
Imamura, un creador singular
Shohei Imamura pertenece a una especie bastante curiosa. Por un lado, es uno de los pocos cineastas -junto a Emir Kusturica, Francis Ford Coppola y Bille August- que ganaron dos veces la cotizada Palma de Oro del Festival Internacional de Cannes: primero por "La balada de Narayama" en 1983 y luego por "La anguila", a medias con "El sabor de la cereza", de Abbas Kiarostami, en 1997.
Por otro lado, el realizador japonés es de los que a pesar de esas distinciones y de su prolongada trayectoria ("Deseo infinito", su primera película, es de 1958), no ha logrado el reconocimiento internacional del que disfrutan muchos colegas de menor mérito.
Y no hablamos sólo de Japón, donde tropieza frecuentemente con la misma incomprensión que puso obstáculos en la carrera de Akira Kurosawa: ya se sabe del escaso eco que hallan los profetas en tierra propia. Sólo las dos películas garantizadas por el oro de Cannes merecieron la atención de los distribuidores en muchos países, entre ellos el nuestro.
* * *
Quizá porque Imamura prefirió por lo general mostrar los aspectos más sombríos y penosos del Japón contemporáneo -una vez y otra ha volcado su atención a los años de la guerra y al doloroso período que siguió a la derrota-, por su condición de librepensador o por su estilo poco amigo del alarde, se lo considera en su país un caso singular.
El reconoce cierta ventaja en ese obligatorio bajo perfil -"por lo menos, no me piden opinión sobre todo lo que sucede", dice- y sigue adelante con su obra, que prolonga en la escuela de cine que dirige desde 1975.
Sus films y sus clases, al fin, apuntan a lo mismo: se trata de aprender a observar al ser humano tal como es, sin juzgarlo; de examinar sus contradicciones e intentar comprenderlas.
Por eso ha puesto el ojo con frecuencia en personajes socialmente marginados o colocados en situaciones límite en las que se desnudan los impulsos más profundos e irracionales, los más reveladores de la condición humana.
Quizás esa crudeza -cómo no recordar el feroz comienzo de "La anguila"- se haya considerado poco comercial y explique su ausencia de nuestras carteleras. Un descuido que está por reparar el ciclo que trae a partir de hoy a la sala Leopoldo Lugones, directamente desde el Japón, once films inéditos -entre ellos, "Doctor Akagi", el último- de este creador sustancial. Y que deberá agradecerse, otra vez, a la infatigable tarea de la Cinemateca Argentina.




