No es demonizada como la cocaína, ni goza de la prensa amigable de la marihuana. Es famosa hace 15 años pero aún hoy se debaten en el mundo sus verdaderos efectos.
Desde fines de los 80, el tiempo en que el éxtasis comenzó a circular en Buenos Aires como droga recreacional minoritaria, su consumo se extendió de un modo significativo pero el acceso a la información se mantuvo casi en un mismo nivel de precariedad. Hoy, el mundo científico se divide entre defensores de las potencialidades psicoterapéuticas del mdma (3,4 metilenodioxi-n-metilanfetamina, su principio activo) y los difusores de su nunca probada neurotoxicidad. En la Argentina, en cambio, el debate se acalla desde casi todos los sectores implicados: el Estado, el oficialismo químico, la policía, los promotores de eventos y hasta los usuarios.
La ecuación parece ser: cuanto menos se sepa, mejor. Ya sea por mantener el canon de las políticas represivas por sobre la información libre y precisa, por no ensuciar el negocio o por no agitar las aguas del circuito de consumo. En el vademecum de sustancias ilegales del imaginario popular, la marihuana aparece como la "liviana", la medicinal y la primera en la lista de despenalización (gana espacio amigable en los medios masivos y la Millon Marijuana March, el 2 de este mes en el Rosedal de Palermo, marca otro avance en la causa). En el extremo opuesto, la cocaína encarna el Mal, el espectro oscuro de "la droga" en crónicas ligadas a casos como el de Juan Castro o Maradona. El éxtasis, a nivel masivo, todavía es una especie de enigma. Sólo tuvo una aparición irrisoria en informes radiales y televisivos posCreamfields (Chiche Gelblung a la cabeza), con mucho de prejuicio y mitología y nada de información.
El mdma está a punto de cumplir veinte años como miembro dilecto en la lista de drogas peligrosas de la dea. Y también como ícono de época. Desde el big bang de la música house (Chicago, mediados de los 80) y la coronación balear de una isla de la fantasía serotogénica (Ibiza, años 90) hasta su desembarco en el rock nacional ("Como Ali", de Los Piojos) y el hip hop global ("Purple Pills", de Eminem, Miss e, So Addictive, de Missy Elliott), el éxtasis fue el núcleo de una cultura de baile que sentó sus bases en los efectos esenciales de la pastilla: empatogénesis y entactogénesis (una resonancia de Antiguo Testamento). La liberación abundante de serotonina (un neurotransmisor) provee esa sensación de comunión festiva y romance existencial: intensificación del sentido del tacto (esos "dedos supersensitivos" en la primera persona de Andrés Ciro), desinhibición (el principal argumento que esgrimen los profesionales que defienden su potencial terapéutico), empatía con el entorno, hipersensibilidad auditiva, ganas de bailar. "Me pasó de casi ponerme a llorar por no creer lo bien que la estaba pasando", cuenta Lara, una chica de 22 años de La Plata que probó su primera pastilla a mediados del mes pasado, en un festival multitudinario. "Terminó de tocar el último dj a las seis de la mañana y nos quedamos con unos amigos saltando una hora más, tocando silbatos y agitando lucecitas de colores. Sin nada de música, eh. Teníamos una inercia increíble."
La primera vez en el éxtasis, suele decirse, es irrepetible. La intensidad de las sensaciones puede ser asombrosa y la conexión con la música electrónica, en muchos casos, produce el efecto fantasioso "ahora entiendo todo" (nombre de una de las fiestas dance más desquiciadas que se encuentran hoy en la noche porteña). La "experiencia de serotonina" de una noche (o de un día), luego de la metabolización, es también irrepetible, pues el organismo no produce serotonina extra.
Algo parecido sucede con el consumo a largo plazo: los usuarios frecuentes desarrollan un nivel de tolerancia que provoca una merma en la intensidad del efecto y su consecuencia: el mecánico y riesgoso aumento de la dosis. Por eso el éxtasis tiende a ser una droga de período, reconocida por los médicos más por su tendencia al hábito que a la adicción. "Me sigue gustando tomarme una pastilla, ir a bailar toda la noche y eso", cuenta Leandro, de 31 años. "Pero lo que me flasheaba de la comunicación con el resto de la gente se fue perdiendo. Siempre caigo en los mismos lugares con el éxtasis, se vuelve un poco monótono. Se va perdiendo la magia."
"La magia" depende de estados anímicos previos, dosis, composición de la pastilla e interacción con la música. Hay que decirlo: la del éxtasis y el dance es una de las relaciones melo-químicas más simbióticas de la cultura pop. Del house líquido de la primera década (con progresiones fluidas y voces tántricas que repetían palabras como "love", "hold", "touch") al trance anfetamínico de los 90 (con la proliferación de pastillas potenciadas); del drum’n’bass y el breakbeat (el tempo de lo insaciable) a la re-individualización del electroclash (la oposición a la pista-sin-egos que planteó la rave), el éxtasis y sus variantes asistieron a la conformación de un ecosistema, un mercado y varios estilos sonoros diseñados en función de o a partir de sus principios activos.
Como cualquier otro mercado, el de las pastillas de éxtasis desarrolla diferentes modelos con logos, rumores y falsedades. Pero, ¿cómo se construye una marca de éxtasis? ¿Cómo se instala? Aun contra la voluntad de las marcas, las pastillas llevan impresos en bajorrelieve logos de Mitsubishi, Armani, Lacoste, Ferrrari, Rolex, Red Bull, Hyundai, Apple, Rolls Royce. Casi todos emblemas de productos de diseño, elegantes y de calidad. "Los productores, los grandes narcos, desarrollan sus propias marcas", explica Sebastián, miembro del Urban Bike Team (ubt.com.ar), una de las pocas fuentes de información -tan clandestina como seria- sobre el consumo de drogas que hay en el país. "El método se parecería a la comercialización de vinos de mesa. Digamos: a) fabrico un vino; b) hago que la gente lo pruebe y se corra la bola de que vale la pena pagar un precio alto; c) lucro con una ganancia aceptablemente baja durante un tiempo, hasta que se asienta la marca; d) mando a la venta un vino de inferior calidad, embotellado en el mismo envase que el vino superior, y ahí hago la diferencia. Esto es: el dibujito que elijan para la pastilla poco tiene que ver con el efecto que pueda provocar."
Por las dimensiones reducidas del mercado argentino del éxtasis, la instalación de marca es un proceso que puede insumir apenas un puñado de semanas. Carla, una diseñadora gráfica de 27 años que consume esporádicamente (pero que confiesa su interés por las apariciones sobresalientes), advierte, desde un lenguaje de analista económico, cierta recuperación de calidad después de temporadas de malaria cualitativa provocadas por el fin de la convertibilidad y la importación de pastillas-basura (antes, una buena costaba entre 15 y 20 pesos; ahora se paga entre 30 y 40). Y alerta: "Tenés que tener en cuenta que, en algunos boliches, la gente vende Viagra, pastillas con efedrina -de las que usan gente con alergias, como yo- y diversas sustancias formateadas como éxtasis."
Precisamente la adulteración de pastillas (y las mezclas) provocó las pocas muertes comprobadas por "sobredosis de éxtasis" en Europa. "En muchos casos cortan la pastilla con heroína para generar una adicción rápida y asociar determinada marca a la necesidad de ingestión", explica Lautaro, otra fuente que, por razones obvias, pide que se reserve su identidad (asegura que sabe de lo que habla porque vivió cuatro años en España.)
En la Argentina, las pastillas modificadas que circulan suelen contener, en su mayoría, sustancias inocuas (talco, maizena), drogas legales (aspirina, efedreina) u otros psicoactivos más riesgosos (pcp, ketamina, dxm). Algunos de estos datos pueden inferirse de un testeo de pastillas que se hizo, a pedido de los consumidores, en una fiesta de la escena underground. Aunque esta dinámica de testeo -muy común en Europa- contribuye decididamente a la seguridad del consumidor, el proceso aquí es ilegal. Y al no haber un análisis sistematizado por parte del Estado de la mercadería incautada, se ignora todo acerca de los peligros extra que puedan encriptar ciertos modelos de pastilla.
En el mundo se advierte cierto abaratamiento (las famosas píldoras británicas con el logo de 1 libra esterlina). Y la Argentina, que importa más mdma del que produce, sigue el mismo camino. La línea histórica marca una sofisticación no siempre positiva. Los pioneros que probaron éxtasis acá en los últimos años de los 80 (limitado al vip de ciertas discos) suelen describirla como una droga "más básica" que la actual. "Imaginate la diferencia entre un Valium y un Alplax", compara Mariel, consumidora de larga data asentada en San Cristóbal, apelando a dos marcas conocidas de benzodiazepinas.
tras la pista de la ultima tanda de pastillas Rolex (la favorita del momento de Carla, la usuaria esporádica) aparece Julio, un consumidor semanal de 24 años que la encuentra apenas aceptable. "Seis puntos", califica. La diferencia de percepción puede darse porque Julio tomó una versión abaratada del producto o porque, por ingerir la sustancia con mayor frecuencia, desarrolló un nivel de tolerancia significativo. Un par de días después se filtra el resultado de un testeo efectuado sobre la pastilla en un laboratorio particular. La Rolex contiene un 80 por ciento de dxm (dextrometorfano hidrobrómido), 10 por ciento de una anfetamina y otro 10 de residuos químicos. Nada de mdma. Noticia extraña: una de las pastillas del momento no es éxtasis. ¿Qué es?
El dxm es un supresor de tos que se encuentra en jarabes comerciales como el Benadryl (se vende sólo bajo receta archivada). En dosis recreacionales produce un estado de disociación similar al de la ketamina, el anestésico veterinario que se convirtió en una de las modas más peligrosas (y letales) de la noche. La ingestión tolerable de dxm incluye cinco mesetas de experimentación, según la dosis (aumentando severamente el riesgo a partir de la tercera fase). Si calculamos que una de estas pastillas puede pesar 200 miligramos y contener alrededor de 150 de dxm, se deduce que una persona de 75 kilos accederá a las dos primeras mesetas: intensificación de los sentidos, desinhibición, desestabilización y visión estroboscópica. Si a eso le sumamos el 10 por ciento de anfetamina y la confusión del viaje, un consumidor no del todo avezado experimentará un efecto similar al éxtasis.
Mezclado con mdma (digamos, una persona que tome más de una pastilla en una misma noche), el dxm se vuelve peligroso. Tampoco conviene mezclarlo con alcohol ni con drogas serotogénicas como el Prozac. Los riesgos, entonces, no provienen sólo de los efectos nocivos de las sustancias sino también de la obstinación, sobre todo estatal, de negar la existencia cotidiana de sustancias psicoactivas, pretender asociarla a submundos demoníacos y negarse a informar seriamente a los consumidores. Algo que en otros países ya es un hecho.
la policia federal no registra (o al menos no brinda) información sobre incautación de éxtasis y, mucho menos, sobre análisis químicos posteriores. El mismo silencio se impone en el establishment académico. Al ser consultado sobre las posibilidades de analizar pastillas que en el mercado circulan como mdma, el Dr. Otmaro Roses, jefe del departamento de Toxicología de la facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires, responde que, en caso de acceder a la mercadería, sólo haría la denuncia penal. Ni siquiera contempla el valor preventivo que podría proveer una estructura de química analítica oficial para este tipo de sustancias.
En ese contexto, la aparición de arda (Asociación de Reducción de Daños de la Argentina) inaugura un modelo local de ong integrada por profesionales de la salud y el derecho que asume la existencia de las drogas y busca informar y atenuar riesgos de consumo (tanto de sustancias legales como prohibidas). "Tomamos el modelo de interevención de fiestas raves que se desarrolla en Europa, como el Energy Control de Barcelona", cuenta Gustavo Hurtado, psicólogo miembro de arda. "Acá percibimos un consumo en ascenso de éxtasis, y en menor medida de ketamina. Y sin que haya ningún tipo de intervención sanitaria ni de protección social del Estado."
Una de las acciones impulsadas por arda es la distribución en fiestas electrónicas de folletos informativos sobre los recaudos que debe tomar una persona (dosis por contextura física, estado de ánimo, mezclas peligrosas, respuestas a cuadros de intoxicación) antes de ingerir pastillas, ketamina, ghb o popper. "Partimos de la base de que la nuestra no es una sociedad libre de drogas. Convivimos con ellas y tenemos que tener respuestas sanitarias y capacidad de distribución de información veraz entre los usuarios. En especial si tenemos en cuenta el fracaso histórico de los mensajes punitivos o persecutorios."
Frente al desinterés gubernamental, el único trabajo de campo serio local se hizo de manera furtiva. El año pasado, algunos miembros de arda intervinieron una fiesta underground en Buenos Aires y analizaron, mediante el test de Marquis, 18 pastillas que circulaban en la noche. Para su sorpresa, los interventores descubrieron que todas las pastillas testeadas contenían mdma, en mayor o menor grado de pureza. "En varios eventos nos niegan la posibilidad de testear porque eso sería un modo de asumir que se consume", completa Orge, músico y colaborador de arda.
Hasta hace algunos meses, el ubt vendía por internet el test de Marquis a 30 pesos el frasco (que contiene reactivo suficiente para analizar 150 pastillas), pero dio de baja el servicio por cuestiones impositivas. Hoy, si alguien quiere obtener alguna clase de test, tiene que recurrir a sitios extranjeros como eztest.com y encargar ejemplares de Marquis o Xtreme (mucho más preciso) por 22 y 35 euros, respectivamente. Para los consumidores frecuentes es una inversión razonable, excepto que hayan montado en casa un laboratorio de química analítica con cromatógrafo de gases y espectrómetro de masa.
la desconfianza publica sobre adulteración en el proceso químico de pastillas produjo un fenómeno similar al de los genéricos en la industria farmacológica legal: hoy hay un pequeño auge del mda (3,4-metilendioxianfetamina) vendido en cápsulas o en cristales, teóricamente en estado puro. "Venía tomando demasiadas pastillas malas", cuenta Marcos, de 26 años, con tono de converso. "O no me pegaba para ningún lado o me rompía la cara", dice apelando a un modismo típico de los usuarios frecuentes que equivale a aturdirse de drogas. "Dejé de tomar pastis hasta hace dos meses, que me compré unos cristales y volví a flashear. Pero la onda era cero anfeta, muy tranqui. Casi ni bailaba, me movía lento. No dejé de sonreír en toda la noche. Y tenía muchas ganas de conversar y de tocar cinturas. Un estado de relajación total. A la mañana llegué a casa, puse música bajita y me dormí de a poco. Me desperté al mediodía como si nada."
El contraste de experiencias personales construye la única base de datos del éxtasis en la Argentina. Y las historias van de lo coloridas a lo inquietantes. Dos años atrás Jorge, un consumidor de Avellaneda de 38 años, decidió hacer de su cuerpo un laboratorio orgánico por un fin de semana. "Unos amigos trajeron de Europa y me convidaron unas pastillas de diseño: eran ocho muestras de mdma adulterado", cuenta él. "mdma con una dexametaanfetamina, mdma con heroína, mdma con mezcalina, mdma con psilocibina, mdma con cocaína..."
La experiencia, en principio, perseguía cierto riesgoso interés psico-científico -discernir los efectos del mdma mutado- pero Jorge no resistió la tentación de meterse todas las pastillas en una misma jornada. "Tuve un día de éxtasis total y dos días del peor bajón de mi vida. Cuando uno toma mdma es su propio conejillo de Indias. Los dos días posteriores fueron de agonía. Pero en el momento quedé tirado en un sillón escuchando los Chemical Brothers... A la tercera que me tomé ya no sabía con cuál estaba."
A Jorge no sólo lo hirió el bajón psíquico, sino también el hepático. Después de años de consumo de lsd, tiene el hígado "destrozado" por la estricnina, el alcaloide que se emplea como veneno para hormigas y que suelen contener las pepas para que el ácido se adhiera al cartón. "Por eso para mí la información es lo más importante. Yo en el momento no estaba al tanto de que me produciría un daño hepático irreversible."
El archivo es más vivencial y matemático que científico. Puestos a calcular, se supone que los grandes comerciantes de este tipo de sustancias importan unas 10 mil píldoras a un costo de -digamos- un dólar por unidad, en el inicio de una redituable cadena de intermediarios que termina en los 30 pesos que cobra un dealer por pastilla. Si la marca logra instalarse e imponerse sobre otras, si construye una identidad fuerte en esa porción del mercado, si el logo se convierte en señal de dosis generosa, la operación habrá sido un éxito. La más pura lógica de marketing, con efectos colaterales desconocidos.
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