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Mi teoría es esta: el ADN del rock argentino es, fundamentalmente, una combinación de Litto Nebbia, Moris y Tanguito, a los que poco después se añadirían Javier Martínez y Luis Alberto Spinetta, para dejar una impronta indeleble. De todos ellos, el más misterioso –por la escasez de su obra grabada y su temprana desaparición– es José Alberto Iglesias, conocido como Tanguito, Tango, Ramsés y Ramsés VII. Por lo tanto, la edición de estas cintas, a 42 años de su grabación, es uno de los grandes hallazgos en la historia del género. La sesión se realizó en el primer Estudio TNT, en Santa Fe 1050, el 20 de octubre de 1967, en los meses que mediaron entre la aparición de "La balsa" por Los Gatos –que convirtió a Tanguito, coautor del tema, en un artista que despertó el interés de las grabadoras– y el lanzamiento de su propio simple con "La princesa dorada" en 1968, el único disco que vería editado en vida. Fue una especie de "regalo" para el entonces director artístico de RCA, Mario Pizzurno, que conservó las cintas durante décadas hasta que se las confió al investigador y fan Andrés Jiménez, quien inició una larga odisea para tratar de editarlas. Desde entonces, pasaron casi diez años, entre el desinterés de las grandes compañías y cuestiones legales, para que las cintas pudieran ver la luz, gracias al pequeño sello La Vida Lenta (responsable de otras ediciones de gran valor histórico de Los Mockers y Eduardo Mateo), con una estupenda presentación que incluye datos, fotos y un evocativo texto de Pipo Lernoud. Son doce canciones (nueve diferentes, ya que se incluye una segunda toma de tres de ellas), entre las cuales hay varias completamente inéditas; sólo una, "Amor de primavera", estaba incluida en Tango, el álbum aparecido en 1973; y otra, "El hombre restante", fue la cara B del simple mencionado (ambas en distintas versiones de las que figuran aquí). Hay también un par de temas de Moris, "Yo no pretendo" y "Soldado".
Hasta aquí, los datos. Este es el registro más fiel conocido hasta ahora de Tanguito, solo con su guitarra, con su voz raspada plena de feeling aún fresca, con el rasguido característico de su guitarra criolla, con los acordes que inventaba combinando cuerdas pisadas y otras al aire –que poducían interesantes disonancias–, con los ruidos, tarareos y falsetes que ocupaban los lugares donde debería haber alguna parte instrumental, con la maravillosa libertad y ensoñación con que cantaba en calles, bares y plazas de Buenos Aires en los 60. Con letras que cuestionan al clero por su apoyo a las guerras ("Vociferando") y exaltan el pacifismo ("Lo inhumano"), con frases geniales como "desayunamos muertos, y nos hemos acostumbrado a hacer muy bien la digestión", y poetizan la nueva forma de vida que encaraban los jóvenes en todo el mundo ("La historia de un muchacho", "Amor de primavera"). Quizás el tema más logrado sea el mítico "Sutilmente, a Susana", que combina rebelión y la historia de un amor. Cuando la voz de Tanguito se eleva en la frase "dejame ser como yo soy, no cambia nada, con que use una camisa o una corbata, si da lo mismo, es gusto mío, o un desafío", podemos sentir la fuerza con que esa música marginal y rechazada iba a construir una historia que marcaría para siempre a varias generaciones.



