El gendarme tiene una ithaca-260 en la mano, un chaleco verde ceñido, la frente que se le arruga en dos trazos rectos y la boina inclinada a un lado. No dice buenos días, solo indica un lugar –es por allá–, y la punta metálica y aguda del arma señala, en una flecha letal, el camino: Franco Molina, de 12 años, mira tímido al piso y avanza por un pasillo estrecho con casas enfrentadas, hasta llegar a la iglesia Santa Clara, en el Barrio Ejército de los Andes. Ahí le toca esperar su oportunidad para ser, como en sus sueños, el jugador del pueblo.
Las audiciones para interpretar a Carlos Tevez en la serie de televisión, que dirigirá Adrián Caetano con producción de Torneos y que recrea la vida del delantero –a través de una primera temporada de ocho capítulos–, se hicieron en distintos puntos de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires: Retiro, Barracas, Laferrère y Béccar. Y también, claro, en el Barrio Ejército de los Andes o, como lo bautizó el pintoresco José de Zer en los 90, y luego exportó al mundo el propio jugador, Fuerte Apache.
¿Qué representa Tevez hoy para quienes crecen con su imagen plasmada en monoblocks y a quien elevan por encima de Messi?
Sin potreros no hay Maradonas
En una foto se ve al padre Raúl Lombardini de la iglesia Santa Clara junto con dos hermanos que acaban de recibir la Comunión: el de la derecha, alto, camisa holgada y casi tan blanca como su cara, corbata azul. A la izquierda, pelo negro encrespado, vestido igual, Carlos Tevez posa con 10 años. Hoy, un viernes de mediados de 2018, en ese mismo lugar de santos y olor a incienso, se buscará un "Apache".
Y si a un costado de esta iglesia se puede ver la garita verde y estratégica de Gendarmería, del otro asoma una canchita de fútbol con el pasto grueso, enmarañado. Por encima de uno de los arcos, una frase en la pared que hace de aforismo y, de algún modo, resume el espíritu del barrio: "Sin potreros, no hay Maradonas".
–Pibes con talento tenés de sobra acá.
La sonrisa de Gustavo Dzakich se despliega cada vez que habla de su barrio. Se acuerda, por ejemplo, de cuando en 1993 llegó desde Salta, con 14 años, para ser jugador del Club Deportivo Español. También de cuando quedó libre y empezó a jugar en las canchitas cerca de su casa, de su primera banda de amigos, de su trabajo como recolector de residuos y, también, de cuando asaltaba camiones blindados en plena ruta nacional. "No tuve las oportunidades necesarias en mi vida, pero salí adelante y quiero que mi experiencia les sirva a los chicos, para que sean más inteligentes". Hoy, Gustavo es un referente social del Ejército de los Andes. Administraba un concurrido merendero, Bigotes Blancos, que tuvo que cerrar hace unos meses, luego de que un intendente le donara leche en polvo vencida, dice.
–Acá tenés muchos pibes con condiciones de sobra y no solo en el fútbol. Una bailarina actúa para el Teatro Colón, un fotógrafo hizo documentales para National Geographic, otro es un famoso cantante de rap. Lo que pasa es que el nombre está muy ensuciado por los medios de comunicación. En cualquier lugar nos miran mal si decimos de dónde somos.
Se enteró del casting por un flyer que le llegó al celular y fue temprano para ver quién se presentaba con una misión autoimpuesta: reclutar "Carlitos" por el barrio. No quiere que ninguno se pierda la oportunidad porque, repetirá incansablemente, "muchos no la tuvieron".
El camino de Carlitos
El primer lugar que Gustavo visita para contarles a los chicos sobre la serie que actualmente se está filmando es, según sus propias palabras, una "expendedora de Apaches".
–Acá, esto que ves –señala un predio destruido, hundido en piedras y retazos de paredes– es el semillero histórico del barrio. El inicio de todo –dice, aunque el panorama se asemeje al del fin del mundo.
Es una tarde de fútbol de 1992 en el Fuerte. Un chico respira hondo y pausado, la boca abierta ensancha sus labios prominentes, mientras espera que otra vez le llegue la pelota en la cancha de Santa Clara, club emblema del barrio. Ocho años, fama de "crack", los elogios oscilan desde tribunas improvisadas con sillas de plástico. La pelota, al fin, llega trastabillando y él la duerme con la planta del pie derecho, poniendo el juego en pausa, y entonces siente, áspera, la marca encima. El cuerpo para un costado, balón por el otro, el rival atolondrado que queda en el camino y ahora mira su espalda: "Carlitos", lee en la camiseta, que avanza tenaz al arco rival.
Hoy, esa misma cancha está cerrada y sitiada por escombros. En el mes de abril del año pasado, un temporal arrancó el techo y todo se vino abajo. Fue en Santa Clara donde el Apache hizo sus primeros goles y gambetas antes de fichar para All Boys y despegar en el fútbol profesional. Ahí también jugó Darío Coronel, o Cabañas, aquel amigo que, dicen, tenía mejores condiciones, pero que se suicidó en una redada policial antes de ser capturado en 2001.
Hoy unos 120 chicos, entre categorías infantiles y juveniles, entrenan regularmente en el club. Su presidente, Chicho, pidió ayuda públicamente en los medios para reparar las instalaciones.
–Ver esto así es un puñal. Nos costó una barbaridad armar lo que teníamos y nos duele por las comisiones de chicos que no pueden entrenar. Me gustaría que Carlitos, si puede, nos dé una mano. Sé que no se olvidó de sus raíces –expresó en los medios el presidente.
Christian Tevez, tío del jugador y vecino del barrio, fue uno de los que vivió la infancia de Carlos con la pelota y hoy mira a varios chicos seguir el mismo camino: "El fútbol es un refugio para muchos que arrastran problemas familiares. Lo fue para mi sobrino y eso inspira a otros. Superó muchas cosas gracias al deporte. Le puso coraje. Muchos juegan porque no tienen otra salida y a veces están solos, pero por suerte cada vez hay más gente que los sabe guiar, como los entrenadores".
La siguiente locación de búsqueda es la Escuela Primaria N° 3, una de las cinco que tiene el barrio, casi en la periferia. Gustavo conoce a muchos de sus alumnos porque, cuando salían de clase, solían ir a su merendero. Laura Bertani, maestra del colegio desde hace 12 años, abre la puerta y sale, mientras dos chicos de guardapolvo blanco cruzan su paso por al lado, con una pelota en la mano.
–Que el casting sea acá es lo mejor que les puede pasar a ellos –dice.
Es 1991 y Susana Goni, maestra en la Escuela N° 50 de Fuerte Apache, está preocupada. No puede contener a un alumno de 7 años en su clase: arma equipos de fútbol, patea lo que encuentra, se distrae.
–Carlos –dice con voz alta, y él, rápido, baja la cabeza y ríe pícaro junto a sus compañeros. Ella lo conoce, a él y a su familia, sabe de su humildad y carisma. También, que cuando suene el timbre del recreo, será el primero en llegar al patio para jugar. Ahora explica un tema nuevo, habla de números, divisiones –como en la suma y resta, esto nos ayuda a…–, pero, entonces, el sonido agudo de la campana, el niño morrudo que se levanta y corre hacia fuera, liberado, a buscar una pelota, una piedra, cualquier cosa que pueda rodar.
–¡Despacio, Carlos! –le grita, pero solo ve una espalda que avanza, imparable, delante del resto. Diecisiete años después, Laura –que fue amiga de Susana hasta su fallecimiento– cita a Tevez como ejemplo para sus alumnos cada vez que tiene oportunidad.
–Desde la institución, y también como maestras, reivindicamos los valores que siempre expresa Carlitos. Hace unos años, hizo una entrevista con Fantino que siempre pasamos con un proyector para todos, donde habla del esfuerzo, de insistir a pesar de las carencias. Los chicos terminan llorando porque la palabra de él vale mucho para ellos. Algunos tienen una falta de contención familiar grande y solo quieren ser escuchados. El proyecto de nuestra escuela está situado en esa necesidad, más allá de la curricular obligatoria. Por eso, desde 2012, se volvió doble turno para que pasen menos tiempo en la calle.
Es un buffet pequeño ahora, ocho mesas sobre la vereda, un televisor, una barra, la cocina al fondo. El Bar de Benito, donde se alimentan los futuros "cracks", describe Gustavo. Es un punto gastronómico popular dentro del barrio. Pero para Mingo Moyano, de 44 años, dueño del bar e hijo de Benito, su fundador, es más que un simple lugar para comer minutas.
–Estamos hace más de 30 años, antes era una verdulería y la atendía mi papá. Es un ambiente familiar y de mucha tradición en el Fuerte. Vienen a comer seguido muchos pibes que juegan y después terminan llegando a primera o yéndose afuera, como Carlos. Siempre tratamos de ayudar con lo que podamos. Si viene un chico a pedir comida o un vaso de gaseosa, seguramente se la demos. Porque después, todo vuelve. Mirá Carlitos, luego de tanto tiempo y a veces hasta se pega una vuelta.
Año 1993. Es verano y oscurece, el bar está vacío como suspiro. Benito se dispone a cerrar. Limpia con pereza las últimas mesas y comienza a entrarlas, cuando tres chicos, descalzos, remera al hombro, tierra pegada al cuerpo, entran en la galería. Uno de ellos, con la rodilla sangrando, acaba de jugar un campeonato con los más grandes. Le piden una Coca y un sánguche de milanesa para los tres. Benito, entonces, les cobra. Las monedas, envueltas en una remera, solo alcanzan para la gaseosa. Se las devuelve y les pide que se sienten igual, que él va adentro. Después, regresa con tres sánguches completos. El de rodilla rasposa, el que juega por plata con los de 30 años, Carlos, es el primero en terminar.
Casting Apache
Franco Molina, 12 años, mirada tímida, espera el llamado de los productores para entrar: será el primero del día. Se crio en el barrio y hoy vino con su padre, que le da palmadas en el hombro y le dice que no se ponga nervioso. Pero cuando le preguntan por Tevez, los ojos se le ponen vidriosos: "Es mi ídolo, el de mis amigos, el de mi viejo, lo voy a seguir siempre. Sueño con jugar como él, es mi referente. La última vez que vino, me saqué una foto y se lo pude decir, casi me pongo a llorar. Él es el mejor nueve que vi", dice unos minutos antes de que una productora lo llame desde dentro de la iglesia para comenzar.
–Olvidate, sí, tienen que salir del Fuerte.
Dice Diego "Chueco" Tevez, hermano menor de Carlos. Lleva puesta una visera tipo rap y un buzo negro del mismo estilo. Él y su hermano, Claudio, están presentes para asistir en lo que el director, Adrián Caetano, necesite. La comisura del labio se le ensancha cuando repite que sí, que ojalá los actores principales salgan de acá:
–Estoy todo el día en el barrio y sé lo que representa su figura para los chicos. Él viene siempre, trata de hablarles y pasarles su experiencia. Una faceta que le quedó pendiente es dedicarse a su fundación y, quizá, cuando se retire pueda meterse más. Está atento al casting y vamos a meter fichas para que los elijan acá.
Rodrigo Álvarez, 19 años, acaba de entrar. Vino con su madre, Gladys, que lo espera sentada afuera: "Hace 33 años que vivo acá –dice ella–. La emoción es muy grande, Carlitos es querido porque nunca perdió la humildad. Vuelve a visitar a su familia, eso es lo que vale. Es muy solidario. Yo trabajo en el comedor Bichito de Luz y siempre nos ayudó con algo. Tengo cuatro varones, todos fanáticos de Boca, así que crecieron viéndolo. Dios quiera que sea alguien de acá".
Su hijo sale y le da un abrazo, se emociona.
–Soy el fan número uno. Ni Messi ni Maradona, él es mi jugador. Los que nos criamos acá, siempre escuchamos las críticas de los de afuera, que somos chorros, malandras, pero hay que vivirla para entenderlo. Del Fuerte salió un gigante y van a seguir saliendo.
Los hermanos Tevez y Adrián Caetano charlan en una ronda afuera de la iglesia, mientras Gustavo va en busca de más "Apaches". De fondo, está la canchita y, más atrás, los monoblocks que tapan el sol, formando una penumbra suave sobre el pasto. Tres chicos, entre 7 y 9 años, esperan sentados en el casting. Uno pregunta, inocentemente, si hay que saber jugar a la pelota para entrar. Su amigo le responde, como un monaguillo: "No importa. Carlitos perdona, él perdona a todos".
Próximamente: Si dicen que muchas veces la realidad imita la ficción, esta vez la ficción se apartó de la realidad. Unos meses después de esta ronda de castings, finalmente se definió al Tevez de ficción: el elegido fue Balthazar Murillo, de 14 años, quien seis años antes había debutado en el film
Facundo Lo Duca