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Hace algunas semanas pase por Deep Camboya, el estudio casero que andres calamaro montó en los fondos de su depto en Barrio Norte. Allí estaba él, sucio y desprolijo, grabando en un cd-r algunas de sus cientos de canciones nuevas, con la intención de mostrárselas a los responsables de dro, su discográfica española. Estaba enojado con la Rolling Stone de España; la llamó traidora. "Mi amigo diego manrique se transformó en jorge rial, ¿podés creerlo?", decía furioso. Y amenazaba, dolorido: "Me olvido algunas letras, pero me acuerdo de memoria todo lo que se ha escrito sobre mí".
En la edición de abril pasado de la RS española, el prestigioso periodista Diego Manrique dedicó su columna mensual a Calamaro. Allí Manrique escribió: "Andrés se ha convertido en un modelo patético, con un estilo de vida que supone un desperdicio de su talento, una carrera hacia la anulación psíquica y física. (...) Compone y graba sin cesar (...) y quiere que esas ocurrencias desgalichadas se publiquen tal cual, con su voz arrasada y sus teclados cutres. Su compañía se niega a satisfacer ese narcisismo de atleta de los excesos; ya lo hizo con El salmón, cinco cds de desparrame. (...)". Manrique se reconoce admirador y amigo de Andrés, y propone: "Tal vez es el momento de dejar de llevarle la corriente, olvidar las palmaditas en la espalda e intentar intervenir, ahora que todavía se puede, para evitar una tragedia humana y artística".
No coincido con Manrique. Ni en su diagnóstico médico ni en su opinión acerca de la obra más reciente de Andrés.
A Manrique le asusta la salud de Calamaro y busca, legítimamente, ayudarlo. Elige, entonces, hacer pública su preocupación y propone tomar cartas en el asunto, entrometernos, vigilarlo, ¿castigarlo? Alcanza con repasar las entrevistas a charly garcia que publicamos en el número anterior y en éste, para descubrir que intervenciones como las que propone Manrique (internaciones, digamos) no siempre resultan un remedio eficaz. No intento celebrar aquí la autodestrucción: procuro defender a toda costa el derecho individual que cada uno de nosotros tiene a hacer con su cuerpo, con su obra, con su vida, lo que mejor le plazca.
Dejo ahora de lado el debate acerca de qué es la salud y qué la enfermedad, y paso a las cuestiones artísticas. En Deep Camboya pude escuchar muchas nuevas composiciones (como suele ocurrir, me fui de allí con mi casete de inéditos). ¿Canciones cutres? Bueno... Entre decenas de cintas con temas nuevos en el mismo plan lo-fi de El salmón, Andrés tiene frases y melodías increíbles, iguales –¡mejores!– a aquellas que han generado nuestra admiración (y también la de Manrique). "Los argentinos", por ejemplo, es brillante: "¿Será que estamos en la lona que nos quieren boxear? ¿Viste cuántos países que ya no existen?". Claro: si a Manrique no le gustó El salmón ("cinco cds de desparrame", según escribe), probablemente tampoco festeje estas nuevas canciones. Pero, en su afán por cuidar a su amigo, Manrique termina defendiendo a la corporación del disco y pierde de vista que El salmón es, en su totalidad, una obra monumental, un gesto artístico extremo de un músico de rock dispuesto a desafiar los modos de producción y comercialización de una industria ganada por las estrategias de marketing y la estandarización de la música.
Calamaro hizo de la actitud rocker una religión; del sexo, droga & rock and roll un modo de vida. Hoy está mucho más entusiasmado con grabar sus canciones rápida y sencilla- mente y difundirlas gratis a través de Internet, antes que entregárselas a una compañía sólo empeñada en buscar la manera de hacer un negocio con ellas. Nada contra la corriente, provoca, molesta, nos obliga a contradecirnos. ¿No es acaso eso lo que siempre les reclamamos a nuestros artistas de rock?






