
El milagro que nunca llega
"Algo en que creer" ("Something to Believe in"/1997), producción norteamericana en colores presentada por 20th. Century Fox. Hablada en inglés. Guión: John Goldsmith y John Hough. Fotografía: Tony Pierce Roberts. Música: Lalo Schifrin. Intérpretes: William McNamara, María Pitillo, Tom Conti, María Schneider, Ian Bannes y otros. Dirección: John Hough. Duración: 112 minutos. Calificación: apta para todo público. Nuestra opinión: regular.
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Maggie es una repartidora de cartas de blackjack en un casino de Las Vegas y sueña con convertirse en actriz. Mike, por su parte, estudia piano en un conservatorio de París y fantasea con la idea de ganar un concurso que lo encumbrará a los más altos peldaños de la música clásica.
Pero el destino, ese duende impredecible que alegra o desvanece ilusiones, tenderá sus trampas para impedir que esta pareja, que viaja a un mismo destino, un pueblecito italiano de pobladores creyentes en milagros, pueda acceder al amor sin peligros.
A Maggie los médicos le descubren un cáncer incurable. Mike deberá rendir un examen que lo catapultará al éxito inmediato. El encuentro de ambos hacia igual destino es bien distinto. La muchacha desea acercarse a una virgen que derrama lágrimas y que, de acuerdo con la imaginería popular, cura las más crueles enfermedades. El joven se presentará a una rigurosa prueba cuyo resultado dirá si es talentoso para el piano.
La flecha de Cupido, por supuesto, se encarga de unir ambos corazones, pero las dudas y los miedos no tardan en apoderarse de ambos. ¿Podrá la virgen sanar a Maggie? ¿Ganará Mike el duro concurso? La historia, entre romántica y melodramática, se encarga de dar las respuestas luego de hacer transitar a la pareja por una serie de desventuras y de engaños.
Esta trama muy light sirvió al director John Hough para demostrar que el cine norteamericano está dispuesto también a combinar el dolor con el amor. Lamentablemente, el guión en que se apoyó el realizador es bastante convencional y se interna sin miramientos por una falta de rigor emotivo y por una total carencia de poesía.
Las buenas intenciones de la historia naufragan en un mar de pretensiones donde se insiste en hacer creer lo increíble en un juego bondadoso con una vuelta de tuerca, o trampa ingenua, para arribar a un final feliz a los acordes de una sinfonía grandilocuente que apunta a la lágrima fácil del espectador.
Ni los pálidos apuntes de una comunidad itálica dispuesta a apoyar a la enferma y al pianista ni el nudo argumental salvan a este relato desvaído y previsible.
Sólo una buena fotografía, una música compuesta por el siempre talentoso Lalo Schifrin y la voz de Plácido Domingo, que entona de fondo una romántica canción, insertan algo de interés a la anécdota.
Tampoco el elenco pudo reflotar sus respectivos personajes. William McNamara se puso en la piel del comprensivo pianista con bastante desgano, en tanto que María Pitillo prestó nada más que su rostro a la enferma que apuesta a la fe para seguir viviendo. Los demás integrantes del reparto -entre los que figuran Robert Wagner y Roddy McDowall- luchan sin triunfar en esta mezcla de romance e ilusiones opacadas por la tragedia.




