
El desamor en los tiempos del tango
"Roberto: te dejé el pollo en el horno, si querés con arroz, no hay." Libro y dirección: Cecilia Dopazo. Intérprete: Silvana Sosto. Coreografía: Marta Monteagudo. Escenografía y vestuario: Marta Albertinazzi. En el Centro Cultural Recoleta Nuestra opinión: bueno
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El mundo de un ama de casa que se quiebra frente al desamor, es el leitmotiv de esta obra escrita y dirigida por Cecilia Dopazo.
Rosa siente en carne propia la infidelidad de Roberto. En un concurso se gana un viaje y decide liberarse de sus eternos castigos: la cocina, la plancha y su marido.
"Roberto: te dejé el pollo en el horno..." está armada en torno de un grupo de canciones, en su mayoría conocidas, y cada una de ellas le permitirá a la protagonista describir su situación personal.
Algunos temas resultarán familiares, como "No me amenaces" (José Jiménez), "Tres palabras" (Osvaldo Farres), "Te extraño" (Armando Manzanero), "Un vestido y un amor" (Fito Páez) o "Yo sin ti" (Pablo Milanés).
Lo interesante es que el traslado de esos temas al escenario del Auditorio del Centro Recoleta y al cuerpo de la actriz y cantante Silvana Sosto, les aporta una vitalidad renovada. Por momentos es ella la que interpreta y en otros quien pasivamente escucha a Manzanero, Luis Miguel o Caetano Veloso. Y como su interpretación está atravesada por un tono muy neutral, desapasionado, casi frío, conseguirá convertirse en una mujer casi asexuada, pero como necesita del otro se tornará inquietante, tierna. Como constante ella busca gestos y ademanes ampulosos para reforzar más y más ciertos efectos dramáticos.
Con la batuta
Desde la dirección, Dopazo propone observar al personaje y para eso genera una distancia elocuente. "A Rosa hay que verla para descubrir cómo podemos llegar a ponernos las mujeres cuando un hombre nos deja", parecería decir. Mientras tanto a Rosa no le importa, juega, se divierte mucho con eso que hace y canta, y si por momentos resulta un esperpento, mejor.
La imagen, tal vez, resultaría más potente si Sosto se permitiera un poco más de apasionamiento, si se decidiera entrar en alguna de las canciones y hasta desafiarlas. Entonces su Rosa sería más patética, la imagen más grosera y la respuesta del público más inmediata.
Simple en su diseño, la estética del espectáculo apunta a esa mujer.
El vestuario y la escenografía de Marta Albertinazzi y las luces de Marco Pastorino no hacen más que enriquecer al personaje, señalándolo, mostrándolo. Tornándolo un ser hasta desopilante.





