
El viaje de Cavia hacia el gran teatro
Ascenso: el director de "El vestidor" llega al Maipo para concretar los sueños y expectativas de un muchacho de barrio.
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Miguel Cavia es un tipo sencillo. De esos que, sin conocerlo, cualquiera podría tener la sensación de que se trata de un hombre sin poses, sin demasiadas vueltas. Tiene 46 años. Vive en el partido de San Martín -"en San Andrés, para ser más preciso, pasando la General Paz", agrega desde un camarín del teatro Maipo- pero, desde el suburbio, en muy poco tiempo se transformó en un habitante de las marquesinas teatrales de la avenida Corrientes.
Saltó a las luces de neón con la dirección de "El vestidor". La obra se estrenó hace dos temporadas y le valió a sus protagonistas -Federico Luppi y Julio Chávez- premios, giras y elogios varios. Esa puesta, que se está presentando en el Paseo La Plaza, convirtió a Cavia en un nombre que comenzó a circular entre los productores del ambiente del teatro comercial.
Pero si bien es un cultor del perfil bajo, una tarde sonó el teléfono de su casa. Era el mismísimo Alfredo Alcón, que le proponía dirigir "Largo viaje de un día hacia la noche", de Eugene O´Neill. "Por suerte -confiesa- no estaba y me dejó un mensaje en el contestador". Así, Cavia, un tipo tímido al cual la fotos lo incomodan, pudo reponerse de semejante sorpresa.
De aquel mensaje con voz inconfundible pasó mucho tiempo. Un largo viaje de tres meses de ensayos hacia la noche de estreno, que se producirá hoy. "La situación del debut es una escena temida pero -asegura con voz firme- con la función se abre un campo misterioso en donde el miedo inicial comienza a liberarse. Allí todo cobra sentido y se transforma en un momento sumamente placentero. En esos casos, lo fundamental es estar despierto y gozar de todo ese cóctel de cosas. Estar atento.
-¿Cómo te ves en esa situación?
-Con miedos, sensaciones de libertad y, en medio de eso, una cantidad de matices que se desdibujan y se aclaran. Como lo que puede suceder en un largo día. Pero, a medida que pasa el tiempo, dejo de vivir al estreno como una cosa final. Lo interesante son los ensayos, con todo aquello que los actores te van revelando. Durante ese lapso me siento representante de un espectador medio hasta que, finalmente, se instala el teatro.
-¿Te imaginabas toda esta movida de dirigir a Alcón y a Aleandro en el Maipo?
-Nunca me imaginé tener este cartel. Pensar en eso siempre me pareció muy peligroso. Sé que soy un privilegiado pero, de todas maneras, creo que en un punto uno se imagina todas las cosas que luego te suceden. Claro, a veces no te lo permitís andar contándolo por ahí.... Y eso es bueno porque si no hubieras fantaseado con tal cosa luego no lo podrías hacer. En ese sentido, el imaginario sirve para advertir un gran amor, una suceso impensado... Todo. Como la situación de un estreno como éste que, por suerte, al haberlo imaginado no me paraliza. Así las cosas adquieren otro color.
-¿Este estreno, qué color tiene?
-El de un acontecimiento luminoso. No siento que se me hayan opacado cosas, muy por lo contrario.
De la periferia al centro
Cavia suele trabajar en barrios, plazas, escuelas de su San Martín natal. "Estar en esos sitios y con esas condiciones de producción me despierta", confiesa. Y como sus sueños le sirven para prepararse también aparecen en momentos precisos. "Hace unos días tuve una sensación muy clara -cuenta entre calmo y excitado-, cuando era chico mi mayor ilusión era tener un monopatín. Subirme a uno, que era siempre prestado, me conectaba con algo relacionado con la velocidad, con el vértigo. Patinando das un gran impulso, te desplazás y hasta podés descansar. Es una sensación muy parecida a la que estoy viviendo".
Y en este viaje interno, la experiencia de Alfredo Alcón y Norma Aleandro se convirtió en una compañera de ruta fundamental. "Permitieron que las cosas fueran más interesantes. Cada uno aportó sus llaves, sus conocimientos. Yo sólo me limité a centrarme en el rumbo final. Pero, de todas formas, tengo la sensación de que todas las obras son organismos que están en constante movimiento. Por eso, una vez estrenado el espectáculo, me gusta estar en las funciones. El director debe estar atento a esos cambios.
- ¿Y qué cambios se produjeron en "El vestidor"?
-Se fue poniendo más linda, cada vez me gusta más. Surgieron detalles, otro aliento, otra calidad en el trabajo. También una economía de esfuerzo, algo complejo de lograr porque el actor siempre supone que debe hacer algo intenso. Eso tiene que ver con que el tiempo teatral es maravilloso pero, a lo sumo, dura dos horas.
Y Miguel Cavia sabe de eso. Antes de la dirección de "El vestidor" trabajó varias veces como actor. "Es lo que más me gusta", confiesa.
-¿Entonces, por qué te dedicás a la dirección?
-Porque, como dice un personaje de la obra, la vida te lleva y es bueno dejarse llevar.



