
Sony
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La fatalidad de la vanguardia es que no puede triunfar. Basta pensar en las coordenadas militares de las que surge el término: aquello que está en la avanzada no puede estar en el centro. Una obra no puede ser vanguardia y a la vez central en nuestra cultura. El tecno-pop no es vanguardia, es música popular con vocación de llegar a los charts: como señala el crítico Simon Reynolds, hay que poner el énfasis más en el aspecto "pop" que en "tecno" dado que sus mejores emergentes tienen más vocación de creadores de melodías que de paisajistas sonoros.
A la primera etapa de deshumanización del rubro (la tecnofobia rockera solía estigmatizarla como mecánica, plástica y gélida) siguió una etapa en la que quedó claro que había otras emociones además de la angustia y la depresión en el pop sintético. Depeche pertenece a esta camada. Recién en su tercer disco, Construction Time Again (1983), encontraron su nicho: una fusión del espíritu aventurero del tecno-pop con la grandilocuencia del rock de estadios. Depeche combinaba una dosis del brutalismo erosivo de combos industriales como This Heat con el pulso neumático de un hit de Motown, pianos reales y riffs de guitarras rockeras. Su afinidad con el funk y el rock los llevó a los charts, pero su vínculo simultáneo con la música industrial y el tecno era lo que los hacía interesantes.
Unos treinta años después, su nuevo disco sigue usando este template. El título seguramente remite al "delta blues", el estilo más antiguo y "auténtico" del blues, originario del Delta del Mississippi, sólo que generado por una máquina: Delta Machine. Esta oposición entre lo visceral y lo mecánico fue uno de los ejes del tecno-pop. Tres décadas más tarde, la contradicción fue superada por la práctica dado que hoy no queda música que no sea electrónica: tocar en un estudio en una sola toma sin efectos digitales, sin digitalizar, procesar y editar el audio, sin usar Auto-Tune o sin samples es hoy tan excéntrico como lo era reemplazar una guitarra por un sintetizador a finales de los 70. El futuro alcanzó al futurismo del tecno-pop y lo relegó al presente. No hay aquí sonidos que sorprendan.
Los nuevos tracks no suenan enteramente distintos de los del extraordinario Some Great Reward (1984), y parecen una copia menos inspirada de los de Violator (1990). El mejor track del álbum es el electro-boogie "Soothe My Soul", candidata al reportorio en vivo de la banda; es un remedo de otros footstompers como "Personal Jesus" o "I Feel You". No faltan otros himnos en piloto automático como "Soft Touch/ Raw Nerve" que podrían haber dejado una marca si hubieran aparecido aquí por primera vez. Sólo la incorporación del programador Christoffer Berg (productor de los electrotalibanes The Knife) aporta un grado de minimalismo y oscuridad que trae algo de novedad a un disco que Depeche Mode viene haciendo una vez cada cuatro años desde hace unos veinte. Las letras siguen repasando los tópicos del sexo, el pecado y la redención, que en la voz de Dave Gahan –que conserva intacta su musculatura– son un territorio muchas veces visitado. Todo aquello que los distinguía en la época dorada del synth-pop se convirtió en un lugar común en el que la misma banda abreva en cada nueva oportunidad. Su mayor novedad es un reenvío, en el mejor de los casos, a otro momento de nuestro presente. "Mi pequeño universo se expande... lentamente/ Los que me conocen dicen que crezco todos los días", dice en "My Little Universe". No se puede decir lo mismo de Dave Gahan y su banda, que parece haber quedado congelada en algún momento de los 90.
Por Hernán Ferreirós




