
Los ojos más bellos
Días atrás, un título me llamó la atención desde la portada de un libro mezclado con muchos otros en la mesa de saldos de una librería de viejo: "Desde ya y sin interrupciones". En la portada, una foto de la actriz María Esther Podestá, cuya efigie -la pose soñadora, típica de las señoras fotografiadas allá por 1915, con los ojos en blanco y el peinado seudogriego- corroboraba la definición que la acompañó para siempre desde que la enunció Enrique Gómez Carrillo: "Los ojos más bellos del teatro argentino". No había llegado aún Amelia Bence, que desde la pantalla le haría la competencia, a partir de los años 30, con nada menos que "los ojos más lindos del mundo".
La genealogía de los Podestá es demasiado intrincada para exponerla aquí. Baste saber que María Esther (1896-1983) era nieta de Jerónimo -"el otro" Podestá, hermano de Pepe, el payaso Pepino el 88 y el inmortal Juan Moreira de los comienzos del teatro argentino-; sobrina nieta de Pablo, el trágico famoso, y sobrina de Blanca.
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María Esther Podestá, ya anciana, contó sus recuerdos a Jorge Miguel Couselo, excelente periodista e investigador del espectáculo, y el resultado fue este volumen, editado por Corregidor en 1985, pródigo en informaciones tan valiosas para el especialista como para el espectador interesado.
Por ejemplo, aclara María Esther que siempre se cita como antecedente inmediato y modelo de la revista musical porteña, a la troupe traída de París por Madame Rasimi, en 1923, olvidando -dice- que simultáneamente lo hizo también otro elenco similar parisiense, el del legendario León Volterra.
Podestá supone, sin embargo, que ya se practicaba ese género en Buenos Aires, promovido por su abuelo Jerónimo, en El Nacional (el mismo de ahora, en Corrientes al 900). Ella fue también estrella de la revista, en el antiguo teatro de la Opera, en aquellos "años de esplendor (...) en una Argentina que se sentía feliz, en una Buenos Aires que por ahí no se daba cuenta de si eran las siete de la tarde o las dos de la mañana. No me olvido de aquella platea de caballeros de etiqueta y mujeres emperifolladas al máximo, que de la función del Colón se venían a la última de la Opera (...) Llegamos a mover una troupe de ciento ochenta personas, con modistería propia y una orquesta de ochenta músicos. Las escenografías, que en la primera época proyectó el talentoso Armando Coli, eran fastuosas y espectaculares.
Alcanzamos en determinado momento a movilizar unas cien bataclanas, todas vestiditas, con malla siempre". Y evoca algunos títulos y fechas: "Los templos de Talía", de Luis Bayón Herrera, en 1919; "La gran revista de Buenos Aires al Far West", de José González Castillo, en 1921; "Buenos Aires Follies", de Manuel Romero, en 1923.
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No está de más recordar, de paso, que hacia 1928 las escenografías y el vestuario de las revistas del Maipo llevaban la firma de uno de los diseñadores más refinados y famosos del mundo: el legendario Erté.
A María Esther Podestá le cupo el honor de estrenar, en 1920, un tango que merecidamente perdura en el repertorio: "Milonguita". Era costumbre de entonces, sobre todo en los sainetes, intercalar números musicales. En "Delikatessen Haus", de Samuel Linning, la actriz entonó por primera vez en Buenos Aires, con música de Enrique Delfino, las estrofas que todo porteño de ley se ufana de conocer: "¿Te acordás, Milonguita, vos eras/la pebeta más linda `e Chiclana?/La pollera cortona y las trenzas/y en las trenzas un rayo de sol".
Bastaría esta circunstancia para ubicar a María Esther Podestá entre las figuras señeras del espectáculo argentino. Donde seguramente está; pero conviene recordarlo de vez en cuando.
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