
Extraño encuentro
Wilfred Owen fue un joven poeta inglés, sacrificado a los veinticinco años en el campo de batalla, justamente ocho días antes del armisticio de 1918. Al parecer sus poemas de guerra se apartaban de las convenciones patrióticas para denunciar la ignominia de aquello que los gobernantes exigían de los hombres. Lo que Owen buscó transmitir a sus semejantes fue la ternura y la tolerancia de un ser sensible por sus compañeros de sufrimiento, cualquiera que sea el lado de la trinchera en que el destino los haya puesto. Para este piadoso poeta la redención llegará, en el más allá, de la reconciliación de los adversarios. Tal el sentido de uno de sus poemas, "Strange Meeting", en el que un soldado inglés y otro alemán se reconocen con estas palabras: "I am the enemy you killed, my friend" (Mi amigo, yo soy el enemigo que tú mataste).
Cierto día de 1958, en una emisión de la BBC de Londres, el compositor Benjamin Britten, declarado pacifista, se propuso consagrar el espacio a sus poetas preferidos, entre ellos Wilfred Owen, a quien consideraba el más grande rapsoda de la guerra y uno de los más originales del siglo. No extraña entonces que, convencido en el comienzo de los años sesenta del fracaso definitivo del humanismo, en una época en que las guerras eran parte de lo cotidiano, haya acudido a Owen para componer su "War Requiem". Un requiem de guerra destinado a inaugurar la nueva catedral de Coventry, en 1962, erigida para reemplazar a aquella que las bombas alemanas habían destruido.
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A semejanza de Mahler, en cuya Octava sinfonía incorpora al viejo himno latino Veni creator spiritus, el texto de algunas escenas finales del Segundo Fausto de Goethe, así Britten logró amalgamar el texto de la misa de difuntos con los poemas de guerra de Owen, cuyas ideas recurrentes de piedad, esperanza y reconciliación armonizaban sin esfuerzos.
Britten tradujo sus sentimientos a través de tres niveles sonoros. En el primero de ellos, los dos soldados (tenor y barítono) con una orquesta de cámara expresan, "desde el fondo del abismo", la piedad del hombre por su prójimo, por su enemigo-amigo. En segundo plano ubica la misa propiamente dicha, donde el músico busca encarnar la expresión litúrgica y ritual del lamento y los deseos de libertad y redención. En el tercer estadio sonoro coloca al órgano y al coro de niños como símbolos de luz y de inocencia en medio de los pavores del campo de batalla.
El hondo mensaje de Owen y Britten podría alcanzar a un infante norteamericano y a un miliciano iraquí, si en algún lugar del más allá llegaran a encontrarse. No es fácil imaginar, en cambio, que, en un extraño meeting , los promotores de esta guerra pudieran saludarse como amigos, ensoberbecidos como están por sus convicciones mesiánicas. Semejante binomio requeriría no el sensible pacifismo de Britten, sino la ferocidad de un Verdi redivivo, capaz de traducir en música tanto las recónditas entrañas de bondad que subyacen en un humano, como los delirios asesinos de un Macbeth o las atroces perfidias de un Iago.




