Liniers y el pañuelo volador
Pocas mañanas fueron tan agitadas como la del 12 de agosto de 1806. Buenos Aires era un infierno porque los ingleses intentaban frenar como podían la furia de criollos y españoles que se lanzaban a reconquistar la ciudad.
Precisamente por la calle Reconquista marchaba Santiago de Liniers con su columna rumbo a la plaza. Esto no significa que hubiera tomado la calle correcta: en ese tiempo se llamaba De la Merced. Sí eligió la mejor, al menos para los amantes de las historias de amantes. Porque en la esquina de las actuales Corrientes y Reconquista un pañuelo blanco cayó a centímetros de las embarradas botas de Liniers. A esa adorable escena sólo faltó musicalizarla con violines del sacerdote Antonio Vivaldi, ya finado en ese tiempo. ¿De dónde había salido el pañuelo volador? De las manos de Anita Perichon (30 años, francesa), quien en un acto de arrojo, arrojó el pañuelo desde un balcón al héroe de la jornada. Aclaremos que el balcón no estaba en las alturas, sino apenas por encima del nivel de la calle, ya que la casona tenía una sola planta.
¿Cómo respondió nuestro protagonista? Cuenta el historiador Paul Groussac que Liniers tomó el pañuelo con la punta de la espada. Encantadora escena. Y si no fue así -es posible que el viento de agosto complicara la estocada, el pañuelo volara y hubiera que correrlo restando romanticismo al cuadro- habrá puesto una rodilla en tierra y lo habrá tomado con elegancia.
Puede uno imaginarse cómo celebraron la Reconquista y la devolución del pañuelo. El doble viudo tuvo un motivo de alegría. ¿Porque lo nombraron virrey? Sí, también por eso. Pero lo primordial fue que se reencontró con la felicidad; como en los tiempos de amor junto con Juana Úrsula Membille (malagueña, primeras nupcias) y con Martina Sarratea (criolla de Buenos Aires, segundas nupcias). Los violines de Vivaldi acompañaban esta nueva etapa en la vida sentimental de don Santiago. Sin embargo, una de las cuerdas sonaba muy desafinada: Anita estaba casada y Tomás O'Gorman, marido de la francesa, se encontraba en Europa manejando algunos negocios. El affaire del virrey era el escándalo del que se hablaba en todas las tertulias. Llevaban un año de amorío más o menos discreto hasta que llegó la primavera.
El 21 de septiembre de 1807, como tantas veces, Liniers visitó a su amiga en la casa del balcón. Pero ocurrió un percance. Al salir se cruzó con un vecino -miliciano del Cuerpo de Andaluces- que, abochornado por el mal ejemplo, se tiró encima del virrey y comenzó a pegarle, mientras le gritaba que con su conducta estaba perdiéndose la moral de la ciudad. A Liniers se le salió la peluca en el forcejeo y recién pudo emparejar la paliza cuando aparecieron soldados que se hallaban a pocos metros del lugar. El insolente marchó preso sin escalas. Liniers (uno de cuyos descendientes es autor -aquí abajo, nomás- de la tira Macanudo ) ordenó que lo soltaran de inmediato para que no trascendiera lo ocurrido. Pero Buenos Aires era un pueblo chico y la historia se desparramó por sus barrosas calles.







