
Gime bandoneón
A los 99 años falleció el último gran poeta del tango, autor de clásicos como "Nostalgias" y "Los mareados", entre otros.
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Enrique Cadícamo murió ayer a la mañana en esta capital, a los 99 años. El notable poeta del tango falleció en la Fundación Favaloro, donde había ingresado el viernes último por una indisposición cardíaca. Sus restos son velados en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (Sadaic) y serán inhumados hoy, a las 10.30, en el cementerio de la Chacarita.
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Pudo haber escrito solamente aquellos versos: "Niebla del Riachuelo/amarrado al recuerdo/yo sigo esperando...". Con ellos ya habría conquistado la inmortalidad en el olimpo tanguero.
Habría sido suficiente que Carlos Gardel le cantara tan sólo uno de sus memorables tangos -entre los 23 que llegó a elegir El Zorzal Criollo- para hacerse acreedor del pasaporte de eternidad entre los más altos vates ciudadanos.
Pero el gran Enrique Cadícamo pergeñó otros versos inmortales, como "Nostalgias" ("Quiero emborrachar mi corazón/para apagar un loco amor/que más que amor es un sufrir...), canción que fue estrenada en 1935 en la película "Así es el tango", de Eduardo Morera, y cantada por Luisa Vehil.
Tangos como "La casita de mis viejos" ("Barrio tranquilo de mi ayer/como un triste atardecer/a tu esquina vuelvo viejo..."; como "Garúa" ("¡Qué noche llena de hastío... y de frío/El viento trae un extraño lamento. Parece un pozo de sombras, la noche...Garúa...".
Mucha poesía. Intensa poesía la de Cadícamo. Inventor de otros temas populares y lunfardos -donde restalla el humor- que estos tangos eclipsaron. Crónicas que son una reconstrucción del Buenos Aires de comienzos de siglo. Libros sobre el tango desde aquí y desde París. Un libro de memorias; sainetes y películas dirigidas por él ("Noches cariocas", en Brasil).
Pero será su poesía la que las generaciones venideras beberán como una nueva veta entre la mórbida vena de los celebrados románticos Rubén Darío y Amado Nervo.
Fueron la porteñidad -desde ese centro de irradiación: Corrientes y Esmeralda (lejos del almacén y del suburbio), las que le hicieron olvidar la cuna rural de aquella estancia bonaerense de General Rodríguez -Los Maireles-, donde nació el 15 de julio, en ese año inaugural del siglo.
Quizá porque desde los diez años este décimo hijo de los inmigrantes italianos Angel Cadícamo y Hortencia Iuzzi respiró el aroma del barrio de Flores, se hizo porteño por adopción. El 182 de la calle Rivera Indarte fue el campo propicio para que el pequeño Enrique empezara a tejer, con su fantasía de poeta, alguna historia impregnada de bruma y río.
Las armas del verso nacieron en el bachillerato del Nacional Mariano Moreno. Pero seguramente se afilaron desde los dieciocho años, al contacto con Leopoldo Lugones, Enrique Bachs, Félix Pelayo, Santiago Nudelman y Pablo Suero, desde ese rincón de escribiente en la biblioteca del Consejo Nacional de Educación.
Empedernida porteñidad
Pero Cadícamo no fue amigo ni de círculos literarios ni de cenáculos intelectuales. El prefirió un recorrido que en aquellos primeros años trazó desde Flores hasta la calle Corrientes los polos de una empedernida porteñidad, amasada en la nostalgia y el romanticismo. Esos años 20 fueron de muchachos soñadores que conquistaron el centro de Buenos Aires desde el reducto de un Café Paulista.
El alumbramiento poético fue una noche de 1924. La muchachada escuchaba en el bar céntrico Iglesias (en la entonces Corrientes angosta) al sexteto del pianista Roberto Goyeneche. El joven Cadícamo llevaba doblados en un bolsillo los versos de "Pompas de jabón". Bastó que las estrofas se encontraran con aquel otro Goyeneche (el primero) para que naciera su primer tango. Un tango que Gardel llevó a la gloria poco después en el cine Astral.
"Figura substancial de la evolución literaria del tango, a la que contribuyó con su propia evolución poética y con su fecundidad no sobrepujada aún entre los creadores de su género", escribe Horacio Ferrer, el poeta colega, en su Libro del Tango.
Cadícamo, asegura Ferrer, fue un aporte capital a la corriente que, en torno de Gardel, arranca con Celedonio Flores. Y que, desde 1920, se nutrió bajo influjo de los poetas de Boedo: Olivari, González Tuñón y De la Púa. Tangos, como "Muñeca brava", "Che papusa, oí", "Anclao en París" o "Madame Ivonne" estarían, de algún modo, ligados a tal tendencia. En la siguiente década nos encontramos ya con versos de la categoría de "Nostalgias", "Nieblas del Riachuelo", "Garúa", "Ave de paso", parangonables en inspiración y originalidad a los pergeñados por González Castillo, Homero Manzi y Cátulo Castillo "animadores centrales con su nuevo preciosismo metafórico".
Buenos Aires, desde la calle Corrientes hasta sus barrios, fue plasmada con finas o caricaturescas pinceladas, tanto a través de sus circunstancias como de sus intransferibles tipos humanos. Lo atestiguan letras como "Al mundo le falta un tornillo" o "Che Bartolo"; "Boedo y San Juan" o "Se llamaba Eduardo Arolas"; "Otros tiempos y otros hombres o "Shusheta, Palais de Glace".
A lo evocativo de "Tres amigos", a la tragedia pintada en "Santa Milonguita", al lirismo de "Pico de Oro", se sumaba un lunfardo que trepó en cientos de versos, a partir de "Naipe" y "Pa´ que bailen los muchachos".
Cadícamo supo no solamente de cadencias poéticas. Los acentos partían también de su piano y de su natural vena de compositor, con la que se despachó en "Solo de bandoneón", "Tic-tac", "Orquesta típica", "El cuarteador", "En un boliche" y otros relegados por su élan poético.
Inspirados compositores dieron nuevas alas a su poesía. Agustín Bardi, Juan Carlos Cobián, Roberto Firpo, Enrique Delfino, Julio y Francisco De Caro, Pedro Maffia, Pedro Láurenz, Aníbal Troilo, Miguel Caló, Guillermo Barbieri, Ciriaco Ortiz, Francisco Lomuto, José Dames, Matos Rodríguez, Roberto Goyeneche, Rosita Quiroga, Osvaldo Pugliese, Mariano Mores, Juan D´Arienzo, conforman una lista interminable.
El que había construido poesía memorable para la música de Buenos Aires entregaba también -tenía entonces 26 años- su primer libro de poemas, "Canciones tristes"; y a los 40 "La luna del bajo fondo", a los que sumaba diez años antes (con Félix Pelayo) su sainete "Baba del diablo". Y nos legaba una historia porteña y del tango en los cuarenta poemas de "Viento que lleva y trae".
Sus inquietudes no se ciñeron a la escritura. Si bien escribió los argumentos de los films "Nace un campeón" (de Roberto Ratti) y, con García Jiménez, de "La historia del tango", de Manuel Romero, también fue director de cine en "La virgencita de Pompeya" y "Noches cariocas", rodada en Río de Janeiro, ambas en 1935.
En los años noventa
El non omnis moriar (no moriré del todo), del poeta latino Horacio, fue recogido como un desafío por Litto Nebbia, desde mediados de estos años 90. Su sello discográfico Melopea rescató en varios discos, añejas y nuevas obras del poeta y del compositor, casi en la misma época en que EMI publicaba los 23 tangos suyos en "Gardel interpreta a Cadícamo".
Melopea editó varios registros: "Tributo a Cobián & Cadícamo", "Clásicos e inéditos del maestro Cadícamo", con Roberto Goyeneche, Adriana Varela y otros; "Tangos de lengue", por Adriana Varela; "12 Tangos argentinos para bailar" (música inédita de Cadícamo), al que agregó otro bellísimo registro de "Tangos bailables" por el inolvidable violín de Antonio Agri, junto a Walter Ríos, el propio Nebbia y otros. Y Nebbia se sacó el gusto editar otras obras inéditas en "Nebbia canta Cadícamo".
Al inaugurar y despedir el siglo, Cadícamo nos regaló tangos imperecederos, que honrarán siempre la memoria colectiva.
"Nostalgias"
Quiero emborrachar mi corazón
para apagar un loco amor
que más que amor es un sufrir...
Y aquí vengo para eso
a borrar antiguos besos
en los besos de otras bocas...
Si su amor fue "flor de un día"
¿por qué causa es siempre mía
esa cruel preocupación?
Quiero por los dos mi copa alzar
para olvidar mi obstinación,
y más la vuelvo a recordar.
Nostalgias
de escuchar su risa loca
y sentir junto a mi boca
como un fuego su respiración.
Algunas de las letras que ya son clásicas
Rara... como encendida, te hallé bebiendo linda y fatal... Bebías y en el fragor del champán, loca, reías por no llorar... Pena me dio encontrarte, pues al mirarte yo vi brillar tus ojos, con un eléctrico ardor, tus lindos ojos que tanto adoré" ("Los mareados")
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Qué noche llena de hastío y de frío El viento trae un extraño lamento parece un pozo de sombras la noche y yo, en las sombras, camino muy lento mientras tanto la garúa se acentúa con sus púas en mi corazón... Garúa... tristeza ¡Hasta el cielo se ha puesto a llorar!
("Garúa")
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Barrio tranquilo de mi ayer en un triste atardecer a tu esquina vuelvo viejo. Vuelvo vencido a la casita de mis viejos, cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria... Mis veinte abriles me llevaron lejos, locuras juveniles, la falta de consejos ("La casita de mis viejos")
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Tirado por la vida de errante bohemio estoy, Buenos Aires, anclao en París; curtido de males, bandeado de apremios, te evoco desde este lejano país... Lejano Buenos Aires que lindo que has de estar. Ya van para diez años que me viste zarpar. Aquí, en este Montmartre faubourg sentimental, yo siento que el recuerdo me clava un puñal.
("Anclao en París")
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Che, madam, que parlás en francés y tirás el dinero a dos manos, que cenás con champán bien frappé y en el tango enredás tu ilusión, sos un biscuit de pestañas muy arqueadas, muñeca brava bien cotizada, ¡sos del Trianón...del Trianón de Villa Crespo... ¡che, vampiresa, juguete de ocasión!
("Muñeca brava")






