Un “endemoniado” seleccionado de danza contemporánea invoca a la gran Pina Bausch
La coreógrafa Diana Szeinblum dirige “Obra del demonio” con trece bailarines de gran nivel que recrean el legado de la emblemática figura de la danza-teatro, en el escenario del Cervantes
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Obra del demonio. Así se llama esta prometedora propuesta que dirige la exquisita coreógrafa y bailarina Diana Szeinblum, quien convocó a un verdadero dream team de la danza contemporánea independiente. Desde esta noche y hasta el 16 del mes próximo, estos 13 jugadores experimentales, talentosos, diversos y multifacéticos coparán la sala mayor del Teatro Nacional Cervantes. Debería ser habitual que un teatro público programe un trabajo con estas características, pero lamentablemente no lo es. A los hechos: en sus 101 años de vida, es la primera vez que la sala oficial produce una obra de este tipo. Obra del demonio tiene algo, entonces, de gesto tardío, de reparación histórica. Y como si fuera poco, el disparador del montaje es el legado artístico de Pina Bausch, figura clave de las artes escénicas del siglo pasado, fallecida en 2009.
Esta puesta “endiablada” está atravesada por singularidades, historias personales, invocaciones, protocolos sanitarios, postergaciones. Por lo pronto, el montaje establece un puente con otras dos instituciones públicas de la ciudad: el Teatro San Martín y el Cultural San Martín. En el primero, en dos oportunidades la gran bailarina y coreógrafa alemana presentó sus trabajos. Fueron las únicas veces que la Wuppertal Tanztheater, la compañía que Pina Bausch dirigía, se presentó en nuestro país. A la vuelta de esa gran fábrica escénica, en el centro cultural, las curadoras y gestoras Mercedes Halfon y Carolina Martín Ferro crearon el ciclo Invocaciones, que propone generar un diálogo entre el legado de figuras claves del arte escénico del siglo XX revisitados por directores locales. Como en otro gesto de reparación histórica, en los ocho años de Invocaciones es la primera versión que pone su mirada en una creadora vital en el campo de las artes del movimiento.
El origen remite a 2018. Y el tránsito hasta hoy, cuando estos trece performers están entrando en calor en una sala de ensayo, no fue fácil. Inicialmente, la obra se iba a presentar en 2019 en el Cultural San Martín, pero el director de la sala tuvo que dejar su cargo y la idea quedó en la nada. Tras cartón, al año siguiente vino la pandemia. La temporada pasada, Sebastián Blutrach, que se desempeñaba como director artístico del Cervantes, decidió que la invocación a Pina Bausch de la mano de Diana Szeinblum y su equipo formara parte de la programación del teatro este 2022. Tras la renuncia de Blutarch y la llegada de las nuevas autoridades, la “endemoniada” obra que iba a salir a escena en mayo tampoco se estrenó. “Como la estructura del Teatro está con dificultades, se fue atrasando todo -reconoce la premiada coreógrafa, tratando de reponerse a la serie de infortunios-. El título de la obra da cuenta del proceso. Lo del demonio no es casual. Lo que hemos sufrido en todo este tiempo con la pandemia, la debacle del país y la situación del teatro es un historial del demonio”.
“Pertenezco a una generación atravesada por el acontecimiento de la obra de Pina Bausch. Para los que comenzamos a bailar en esos tiempos, la irrupción de Pina y su compañía, la Wuppertal Tanztheater, significó un corte transversal en lo que, hasta entonces, creíamos, era la danza. Nada pudo ya ser igual luego de sus primeros trabajos. Tal vez por eso, antes que ‘obra’ o ‘espectáculo’, creo que ‘acontecimiento’ es lo que describe mejor su trabajo”, sostiene Szeinblum en el programa de mano de este otro acontecimiento escénico.
Un poco de historia
Para entender esta invocación hace falta un poco de historia. En 1980, Pina Bausch y su grupo presentó en Buenos Aires Café Müller y La consagración de la primavera. Aquello fue un verdadero mazazo que dejó al público porteño entre mudo, desconcertado y al borde de un fervor desconocido. Diana Szeinblum estuvo en una de esa noches. Tenía 15 años. Y después de ver La consagración… le dijo llorando a su hermano que quería estar ahí, que quería hacer “eso”. En la platea también se encontraba el artista Guillermo Kuitca. Quedó tan deslumbrado que, años después, fue hasta Wuppertal, sede de la compañía de Pina, para ver Bandoneón. Su serie de pinturas “Nadie olvida nada refleja ese asombro” da cuenta de ese encuentro. Bandoneón se presentó frente al publico local en 1995. Por cuestiones generacionales, Celia Argüello Rena, Pablo Castronovo, Hernán Franco, Iván Haidar, Bárbara Hang, Josefina Imfeld, Alina Marinelli, Margarita Molfino, Andrés Molina, Quillen Mut, Rodolfo Opazo, Florencia Vecino y Diego Velázquez, los integrantes de este dream team, no estuvieron en la sala Martín Coronado del San Martín en aquella oportunidad. Sin embargo, la obra de Pina Bausch los atraviesa como pasó, y sigue pasando, con otros creadores no necesariamente del campo de la danza.
De hecho, Pedro Almodóvar, amigo de ese señora de mirada profunda y cigarrillo en la mano, dedicó en su película Todo sobre mi madre a una escena de Café Müller. “Sus espectáculos desbordaban fisicidad, instinto y una sensibilidad indómita, delicada y original”, reconoció el cineasta español. “Es la creadora de una nueva orden religiosa”, dijo Federico Fellini, quien la dirigió en Y la nave va. “Expresaba lo que el alma le dice al cuerpo”, apuntó su otro amigo Wim Wenders, quien estrenó Pina al poco tiempo de la muerte de la genial artista. El afiche de ese espectacular documental filmado en 3D, que permitió ampliar su legado a otros públicos, incluía la frase “Bailemos, bailemos, bailemos; de lo contrario, estamos perdidos”.
A pocos años de aquella noche en la que Szeinblum vio por primera vez una obra de Pina Bausch, el Instituto Goethe le consiguió una beca para ir a estudiar a la Folkwang Tanz Schule, que dirigía esa señora que revolucionó lo conocido. Diana no hablaba alemán, apenas algo de inglés. Para no perderse, no dejó de bailar. Hizo un solo inspirado en Alicia en el país de la maravillas que vio Malou Airaudo, mítica maestra de la compañía, quien enseguida la invitó a ir a la ciudad de Wuppertal para mostrarse a la propia Pina ese trabajo. Después de esa función privada, Pina la miró de una forma que, al evocarlo ahora, todavía la emociona. Durante varios años, Diana Szeinblum fue una de las bailarinas de La consagración de la primavera, aquella fascinante puesta en escena de la partitura de Stravinski en la que los intérpretes se movían por el piso del escenario cubierto de tierra húmeda. Y fue un sueño cumplido hasta que una hernia de disco impuso su regreso al país, donde se convirtió en una de las coreógrafas locales más reconocidas.
En diálogo con LA NACION, en una oficina del Teatro Cervantes, ahora reconoce que en algunos ensayos se logró conectar con aquello que viene imaginando desde hace varias años en medio de todo este tránsito tan accidentado. “Recién hace pocos días pude ver en una pasada lo que buscaba. Veo un proyecto muy grande hecho realidad”, apunta esta creadora de mirada profunda. No está acostumbrada a trabajar con un elenco tan numeroso; tampoco suele crear una obra con producción para presentar en un gran escenario. Pero desde un principio supo que el proyecto le posibilitaba reunir una cantidad de talentos difícil de hacer coincidir en una misma obra de la escena alternativa. “Aunque estos verdaderos monstruos no hayan visto su trabajo en vivo, ella nos ha horadado a todos. No hay persona de la danza que Pina nos haya interpelado”, asegura la creadora de obras como Secreto y Malibú́, Alaska, Una cosa por vez y Adentro!
En el seleccionado de lujo que armó se impone lo diverso. Entre ellos está Hernán Franco, el que acaparaba la atención de todos en El homosexual o la dificultad de expresarse, la obra Copi que se presentó también en el Cervantes. En una de las butacas de la sala reflexiona sobre esta largo viaje que hoy se abre al público. “Fueron tres años de trabajo entrecortados, pero en ningún momento nos desconectamos. Y aunque muchos de nosotros solo conocemos el trabajo de Pina por videos y relatos, Diana fue y es el punto de encuentro de esta evocación. Todo esto es como tocar la herencia de la danza-teatro que, para muchos de nosotros, implicó un verdadero hecho bisagra. Diana viene de esa herencia y no había otra persona más adecuada que ella para este abordaje. Es ‘la’ coreógrafa argentina. Obra del demonio no pasa por hacer un trabajo de mímica, de lograr una copia fiel. Pasa por tomar esos signos, esas formas fantasmales para producir un signo propio”, asegura.
Trabajar con esos trece perfomers (en escena serán doce, porque habrá un reemplazo) fue para ella como meterse en el inconsciente de cada uno. “Un proceso de mucha entrega, de respeto colectivo. Durante noviembre hicimos un proceso intenso de ensayo que fue una verdadera fiesta. Ellos y yo, produciendo libremente sin parar”, recuerda esos instantes de oro. A partir de aquello, vinieron luego muchas horas de trabajo hasta este acontecimiento.
Doce demonios dentro de una casa
Obra del demonio incluye textos generados por los intérpretes y una especie de manifiesto. “Hacemos y pensamos inmersos en las cualidades que la danza posee: ambigüedad, capas, misterio, abstracción, no-narración, insinuación sin respuesta alguna, ¡Obras del demonio! Desde nuestra esquinita, declaramos que seguimos tratando de resucitar a la danza en el teatro. La danza para nosotros es un objeto sagrado: hay que devolverla a su legítimo lugar en el panteón de la materialidad”, dirán al inicio del montaje en un texto que sacaron del “Idiófono”, de la escritora norteamericana Amy Fusselman, que una tarde llevó a un ensayo la talentosa bailarina Florencia Vecino, quien ha trabajado en varias propuestas de Luis Garay, de Leticia Mazur y de la misma Szeinblum.
En otro encuentro por los pasillos del Cervantes, Vecino da unas pistas de lo que se verá a partir de esta noche: “El público se va a encontrar con doce demonios adentro de una casa, adentro de un teatro, adentro de la mente. También verán narraciones breves, como interferencias, similares a eso que nos pasa cuando estamos pensando sobre algo y una imagen irrumpe con otro significado. Hay una frase popular que me hace sentido en este proceso de invocar a Pina que dice que si estás meditando y llega un diablo, pon ese diablo a meditar”.
En la casa tomada por estos seres endemoniados hay otros habitantes. El artista visual Eduardo Basualdo, el mismo que está presentando una muestra en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, puso a disposición su obra para que formara parte esta maquinaria evocativa. De hecho, el afiche de Obra del dominio es un gran ojo diseñado por este artista que, desde hoy, observará a la platea de sillas de pana rojas en la sala principal del Cervantes. Y como viene sucediendo con las últimas producciones de Diana Szeinblum, la música pertenece a Ulises Conti. A ellos hay que sumar al diseño de vestuario de Damasia Arias y el diseño de iluminación de Alejandro Le Roux.
“Bailemos, bailemos, bailemos; de lo contrario, estamos perdidos”
Diego Velázquez, actor de la serie Santa Evita como de tantas obras claves del circuito alternativo y del cine indie, rescata al ciclo Invocaciones como tal ante la falta de espacios dedicados la experimentación. De hecho, él ya formó parte de la anterior versión con una magnífica obra llamada Fantasmatic, que evoca a Stanislavski, que se puede ver en El Portón de Sánchez. “Hasta el día de hoy se pueden encontrar en obras de teatro o de danza rastros de la marca que dejó Pina. Y trabajar con Diana, con quien no lo había hecho antes, en una disciplina como la danza, que adoro y con la que siempre he tenido un vínculo muy particular, me produce intriga, misterio, alegría de poder compartir el escenario con un grupo tan numeroso. Acá el trabajo fue acompañar a Diana en su propia reflexión sobre el legado de Pina. El proceso, muy largo y accidentado, consistió en tratar de armar un universo en el cual conviviéramos todos sin perder la particularidad de cada uno y con eso hacer una obra. En definitiva, es lo que hacía Pina”, apunta este talentoso jugador de un equipo que tiene en general un despliegue físico admirable.
“A veces los bailarines escriben sus respuestas con palabras; otras, con el cuerpo y los movimientos. A veces es solo un gesto. Yo les pido que interpreten un deseo, un estado de ánimo, un miedo. O que imaginen y reaccionen frente a una situación inventada. Elaboro un cuestionario, tomo notas, les enseño un paso nuevo. Así se va armando mi material de construcción. Es con esto que construyo cada cuadro, como los ladrillos o el cemento de una casa. No es simple: sé lo que ando buscando, pero no tengo idea de dónde lo voy a encontrar. Yo lo siento, pero no lo veo; algunas veces aparece nítido, otras es una gran nebulosa. Hasta que una mañana me levanto y llega el gran chispazo: sé. Sólo que esta respuesta genera más preguntas”, dijo una vez Pina Bausch en una de sus tantas visitas a Chile.
Desde hoy, la criatura endemoniada de Diana Szeinblum y sus 13 fantásticos desplegará sus formas, sus referencias, sus evocaciones e invocaciones en una especie de manifiesto que pone a la danza contemporánea en el lugar que se merece. “Bailemos, bailemos, bailemos; de lo contrario, estamos perdidos”.
Para agendar
Obra del demonio Invocación XI - Bausch, de Diana Szeinblum, en la Sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes. Hasta el 16 de octubre, de jueves a domingos, a las 20.
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