La ex Elaine y Christine ahora encarna a Selina, una vicepresidenta divertida y neurótica; hablemos de series
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Julia Louis-Dreyfus está perfecta en Veep. En la serie, puede mostrar las afiladas uñas que esconde bajo su elegancia patricia. Lo obvio hubiera sido hacer de Louis-Dreyfus una heroína campechana, con más sentido común o populismo que sus enemigos. Pero no lo es. Su personaje no es ni más sincero ni más bienintencionado que el resto de los políticos de Washington. Ni siquiera es más inteligente. Sólo tiene una oficina más grande. Y, dado que la interpreta Louis-Dreyfus, es más divertida. En Veep, le aplica a la vicepresidencia el famoso código de Seinfeld: nada de abrazos, nunca aprender nada.
Los años no han sido demasiado benévolos con el elenco de Seinfeld, y a pesar de que Louis-Dreyfus fue la única que volvió a protagonizar un programa exitoso, The New Adventures of Old Christine fue de algún modo un fracaso. Nadie quería verla convertida en otra autómata de las sitcoms, y fue triste ver a Louis-Dreyfus pedirle al público que se compadeciera de ella; tal vez lo último que debería pedírsele. Hasta el título era humillante, en cuanto a que definía a su personaje como una divorciada triste y solitaria, cuando Elaine sólo habría revoleado los ojos y dicho: "Odio a los buenos candidatos".
En Veep, vuelve a sus trucos de siempre, en el papel de una política neurótica atrapada en el cargo más inútil del gobierno. Louis-Dreyfus vibra en una frecuencia de energía nerviosa, como un diapasón que emite ondas de desagrado. Sin embargo, mantiene su acostumbrado desapego, quejándose de triviales dilemas cotidianos mientras ignora despreocupadamente los problemas reales. Eso es lo que hacía cool a Elaine, a pesar de las frustraciones que pudiera sufrir. Y en Veep, hay aun más motivos para sentirse frustrada.
Interpreta a la vicepresidenta Selina Meyer, del gobierno de un presidente a quien nunca se ve ni se nombra. Nadie dice si Meyer es demócrata o republicana, así que supongo que es una política de esos partidos que eligen vicepresidentas mujeres, ecologistas, divorciadas y aparentemente judías. En su nuevo trabajo, Meyer no puede cerrar ningún acuerdo, y lo único que puede hacer es quejarse de ser un "potus interruptus".
Veep es obra de Armando Iannucci, autor de las exitosas sátiras políticas británicas In the Loop y The Thick of It. Tiene un ritmo de diálogos vertiginosos muy inglés, y una falta de interés muy inglesa por las guerras religiosas y partidarias de Estados Unidos. Así que, en el sentido estricto, Veep no es una sátira política. No se preocupa por los sentimentalismos que a los estadounidenses les gusta profesarles a los nobles ideales democráticos. Iannucci no muestra nada que tenga que ver con la nobleza política, y ni siquiera con ninguna expectativa de nobleza. Nadie intenta hacer lo correcto. La política no es más que un juego que consiste en ver quién va a resultar humillado, y quién va a regodearse en la humillación ajena.
Los personajes son todos buitres de Washington. Se refieren a los ciudadanos para los que trabajan como "los normalistas". No tienen ningún contacto con el mundo fuera del DC, pero no sugiere que las cosas podrían ser mejores si se votara a estadounidenses de verdad; en Veep, el problema es que Washington es el Estados Unidos de verdad.
Al igual que Aquaman, los Mets, Tito Jackson y las donas de panceta, la figura del vicepresidente es algo intrínsecamente gracioso. Para los estadounidenses, el cargo es testimonio de la futilidad del sueño americano, ese que consistía en ascender hasta la cima, hasta que uno se da cuenta de que en la cima estaba el trabajo más inútil. Por eso los vicepresidentes terminan por convertirse en payasos pretenciosos que discuten con chicos de sexto grado sobre cómo se escribe "petróleo", o acusan a Ringo Starr de drogadicto. El cargo produce su propia forma de estupidez característicamente estadounidense.
Por eso nos reímos de los vicepresidentes. Si uno es un ciudadano que se siente engañado o abrumado por sus propias vanidades insignificantes, derrotado en sus mejores esfuerzos, es fácil identificarse con el vicepresidente. Y es difícil imaginarse a alguien que encarne esas peripecias mejor que Louis-Dreyfus.
Por Rob Sheffield
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