divertida, la más feliz y original) de contar a través del cine las peripecias de un viaje por el interior de la mente de una niña.

Cualquiera que conozca los estudios Pixar podría armar a simple vista el esqueleto de esa travesía. Después de ingresar en el edificio central del complejo (más parecido al campus de una universidad consagrada al diseño que a un estudio cinematográfico) y atravesar el inmenso y luminoso atrio central, dos pasillos ubicados a ambos lados conducen al visitante, a modo de plataformas elevadas, a los corredores flanqueados a izquierda y derecha por coloridas y funcionales oficinas, salas de reunión e islas de edición.

En alguna de ellas no será difícil hallar a Pete Docter junto al equipo creativo que trabaja en el proyecto, aún sin título pero con fecha cierta (el 19 de junio de 2015) para su estreno. Tenían que pasar algo más de 25 años desde el nacimiento de Pixar para que ese puñado de mentes brillantes (Docter, John Lasseter, Ed Catmull, Brad Bird, Andrew Stanton, Lee Unkrich, Bob Peterson) dejara de mostrar con sus películas cuán lejos puede llegar esa prodigiosa imaginación para encontrarse con la a priori extraordinaria idea de querer saber ahora qué pasa en la cabeza de un personaje. Alguien que podría ser la representación arquetípica de los pequeños espectadores actuales de esos films. O de quienes crecieron con las grandes obras de Pixar y hoy, como en el inolvidable final de Toy Story 3, sienten junto al inexorable paso del tiempo la maravillosa posibilidad de conservar intacta la inocencia.

Hemos visto varias veces a los personajes de Toy Story perdiendo parte de sus cuerpos. Ahora es el momento de prepararnos para ver en el interior de un personaje central de Pixar qué impulso vital los lleva, en definitiva, a unir esos trazos dispersos y al final mostrarse íntegros, plenos, únicos. Y felices como sus creadores.

Por Marcelo Stiletano

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