Mágico tributo para Zitarrosa
Recuerdo: los amigos y colegas de Alfredo Zitarrosa, coparon durante dos noches el teatro Opera para homenajearlo.
"Cantor/austero/solitario/con el ceño y la voz definitiva/y la estampa oriental/y en la palabra/la mordedura en flor de la poesía".
Los versos que Suma Paz dedicó a Zitarrosa sobrevuelan en el teatro, aunque no sean pronunciados.
Suma no estuvo en el tributo que honró a su colega músico poeta, cultor, como ella, de esa milonga sembrada en las dos orillas del Río de la Plata, que los unió a la figura señera de su modelo:Atahualpa Yupanqui.
En dos días consecutivos una veintena de músicos y poetas uruguayos y argentinos se reunieron para prolongar la memoria de quien se había despedido de los escenarios y de la vida hace ocho años y cuatro meses.
"Zitarrosa/uruguayo/te inventará de nuevo la milonga/una noche sin cielo/cuando se alcen los cantos enterrados/en las orillas de Montevideo", proclama la poesía de Suma.
Y la figura del cantor de este paisito vecino, el Uruguay, está rondando bambalinas y butacas.
Durante la noche del viernes nadie atinó a regalar una grabación con su voz, para convocarlo más cerca de todos aquellos que amaron sus poemas y melodías. Y sólo el sábado se lo escuchó cantar durante la curiosa y paradojal incursión de José Carabajal.
Carabajal robó minutos al resto, con fallidas recurrencias al rock (con el que Alfredo supo estar enemistado por detestar el inglés), a Serrat, y a la ranchera mexicana que cantó muy suelto de cuerpo y lejos de todo clima de unción.
Uno de los aciertos del homenaje, en cuya conducción se destacó Roberto Romero Escalada, fue no cultivar el plañidero tono necrológico al que los argentinos somos indefectiblemente proclives.
El "non omnis moriar" del poeta latino Horacio pareció ser la clave.
No moriré del todo, repitieron todo el tiempo las canciones de este creador iconoclasta, del poeta que no escribió versos incendiarios ni ofició de francotirador, sino que expresó la rebeldía del hombre ético frente a la tiranía del poder.
La primera noche
Ha de considerarse pertinente la presencia del Cuarteto Zitarrosa durante ambos encuentros. Sus guitarras son más que dignas, en su sencillez, porque impregnaron de emoción auténtica a ese desfile de milongas y candombes.
Eduardo Galeano, que empezó blandiendo un humor satírico, echó mano del verbo encendido para recordar al uruguayo vocero del pueblo en un cuento muy argentino que instala la duda cartesiana en el mismísimo Dios.
Numa Moraes precedió al Quinteto Tiempo. Y este dio paso a Julio César Castro (Don Verídico) quien con su fonética teñida de la letra e emuló en inspiración y humor a Galeano.
Después que Omar Moreno Palacios se despachó con una delicada chamarrita, irrumpió Rubén Rada quien, además de ejercer la simpatía, fue el más sensato en materia de uso del tiempo en escena.
El canto "a la uruguaya" del poderoso barítono Alfredo Zitarrosa, severo como el de Viglietti, varonil como el de Julio Sosa, llegó de la mano de Manuel Capella y sus potentes vocales oscuras.
También aportaron chamarrita los uruguayos Labarnois-Carrero y el lirismo prendido a la flor del "Ibisco".
Y mientras Teresa Parodi insuflaba dramatismo al "Adagio de mi país" y dedicaba otra inflamada canción a este recordado utópata, Víctor Heredia desgranaba con unción esa entrañable zamba que nos legó el cantor y el crepitante candombe "Doña Soledad" con la vibrante guitarra de Daniel Homer.
En el cierre se presentó el poema por milonga "Guitarra negra".
Sus protagonistas fueron la Camerata de Cuerdas, el Coro San Telmo, el Cuarteto Zitarrosa y el actor Pompeyo Audivert, dirigidos por Naldo Labrín, autor del arreglo.
Sencilla en su estructura musical -sostenida por el "híbrido" candombe milonga (así lo llamó Zitarrosa)- sacude su texto testimonial, de pavorosa vigencia en la pintura de la represión militar. La vibración puesta en la lectura del texto por el actor fue lo más conmovedor del encuentro. Quizá por acercarse al perfil de un cantor que se propuso interpretar a su país y a su generación.
La noche final
La segunda noche se abrió con el cuarteto de guitarras que recreó la canción de amor "Stephanie" y el clásico "Doña Soledad". A ellas se unió la emoción de Nacha Roldán para aproximarse de algún modo al estilo del uruguayo en "Crece desde el pie" y "El violín de Becho".
Carlos Benavides intentó también su acercamiento.
Pero quienes alcanzaron realmente cimas de musicalidad y emoción fueron los integrantes del grupo vocal instrumental Sanampay, que dirige Naldo Labrin. Conmovieron las voces de Claudia Lapresa, Claudio Liñares y Ariel Altieri y el ensamble del grupo en "Garrincha" y "Adagio de mi país". El público les brindó de pie una cálida ovación.
Yamandú Palacios, bien trajeado y con voz de sombra dijo su discurso popular y dio paso a la hermosa voz y vibración de Julio Lacarra y su excelente trío de guitarras en "Tambor de aluminio" y "Doña Soledad".
Washington Benavides y Pablo Estramín se sumaron a ese estilo tan uruguayo de enfatizar los acentos prosódicos y de acercar el campo a la ciudad, como lo plasmó Zitarrosa.
Pasado el lapsus de Carabajal y su lamentable mélange, coronó la noche la voz incomparable de Mercedes Sosa, junto a Colacho Brizuela, su percusionista y el Cuarteto Zitarrosa.
Mercedes dio el gran salto emotivo con "Crece desde el pie" y la "Milonga por él", escrita por Caíto en homenaje al músico poeta uruguayo.
El teatro todo se conmovió con la voz y el estilo de la tucumana. Pero el cierre llegó otra vez con la desgarradora "Guitarra negra".
"Mientras haya dolor y quien lo cante/mientras padezcan los que te han amado/y te recuerden porque los amaste/y se rediman porque te han llorado/Zitarrosa, poeta/volverás a cantar/resucitado".
Lo escribió Suma Paz.