Golpear una media res, hacer sufrir las cuerdas
El mundo nunca estuvo del todo preparado para cobijar a un artista como Scott Walker. Mucho menos para producir un documental que pudiera abarcar toda su singularísima historia y el valor incalculable de su obra. Walker fue un personaje único que empezó respondiendo las cartas de fans seducidas por su voz grave y su belleza angelical y terminó explicando cómo asestar puñetazos en un pedazo de carne cruda para lograr el sonido percusivo que buscaba para uno de los temas de The Drift. O haciendo sufrir a la orquesta para que mantuviera una nota disonante por fuera de los cánones clásicos. Ese disco arduo e indómito está en el centro de la escena del documental Scott Walker: 30 Century Man, estrenado en el London Film Festival en 2006 y exhibido unas cuantas veces en la televisión por cable argentina.
Producido por David Bowie, un admirador confeso de Walker, el film reúne testimonios de Brian Eno, Damon Albarn, Jarvis Cocker, Marc Almond, Johnny Marr y Sting (es muy gracioso el de Almond, quien no tiene empacho en manifestar su aversión por Tilt, él álbum de 1995 con el que Scott inició la etapa más experimental de su carrera). También incluye valiosos registros de la grabación de The Drift, disco que por su condición -la de imposible de etiquetar, digamos- puede funcionar perfectamente como síntesis del espíritu y de la ética de su arte.
Enigmático, recargado de tortura y densidad, oscilando en términos sonoros entre el minimalismo y el barroco, The Drift es un repaso oblicuo de la tragedia insistente de una era: el 11-S, la Guerra de los Balcanes, Mussolini, Elvis Presley y el Pato Donald, todos temas de este mundo que Walker usó como excusa para viajar hacia otro del que sabemos poco y nada.
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