
El regreso de la chica biónica
"La «mujer biónica» es toda una atleta. Yo apenas si practico algún deporte." Con una sonrisa tan diáfana como sus clarísimos ojos celestes, Lindsay Wagner hablaba así del personaje más famoso que le tocó interpretar cuando llegó a Buenos Aires, a comienzos de la década de 1980, casi en el apogeo de su carrera como estrella de ficciones televisivas.
Por entonces, el público argentino ya tenía a la rubia y alta actriz californiana como una de sus predilectas y la identificaba de lleno con Jamie Sommers, exitosa tenista profesional y esposa de Steve Austin, el "hombre nuclear", aquel astronauta que a un costo de seis millones de dólares logró que la ciencia le reconstruyera su cuerpo, casi devastado por un tremendo accidente. "Sus dos piernas, el brazo derecho y un ojo son reemplazados por componentes electromecánicos alimentados por energía atómica, que le dan un poder sobrehumano, cercano al de los superhéroes de historieta", según recuerda el especialista Hugo F. Vega en el tercer tomo de La magia de la televisión argentina , de Jorge Nielsen.
Fue tanto el éxito de El hombre nuclear a partir de 1974 que el personaje de Wagner, incorporado un año después y presente a partir de allí en cinco capítulos en los que el rating volaba, adquirió protagonismo propio y desde la serie original pasó a encabezar un proyecto similar como desprendimiento de la anterior.
La mujer biónica se estrenó en la TV norteamericana a comienzos de 1976, llegó a la Argentina un año después y entre nosotros no tardó en popularizarse tanto o más que su par masculino. Como él, ahora contaba con poderes sobrehumanos en las dos piernas y el brazo derecho, a los que se agregaba en su caso un oído superdesarrollado. Y también como él, cumplía peligrosas misiones al servicio de una organización del gobierno norteamericano que mezclaba investigaciones científicas y tareas de espionaje.
En contraposición, el toque dramático lo aportaba la amnesia en la que se sumió tras el accidente de paracaidismo que determinó la intervención biónica. Se había olvidado de su amor por Austin y sus dotes para el tenis, para iniciar una nueva vida como maestra rural. Hubo que esperar casi 60 capítulos, la aparición de un perro biónico llamado Max y cinco posteriores telefilms especiales (el último, en 1994) para que la pareja terminara casándose y pusiera así fin a tantas aventuras.
* * *
Pero nada se da por terminado en Hollywood, y mucho menos en estos tiempos tan afectos a recuperar mitos y personajes del pasado en frasco nuevo. La mujer biónica del siglo XXI acaba de hacer su aparición (debutó el miércoles 26 de septiembre en el prime time de la cadena norteamericana NBC) con algunos cambios y actualizaciones. La nueva Jamie Sommers también sufre un espantoso accidente y la tecnología la convierte en otra persona, fuerte y resistente como ninguna otra en el mundo, pero en este caso se trata de una camarera que a partir de este cambio rotundo se zambulle en una trama traspasada por sentimientos de venganza y que se desarrolla en un mundo tan dependiente de la evolución tecnológica como ella misma.
La jovencísima y casi desconocida actriz británica Michelle Ryan es la heredera de Lindsay Wagner, que en aquel primer paso por la Argentina hasta se dio el gusto de dar el puntapié inicial de un partido de verano que jugaron River y Boca. Tiempo después, para sorpresa de muchos, llegó a participar como actriz invitada en El infiel , recordada telenovela de Arnaldo André.
Parece difícil que la nueva chica biónica pueda repetir estas hazañas. Los tiempos cambiaron.
Por Marcelo Stiletano
mstiletano@lanacion.com.ar
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