Guiados por el fantasma de Serge Gainsbourg, Biolay, Delerm y Bruni reavivan lo mejor de la chanson française.
Catorce años de duelo son suficientes. En 1991, un infarto puso fin a la vida del prolífico Serge Gainsbourg. Desde entonces la susurrante chanson française, por lo general, no fue más que versiones en vivo de viejas canciones y reediciones necrofílicas de discos compuestos hace años. Hoy, la escena gala está en proceso de renovación, y Benjamin Biolay, Vincent Delerm y Carla Bruni (sí, la modelo top que fue amante de Mick Jagger) son los máximos exponentes de ese estilo compositivo e interpretativo que parecía enterrado.
La renovación nació del contacto entre lo que queda de la poesía de Gainsbourg y el pavimento de las calles parisinas. Una música que reivindica la cultura popular francesa y en la que los violines y los contrabajos brotan a la par de la producción electrónica. Esta nouvelle chanson no niega su herencia, y no es casualidad que el tono de sus canciones sea el de la nostalgia íntima. Biolay, Delerm y Bruni desembarcaron en la escena francesa y elevaron sus diarios íntimos al rango de canciones nacionales.
En 1968, Gainsbourg produjo el disco Initials bb. Lo que en el pasado era una obvia referencia a su amante/inspiradora Brigitte Bardot, hoy suena a premonición: bb es también Benjamin Biolay. Este enfant terrible, que el año pasado volvió a cautivar con el disco Home, venera de forma abierta a Gainsbourg. Acompañado de su mujer, Chiara Mastroianni –que con sus aires de inglesa mutados en apellido italiano bien podría funcionar como su propia Jane Birkin–, Biolay cruza el folk-rock con la música popular francesa. Como su maestro, Biolay sabe cuándo conviene cambiar del francés al inglés y, sobre todo, ceder el paso a una voz femenina.
Vincent Delerm probablemente sea el músico francés más original y, al mismo tiempo, austero que existe en este momento. Sus dos discos ( Vincent Delerm –2002– y Kensington Square –2004–) reposan en el díptico piano-voz. Es la pluma más refinada de la nouvelle chanson française –su padre es el escritor Philippe Delerm–, con una extraordinaria capacidad de tornar elocuente lo insignificante: las letras nos hablan de su historia de amor con una foto de la glamorosa Fanny Ardant, o de su aburrimiento en el teatro durante un monólogo shakespereano. Su voz, grave e imperfecta, agarra de las solapas y no suelta.
La asombrosa Carla Bruni, que de modelo top pasó a modelo pop, sorprendió con su disco Quelqu´un m´a dit (2002), de una sobriedad casi monástica, en el que hay un cover del tema “La noyée” de Gainsbourg. A punto de editar un nuevo disco (ver recuadro), Bruni conmueve por su simpleza, cuyo vehículo privilegiado es su voz, que se asoma, como en puntas de pie, por detrás de una guitarra seca.
Después de años de tecno robótico, de música de varieté olvidable y de rock francés miserable, el renacimiento de la chanson française devuelve imágenes y sonidos del tiempo en que París era una fiesta.
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