Todo lo que quisiste saber sobre sexo, en la nueva serie de HBO
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Otra vez el sexo es el tema en Tell Me You Love Me (los domingos a las 22), estreno de HBO que retoma la trama de alcoba en la línea que propuso primero Californication, con David Duchovny, y luego In Treatment: donde hay amantes tiene que haber problemas. Y hay consultorios terapéuticos, caras largas y una frase que se escucha invariablemente en algún capítulo, en este caso en el primero: "Tenemos que hablar".
Por momentos, da la sensación de que, saturado el consultorio de sexólogos célebres como Alessandra Rampolla (que con Las claves del placer, en Cosmopolitan, vuelve a hablar de lo mismo ya sin el impacto de su primer reinado), la consulta se trasladó a la ficción, aunque lo que se diga en el consultorio de la sexóloga Dr. May Foster interese bastante poco a falta de una interpretación más compleja que se ligue a la teoría freudiana y no a esa mala costumbre de los guionistas de divanes múltiples: poner en boca del psicólogo "los comentarios -como señalaba Hernán Ferreirós en una entrega anterior referida a In Treatment- que haría un lector de Bucay con veleidades de perspicacia".
Entre estos amantes, que aquí siempre padecen más de lo que gozan, se destaca Carolyn (Sonya Walger) que, luego de su participación como Penny Widmore en Lost, vuelve a la ficción en la piel de una mujer casada obsesionada con embarazarse. Le toca la escena más poderosa del primer capítulo: masturbación al esposo para comprobar la calidad del esperma a primera vista. Poco antes, para complejizar el cuadro, él le había reprochado sentirse tratado como un mero semental. Carolyn, corporate girl determinada a triunfar en la oficina como en la cama, es de las criaturas con más matices que prevé la trama de Tell Me You Love Me.
El protagónico absoluto, como pasa en In Treatment, es de la actuación, con fe en que se puede hacer una ficción teatral en contraste con la acción vertiginosa y el cuento fantástico de otras series hegemónicas. Hay pocas locaciones y tomas prolongadas que apuestan a la capacidad de emocionar de un gesto y a los climas antes que la intriga. Pero los problemas sexológicos se devoran muchas veces a los personajes, cuyos nombres propios quedan opacados detrás de estereotipos.
Las previsibles afecciones sexológicas que -se sabe de antemano- deberían corresponder a cada edad (según el corte generacional que plantean las tres parejas) conspiran contra el esfuerzo actoral: no hay suspense en el caso del marido al que, después de trabajar, siempre le duele la cabeza. Los diálogos dejan ese regusto a cosa ya escuchada desde el síndrome del último beso cuando el soltero perturba la víspera del casamiento con su dilema sobre la fidelidad hasta el de la señora de nadie, cuando la intocable se queja ante la terapeuta de los desplantes sucesivos.
La acción cobra otro vigor con las coreografías amatorias, que dan un paso más allá del porno soft del cable de las trasnoches de The Film Zone: se pierde temor a mostrar, sin cálculos sobre cómo tapar los genitales ni simulaciones forzadas de apasionamiento. Se percibe cierta insistencia de la directora Patricia Rozema en reaccionar contra el énfasis que ponen otras ficciones en los atributos femeninos; aquí ella privilegia reiteradas tomas de culos, bolas y masturbaciones de los tipos que colocan a Sex and The City en la prehistoria de la crónica íntima. No recuerdo otra serie que haya llegado tan lejos en la exposición del cuerpo como Tell Me You Love Me: sus naturalezas vivas son siempre espontáneas; las posiciones amatorias de su kamasutra básico desconocen falsos pruritos y miradas pacatas dejando aparecer a la cola blanda de Carolyn o el pito chico de Palek (los esposos obsesionados con tener un hijo). El pacto de verdad de estas escenas de sexo indica, además, que no habrá photoshop para arreglarlos ni plano que pretenda disimular la imperfección de las partes. En el defecto físico -opina Rozema desde sus ángulos de cámara- hay también una belleza.
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