Hugo Varela: "La religión, el fútbol y la política separan"
"Cada humorista debe ser único en su lenguaje, en su forma de conectarse con los demás. Eso es lo que yo busco, la singularidad", asegura Hugo Varela, avalado por una vasta trayectoria sobre los escenarios. El nuevo espectáculo de este artista que ha forjado su propia personalidad a fuerza de trabajo constante e ideas se llama Humor a pedal y comienza sobre las tablas del Teatro Astral pero termina en la vereda, en plena calle Corrientes, con una celebración en la que el público también es protagonista. "Salimos en trencito, la banda y la gente -cuenta Varela-. La participación del público es algo en lo que trabajo hace muchos años. Para mí, el principal foco son siempre los que me vienen a ver".
En Humor a pedal hay entonces unos cuantos juegos con el público, y también monólogos y canciones que Varela interpreta con el apoyo de una muy buena formación de vientos, la Orquesta Inestable, integrada por Miguel Ángel Tallarita, Gustavo Tejada, Iván Carrera, Nelson Gesualdi y Marcelo Schinder, "una banda sin criterio musical", bromea él. Su hijo Lucas tiene un rol dentro de la propuesta: "es un asistente de escenario con inquietudes", sintetiza Varela. Y además están los particulares instrumentos que Hugo, un experto luthier, suele fabricar: el saxo telescópico y la bolsa acordeón, por citar dos ejemplos. Esta vez hay uno nuevo, el sambófono pédico, cuya sonoridad conviene chequear en vivo.
-Presentás propuestas humorísticas desde la década del 80. ¿Cómo fue evolucionando tu estilo en todos estos años?
-En los inicios de los años 70, cuando tenía 24 o 25 años, laburaba con un grupo que se llamaba Los Grillos en un local de Villa Gesell donde estaba todo dado para que los artistas hicieran lo que se les dé la gana. Eso me dio la pauta de lo bueno que es trabajar con libertad. Era una época en la que había una revolución creativa. Empecé haciendo música y sumándole un lenguaje humorístico medio disimulado. En esos años estaban muy de moda la psicología alternativa, las terapias experimentales. Y yo hacía unos monólogos inspirados en textos de Freud que me permitían jugar con el público más intelectual, que sabía de lo que estaba hablando, y también con el que no tenía ni idea sobre el psicoanálisis y los escuchaba como un palabrerío ridículo. Mi objetivo fue siempre evitar hacer humor para un ghetto. Busqué siempre un humor popular que convocara a toda la familia. Entonces fui puliendo con el paso del tiempo un lenguaje cada vez más entendible para todos.
-¿Es más fácil o más difícil hacer humor en épocas de crisis económica y de malestar social?
-Lo más difícil para un humorista es tener que animar un carnaval en Río de Janeiro (risas). Quiero decir que las épocas de crisis, cuando la gente está apretada de plata como ahora, ofrece más posibilidades para un buen trabajo humorístico, para intentar generar un modificación en el ánimo de los demás. Aparte de hacer reír, que es mi objetivo principal, hoy busco que los que ven mi show rompan con ese estado de temor permanente que provoca la crisis. Me acuerdo que en 2001, cuando en la Argentina reinaba la incertidumbre en la Argentina, yo igual salí de gira, recorrí casi todo el país. Y me fue muy bien. Hacía un espectáculo que mezclaba sensaciones graciosas y dramáticas. La gente me lo agradecía como si hacerlos reír hubiera sido algo místico, me veía como una especie de pastor evangélico.
-¿Cuál fue la época más complicada para tu trabajo?
-Esta que estamos atravesando es difícil por lo económico, pero los años de la última dictadura militar fueron los más duros. Yo cantaba y hacía reír a la gente, pero cada dos por tres caía la Policía y se llevaba a alguien. Quedaba instalado un clima de gran temor. No sabíamos mucho sobre lo que estaba pasando, pero sí que toda reunión era considerada peligrosa en esos años. Después había que retomar el espectáculo, y por lo general yo lo hacía cantando "Zamba de mi esperanza", una manera un poco satírica de tratar de cambiar el humor que había quedado flotando en el aire.
-En tu humor, de todos modos, la política casi no tiene presencia.
-La actualidad ingresa, pero trato de no meterme con lo inmediato. No me meto con la religión, el fútbol y la política porque son asuntos que separan. Y yo hablo para todos, así que prefiero esquivar esos temas. Trabajo sobre el absurdo de la vida cotidiana. Y mis personajes suelen ser clásicos nacionales, como el gaucho o el guapo. Los gauchos y la gente del campo tienen un gran sentido del absurdo, son muy ingeniosos. A mí me gustan mucho los personajes fronterizos: gauchos, guapos, inmigrantes, gitanos... Y prefiero sugerir, antes que ser muy directo.
-Hablabas de la importancia de la singularidad. ¿Que humoristas argentinos tienen esa virtud?
-Pedro Saborido tiene una cabeza muy especial. Su dupla con Diego Capusotto es espectacular. Alfredo Casero también tiene un talento evidente, más allá de lo que pueda opinar de política. Yo no sé cómo era Isaac Newton haciendo asado, o cómo se llevaba con su mujer, y la verdad es que me da igual. En el área en la que Casero puso la mayor parte de su energía durante años, funciona muy bien. Hay que leer eso de él.
-¿Creciste en un ambiente donde te estimulaban para dedicarte a la actividades artísticas?
-Mi madre, que tiene 100 años y conserva un humor sorprendente, era profesora superior de bellas artes. Y mi padre, un enólogo sanjuanino que cantaba y tocaba la guitarra. Así que crecí entre bastidores y escuchando música, mayormente folklórica. No había problema con mis deseos y mis gustos, pero también querían que hiciera una carrera universitaria. Y me metí a estudiar arquitectura. Al mismo tiempo estudiaba música teatro y mimo. En todo lo que hacía aparecía el humor, que siempre fue el lenguaje con el que me sentí más cómodo. Las coplas que me cantaba mi viejo y la influencia de cierta picaresca española fueron muy importantes para mí. El tango y el bolero también. Y después viví en Córdoba, donde el absurdo es moneda corriente. Ahí te pueden decir cosas como "¿Qué hacés, cara de codo fuera de la ventanilla del ómnibus?". Es el absurdo total. Eso fue una gran influencia.
-¿Suele haber un eje temático que estructure tus espectáculos?
-Si lo hubiera, está muy oculto (risas). Yo le rajo al "tema". Se llama "El ventilador", entonces hay que hablar de eso, hacer chistes con eso... Es un plomazo terrible. El humor se basa en la sorpresa. En mi caso, la vedette nunca es el tema ni el elenco ni el lugar donde hago el espectáculo. Siempre es el público. Me importa más que nada lo que les pasa a los que vienen a vernos. Si ellos salen contentos, yo soy feliz.
Para agendar:
Humor a pedal, con Hugo Varela y la Orquesta Inestable. Viernes y sábados a las 21,30 en el Teatro Astral,Corrientes 1639. Entradas: de 600 a 900 pesos (2x1 con Club La Nación).
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