
El gorro que Arlequín le robó a Polichinela
Hace poco, en una crónica del reciente Mundial de fútbol, en Francia, se habló del "gorro de Arlequín", refiriéndose al bonete celeste y blanco, con cuatro puntas colgantes terminadas en borlas, usado por los hinchas argentinos como símbolo de su fervor deportivo y patriótico. El tocado es gracioso y simpático, pero no tiene nada que ver con el de Arlequín.
El Arlequín tradicional usa un sombrerito redondo, blanco, parecido al famoso Gath & Chaves de los veranos de remotas infancias argentinas, sólo que con el ala completamente vuelta hacia arriba.
En las pinturas de Picasso, de Juan Gris, de Severini y de Pettoruti, los arlequines llevan un bicornio colocado transversalmente en la cabeza, con las puntas colgando hacia los hombros. Es un tocado de gala, para lucir en una ocasión más formal, como es un cuadro; rara vez, o nunca, se los verá así en un escenario.
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Personaje enigmático este muñeco con la ceñida malla a rombos de colores, la máscara felina, el andar elástico de bailarín o de acróbata. Desprendida del rostro, la máscara del Arlequín asusta, adquiere una cualidad amenazadora, lo convierte en pariente próximo de las cabezas de jaguar en las terroríficas esculturas del pasado mexicano, o en la sonrisa sarcástica del Gato de Chesshire en la Alicia de Lewis Carroll.
Amable, aparentemente ingenuo, juguetón y malicioso como los chicos, Arlequín esconde una prepotencia y una crueldad prontas a dispararse a la menor provocación. No en vano esgrime un pequeño bastón, o una palmeta, con los que amaga poner rotundo final a sus frecuentes querellas con otros rústicos rivales.
Ese adminículo disuasivo está señalando el origen antiquísimo del personaje. El tatarabuelo de Arlequín es una criatura legendaria, misteriosa, el Hombre de los Bosques, atisbado por la imaginación medieval en los más hondos recesos de las selvas que ocupaban gran parte del territorio europeo, por donde vagaban los dragones y los unicornios.
Venía a ser el Yeti de la Edad Media: un gigante barbudo, apenas cubierto por un taparrabos de hojas o de pieles y portador de una maza como la de Hércules.
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Otro antepasado del Arlequín es el campesino ignorante y zafio, pero muy astuto, ladino y diestro en embustes, que llega a la ciudad dispuesto a medrar con el mínimo esfuerzo. Figura ya en las farsas grecorromanas como el típico criado perezoso y respondón del protagonista, y el teatro europeo lo hereda hasta culminar en los Fígaros y los Leporellos de Moliére y de Mozart. En la Comedia del Arte se desdobla en el taimado Arlequín y en el estúpido Brighella.
Es justamente ese género tan particular del teatro italiano el que codificó, o estableció, las vestimentas adecuadas para cada personaje, a fin de que un público sencillo, no ilustrado, lo identificara de inmediato por su aspecto.
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El gorro bicolor adoptado, en este final del siglo XX, por los hinchas de fútbol, pertenece en realidad al Polichinela. En el original, las cuatro puntas terminan en cascabeles, detalle misericordiosamente obviado por los fabricantes actuales. Polichinela deriva del bufón medieval y en la baraja francesa se convertirá en el Joker. Es una criatura ridícula, casi patética, que en la ópera de Verdi se llama "Rigoletto". Cualquier inferencia maliciosa correrá por cuenta del lector...
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