El ocaso de Harvey Weinstein, el castigador de Hollywood
El magnate fue acusado de ser un acosador serial y se tomó licencia de su compañía; ¿es este el principio del fin?
En el atardecer del viernes, un sonriente Harvey Weinstein dejó su departamento en el West Village neoyorquino. Pasó sin decir palabra frente a la guardia periodística que lo esperaba y salió con una carpeta llena de papeles y documentos bajo el brazo. Casi a la misma hora, a 4000 kilómetros de allí, la prensa de Hollywood confirmaba lo que a esa altura todos descontaban después de la veloz escalada del escándalo mayúsculo que lo tiene como protagonista: Weinstein inició anteanoche una licencia de duración indefinida y dejó en manos de su hermano menor Bob el manejo de la productora cinematográfica que lleva el apellido de ambos.
Estas dos novedades tal vez sean las últimas de la carrera pública de una figura que hasta hace muy pocos días era visto en el mundo como uno de los "dueños" de Hollywood. Al hombre que alguna vez fue bautizado con filosa ironía por Meryl Streep como el castigador (the punisher) por su habilidad para levantar o destruir la carrera de alguna estrella ahora le toca ser castigado por todo lo que hizo durante los últimos 30 años de manera impune contra un sinnúmero de mujeres.La condena le llegó toda junta luego de las revelaciones de la meticulosa investigación publicada el jueves pasado por The New York Times. Por eso la caída es tan ruidosa y también por eso, como se dijo ayer en estas páginas, la carrera de Harvey Weinstein en Hollywood está casi terminada.
En vez de hablar, como inevitablemente ocurría todos los años para estas fechas, de cómo Weinstein se las ingeniaría esta vez para colocar alguna de sus películas de nuevo en los lugares más expectantes de la carrera hacia el Oscar, la prensa de Hollywood suma evidencias cotidianas sobre los hábitos escabrosos de Weinstein y su condición de acosador sexual a tiempo completo.
A los nombres mencionados en la concluyente investigación de The New York Times (ocho mujeres, de secretarias ignotas a actrices muy conocidas, que llegaron a acuerdos económicos con Weinstein para silenciar las denuncias hasta ahora y seguramente muchas más que todavía no hablaron) se sumó en las últimas 24 horas el caso de Lauren Sivan, ex presentadora de Fox News, quien reveló que una década atrás, cuando trabajaba en un canal de cable de Nueva York, el ya muy poderoso Weinstein se masturbó delante de ella en un restaurante.
Se trata de otra muestra del exhibicionismo que parece haber marcado durante décadas, según lo que cuenta The New York Times, el modo en que Weinstein trataba a las mujeres. Una conducta abusiva en términos sexuales que se extendía inevitablemente al abuso de poder. El productor reclamaba esos "favores" como condición necesaria para hacer realidad los anhelos de sus protegidas en ese mundo de sueños llamado Hollywood. Hasta apenas unas horas, Weinstein siempre fue visto como alguien capaz de lograr todo lo que se proponía. Ahora, hasta la gente de su máxima confianza lo abandona. Ayer renunció su más cercana consejera, la abogada Lisa Bloom, que pocas horas atrás fue una de las pocas voces que defendieron a Weinstein de las durísimas acusaciones de abuso.
I have resigned as an advisor to Harvey Weinstein.My understanding is that Mr. Weinstein and his board are moving toward an agreement.&— Lisa Bloom (@LisaBloom) 7 de octubre de 2017
Las fotos y las estadísticas oficiales registran hasta ahora una sola oportunidad en la que Weinstein, con pleno derecho, subió al escenario principal del Oscar para festejar el premio mayor junto a actores y directores. Fue el 21 de marzo de 1999, cuando Shakespeare apasionado le arrebató el premio a la mejor película a la gran favorita Rescatando al soldado Ryan. Aquella estupefacción general se convirtió con el tiempo en el reconocimiento general hacia la sagacidad y el maquiavelismo de Weinstein en las instancias previas de la gran fiesta de Hollywood.
Desde ese momento, Weinstein hizo que la temporada de premios fuese vista de otra manera. Los observadores empezaron a prestarles mucha más atención a los movimientos en las sombras de lobbistas e influyentes dispuestos a lograr que el voto de la Academia respondiese a sus expectativas. Weinstein siempre fue un maestro del crowdpleaser, término que se aplica a aquellas películas que suelen ser muy bien recibidas por todo tipo de público y se caracterizan por tocar especialmente la cuerda más emotiva.
Antes y después del triunfo de Shakespeare apasionado, pero sobre todo después, Weinstein supo todo lo que tenía que hacer para lograr que sus películas llegaran lo más lejos posible en el Oscar. No le hizo falta ocupar el primer plano, por más que disfrutaba de la exposición pública. Le alcanzaba con moverse con astucia y discreción entre las sombras como productor ejecutivo para acumular más de 300 nominaciones y premios para sus películas, algunas de las cuales (El artista, El discurso del rey) terminaron coronadas con el Oscar más importante. Un camino a casa tal vez quede este año como el último ejemplo de ese modelo de campaña. Weinstein llegó a principios de septiembre al Festival de Toronto, donde aquella película ambientada en la India había obtenido hace un año el primer espaldarazo de su camino hacia el Oscar, con el propósito de repetir una vez más el ritual y ponerlo al servicio de un par de nuevos títulos. Eso no ocurrirá.
Como si se tratara de un anticipo del destino, las películas que Weinstein soñaba instalar en el primer plano de los próximos premios recibieron una respuesta de la crítica internacional mucho más fría de la imaginada. Le pasó primero a The Current War, recreación de la fascinante batalla ocurrida a fines del siglo XIX entre Thomas Alva Edison ( Benedict Cumberbatch ) y George Westinghouse (Michael Shannon) para determinar quién lideraría la nueva gran revolución energética mundial. Y luego a The Upside, con Bryan Cranston y Kevin Hart al frente de la segunda remake de Amigos intocables, la historia real del multimillonario que queda parapléjico y se entrega al apoyo incondicional, la asistencia y la amistad de un hombre de extracción social bien distinta. La primera fue Inseparables, de Marcos Carnevale, con Oscar Martínez y Rodrigo de la Serna. Le queda a The Weinstein Company la lejana esperanza de que pueda instalarse con méritos propios en la próxima carrera por el Oscar un gran thriller como Viento salvaje, que todavía se mantiene en cartel en nuestro país.
Estas películas deberán confiar en su propio poderío y resignarse a no tener en esta oportunidad el poder de lobby de Harvey Weinstein, un nombre que cayó en desgracia a la velocidad del rayo. Hasta ayer su nombre funcionaba como un talismán casi infalible en la temporada de premios de Hollywood. Hoy es un activo tóxico. En otros tiempos, denuncias tan graves como las que involucran al productor no hubiesen ido más allá del sarcástico relato evocativo de libros como Hollywood Babilonia, de Kenneth Anger. Hoy se afirman como pilar de un cambio de época, apoyado en el rechazo absoluto a toda práctica de manipulación y abuso de poder, especialmente las que se ejecutan en el terreno más íntimo y personalísimo contra las mujeres. La imagen sonriente que tantas veces paseó Harvey Weinstein por la alfombra roja del Oscar este año no se repetirá. Nadie se preguntará por él.
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