¿Decisión política o que siga el baile? El Ballet Estable del Colón y un desafío doble: confirmar la excelencia artística en medio del debate público
Tras la renuncia de Paloma Herrera, la discusión acerca del funcionamiento de la compañía se abrió a la sociedad en pleno, un debate que representa una enorme oportunidad hacia el futuro
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Más allá de las simpatías y de las antipatías, que las hay –como también hay caza de brujas y temor a quedar encolumnados de un lado o del otro de la grieta que abrieron las declaraciones de Paloma Herrera-, la exposición pública que adquirió el Ballet Estable del Teatro Colón (BETC) en estas semanas representa una oportunidad: es tal la visibilización del problema que solo no la advierte el que no quiere. Cualquier cambio ahora implica una decisión política o que siga el baile.
Una radiografía del plantel actual de bailarines muestra un cuerpo de 93 personas, de las cuales cuatro están de licencia sin goce de sueldo. La bailarina más chica de la lista que tiene a disposición el director artístico sopló veinte velitas en julio y la más grande, 66. El 43% del total tiene 40 años cumplidos (los más jóvenes de ese grupo, en actividad). El propio elenco cuenta en un comunicado que emitió el viernes último que, actualmente, 25 personas estarían en condiciones de jubilarse si recuperaran la ley 20/40, correctamente aplicada. Pero desde mediados de los 90 ese régimen especial que permitía a los bailarines retirarse a partir de los cuarenta años edad, siempre que hubieran cumplido veinte de trabajo, dejó de regir en la ciudad de Buenos Aires, donde pasaron a retirarse a los 60-65 años como indica el régimen general previsional. Otras compañías públicas del país, como el Ballet del Teatro Argentino de La Plata, el de Bahía Blanca o de Córdoba, funcionan con la norma 20/40.
En el mundo, hay casos semejantes: por ejemplo, los bailarines de la Ópera de París se retiran a los 42 años. A fines de 2019 hicieron una huelga en contra de la reforma de pensiones que impulsaba el Gobierno de Emmanuel Macron para terminar con ese sistema diferencial, pero después apareció el Covid y el asunto quedó en suspenso. Si se siguiera con el mismo ejemplo, en la comparación aparecerían diferencias notorias de funcionamiento entre la OP, que tiene dos teatros con distintas programaciones y casi el triple de funciones que en el Colón. En Francia los bailarines trabajan largas jornadas.
Las horas de ensayo y la obligatoriedad de las clases fueron otros de los temas sensibles que volvieron a poner en foco la carta de renuncia de Herrera y el posterior debate mediático. El Ballet Estable comienza sus jornadas diarias con una clase optativa de 11 a 12, que de ser muy poco frecuentada con la llegada del maestro Mario Galizzi y la exposición pública de la situación pasó a ser súbitamente populosa; luego ensayan de 12.15 a 14 y tras un receso de una hora retoman los ensayos de 15 a 17. Es decir que, un día sin función, un bailarín que decidió tomar la clase trabaja 4.45 horas.
Si no fuera por el aire de renovación que exhibe el elenco por estos días, podría pensarse que ésta será otra de las tantas crisis que deja a la vista dificultades arraigadas en el funcionamiento de este organismo dependiente del gobierno de la ciudad de Buenos Aires hace décadas. La temporada artística, que comienza el 5 de abril, ya sufrió algunas modificaciones y bajas de figuras internacionales como Isaac Hernández -quien, en una demostración de solidaridad y respeto por los criterios artísticos de Paloma Herrera, canceló su participación en Giselle-, sin embargo hay unas setenta personas del plantel convocadas a trabajar para ese título.
Mantener abierto el debate para que se produzcan los cambios necesarios en el funcionamiento de la compañía y, a la vez, confirmar la excelencia artística en escena es un desafío doble para empezar el año.
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