Les Luthiers y la Camerata unieron la música con la risa
LA PLATA.– “Agua y aceite” debe de haber sido la suposición de no pocos al enterarse de la actuación conjunta de Les Luthiers y la Camerata Bariloche. ¿Acaso sería creíble la unión entre un estilo de humor inteligente, sutil, paródico, con un conjunto de música de cámara? La respuesta es que no sólo resultó posible, sino que el ensamble logrado alcanzó un grado de calidad superlativo.
La majestuosa sala Alberto Ginastera del Teatro Argentino se convirtió anteanoche, para el numeroso público presente (aun con crisis económica y bancarización obligada mediantes), en el escenario ideal para disfrutar de este Grosso concerto, dividido en tres partes.
Primero fue el turno de la Camerata, que abrió su espectáculo con el “Gran dúo concertante”, de Bottesini. Momento sublime: un diálogo entablado entre el violín solista de Fernando Hasaj (director del grupo) y el contrabajo de Oscar Carnero. Y de allí a las vibrantes “Danzas folklóricas rumanas”, del célebre Béla Bartók.
Creada en 1967 por iniciativa privada, la Camerata Bariloche es el primer conjunto argentino de música de cámara en haber alcanzado prestigio internacional.
Mastropiero en La Plata
La inconfundible voz grave de Marcos Mundstock marcó la entrada en escena de Les Luthiers. Y, como no podía ser de otra manera, el arranque fue con una obra de ese prolífico autor fetiche e imaginario, pero también plagiario, llamado Johan Sebastian Mastropiero.
Con el bolero “Perdónala” quedó claro que no siempre hay que sufrir por un amor abandónico. Le siguió “A la playa con Mariana”, con un insoportable (y aprovechador) “consejero” por la vida sana, y no faltó el clima de claustro religioso con la formidable sátira “Educación sexual moderna”.
Un típico producto kitsch de la televisión vernácula quedó reflejado en “La hora de la nostalgia”, con el homenaje a un tal José Duvall, exitoso artista del music hall en los años 20, quien ni siquiera recordaba que el libro que estaba escribiendo se titulaba “Memorias”.
No faltó uno de los recursos preferidos por Les Luthiers a la hora de recurrir al absurdo: una zamba, “Añoralgias”, escrita por un autor noruego, que remite a todas las catástrofes imaginables.Y el cierre llegó con un rap, “Los jóvenes de hoy en día”, en el que el tono supuestamente moralista de un grupo de adultos dio paso a la envidia, con el remate de “... no hay derecho a que la pasen tan bien”.
El fenómeno de Les Luthiers, un caso con no muchos equivalentes en el mundo, se inició a mediados de los 60, y el suceso alcanzado hasta hoy no asombra a nadie porque, en definitiva, es el resultado de un constante crecimiento, de la mano de una coherencia sustentada sobre principios que se ubicaron en las antípodas del humor chabacano o de la risa fácil.
Luego del intervalo llegó por fin lo que mayor incertidumbre generaba en la fría noche platense del último viernes: qué se traerían entre manos unos y otros para atreverse a conjugar sus talentos. Lo que quedó en evidencia es que cuando se trata de una expresión del arte, las diferencias (¿estilísticas?) quedan a un lado.
“La hija de Escipión”, un fragmento de ópera en el que Daniel Rabinovich, en la piel de Juan el Seductor, entona estrofas debajo del balcón de su amada, marcó el inicio de esa intrigante unión, en la que se acopló, casi como una necesidad, el humor con los violines, flautas, violas, fagot, oboe y clarinetes de la Camerata Bariloche.
Con el “Concierto de Mpkstroff”, Carlos Núñez Cortés demostró las maravillas que es capaz de hacer cuando tiene un piano frente a él, sin perder el humor. Como en su “desubicada” irrupción con “La cumparsita”, producto de una malintencionada confusión de la partitura.
“Las majas del Bergantín” (zarzuela náutica), marcó, hacia el final, uno de los picos más altos del espectáculo, con la desopilante inversión de roles entre el capitán y los marineros, dicho sea de paso, sumamente alterados por sus dos meses en alta mar, y las prisioneras que llevaban a bordo.
El cierre llegó con el “Concerto grosso”, dedicado a una doncella de... Tilcara. Erke, charango y bombo, tal como dice el carnavalito, lograron la magia de unirse a la excelsa música barroca que sonaba detrás.
En los papeles, algo inexplicable, quizás. Para los oídos y el humor con mayúsculas, el placer que sólo se experimenta muy de vez en cuando.
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