La revelación más adorable del rock argentino vivió un año de amor internacional. La historia de exploración musical detrás de un éxito de época.
En lo que puede entenderse como una "revolucion sensible", más de mil gargantas se suman a las cinco voces de los Onda Vaga y, con devoción ricotera, cantan los versos de "Te quiero", hacen flamear la primera bandera del grupo y producen un suspiro colectivo, un hecho prácticamente inédito en un concierto de estas dimensiones. Esta instantánea sonora y sensorial ocurre en la Ciudad Cultural Konex, en la que será la primera de una serie de cinco presentaciones a lo largo del mes sobre el epicentro de esta y otras movidas sociomusicales, como La Bomba de Tiempo.
Es el primer domingo de noviembre y la fecha es especial, porque Onda Vaga se reencuentra con el público porteño luego de una extensa gira europea en la que anduvieron por más de diez países a bordo de una camioneta, haciéndole honor a su fama de pequeña orquesta ambulante, y tocando en sitios históricos como la Plaza Mayor de Madrid o el Parc Guell de Barcelona. La experiencia de dos meses por las rutas europeas fue fructífera en varias direcciones. Vendieron ¡mil! discos, comprobaron la fascinación que ejercen sobre el público del Viejo Continente ("cantamos los cinco y, aunque no entiendan las letras, eso les pega por algún lado; pero además, les gusta esa cosa desprolija, desenvuelta y alegre que tenemos nosotros", argumentan) y, especialmente, descubrieron una nueva veta por explorar: el público infantil. "Cuando tocábamos en la calle, los pibes flasheaban, se hipnotizaban, bailaban y lloraban cuando los padres se los llevaban."
Hace exactamente un año, Onda Vaga ya era un pequeño fenómeno del under. Tomás Justo y Marcos Orellana, de los (entonces y ahora) ascendentes Michael Mike; Nacho Rodríguez y Marcelo Blanco, de los entonces recientemente disueltos Doris; y Germán Cohen, trombonista de Dancing Mood y de la Orquesta de Salón de Pablo Dacal, ya habían tocado en fiestas (muchas veces, de colados), en muestras de arte y en cualquier otro sitio donde pudieran aplicar su arte-encanto de guerrilla musical. Habían editado el elogiado Fuerte y caliente, con una extraña foto de Bruce Lee en una suerte de peña flamenco-caribeña (casi como en un concierto del grupo) ilustrando la portada. Tocaban en El Nacional, un boliche con ciento cincuenta asientos ubicado en el primer piso de una esquina de San Telmo. Las entradas se agotaban y muchas veces agregaban una segunda función. Esa era la plataforma para conciertos íntimos y dogmáticamente desenchufados (con la intimidad despojada como estética). Allí los había descubierto Fito Páez, en una noche compartida con Pablo Dacal y su Orquesta de Salón. En esa misma velada, Fito había aceptado grabar para el disco (luego los invitó a tocar con él en La Trastienda, donde estrenaron una versión de "Sasha, Sissí y el círculo de baba", que luego se incorporó al repertorio habitual del quinteto).
La convocatoria del grupo se multiplicó en el verano, pero uno de los grandes mojones de este año fue la invitación de Manu Chao para abrir uno de sus conciertos en el Luna Park. La magnitud de las presentaciones en escenarios cada vez más grandes (también llenaron Niceto), y cada vez más lejos de la ausencia de amplificación original, presentaba como desafío transportar la esencia del grupo a un formato que soportara las nuevas dimensiones. Convocaron, entonces, al contrabajista Jano Seitún (Alvy Singer), al baterista y percusionista Faca Flores y al tubista Santiago Castellani. Una sección rítmica inusual, una resolución brillante para cubrir una frecuencia de sonido (los bajos) y conquistar nuevos públicos.
Es martes a la tarde y estamos en unas mesas de Arevalito, un bar en Palermo donde sirven el café con cascaritas de naranja, a unas cuadras de la terraza de la calle Gorriti donde los Onda Vaga empezaron a ensayar con unos patys a la parrilla como anzuelo gastronómico, cuando volvieron de unas vacaciones en el Cabo Polonio. Nacho menciona los toques desenchufados y casuales de Martín Buscaglia con el trombonista Martín Morón (Abuela Coca) en la playa, como un espejo inspirativo. "Yo estaba metido con el rock más progresivo y distorsionado de Doris. Ver algo tan simple me prendió la lamparita, pero creo que tenía un pensamiento detrás. Hace un tiempo, Marce me decía: «No puedo creer que la estemos pegando con Onda Vaga». Pero para mí, no podía fallar."
¿Por qué?
Nacho: Porque no había nada que perder: nos juntábamos, comíamos un asado, tocábamos un par de temas, nos divertíamos, íbamos a las fiestas y las levantábamos. La banda, de base, era divertida: no nos exigía nada y la pasábamos bien. Ni plata poníamos. Pero triunfar, en el sentido de que vengan a vernos mil personas, no lo había imaginado.
¿Cuál es el secreto detrás de ese éxito? La simpleza escénica y sonora y, especialmente, las canciones ultraadherentes. Del mismo modo que el grupo tiene una historia más o menos oficial, antes hay años de trabajo e influencias diversas, que se combinan en una fórmula única. "Escribí «Rayada» para una banda que se llamaba Proyecto Tambor, y creo que ni siquiera había estado con una mujer", confiesa Tomi. Onda Vaga es el resultado de cinco mochilas de vida llenas de canciones, algunas grabadas en varios discos caseros, híper low-fi, editados en CD-R.
Vale la pena un flashback. A fines del verano de 2002, Marcelo Blanco y yo coincidimos en el elenco de Domestikaa, una película experimental dirigida por Mónica Ros que nunca se estrenó, en la que también actuaba Vera Carnevale e incluía un cameo de Mr. Miguelius. También pululaban por el set, montado en un PH de San Telmo, el actor Matías Mormandi (que colaboró en la dirección) y el (futuro) director de cine Gonzalo Tobal, ganador del primer premio en el festival de Cannes en 2007 por el corto Ahora todos parecen contentos. Entre toma y toma, Marcelo agarraba una guitarra y animaba los tiempos muertos. Me había contado que tenía una banda que se llamaba Doris y que hacían cosas raras (por ejemplo, en ese momento estaba tocando el tambor de un lavarropas que se había encontrado). Allí escuché por primera vez alguna canción de Tryo, el grupo francés de reggae acústico que constituye una referencia notable para Onda Vaga, especialmente en las armonías vocales. El detalle podría ser meramente anecdótico, pero se vuelve emblemático por el modo en que el grupo adaptó el espíritu fogonero. Doris recogió el legado psicodélico de El Horreo y se transformó en uno de los grupos más interesantes de la década. Probablemente, su mejor disco sea Doyle, La opereta del gaucho drogado (2004), que comienza con "Así", un tema especialmente lisérgico que habla de arañas colgadas, hinchados hipopótamos rosados y plásticos fantásticos, que –cinco años después de su grabación original– es un himno en los shows de Onda Vaga y musicaliza la última escena de Los paranoicos, la ópera prima de Gabriel Medina, protagonizada por Daniel Hendler (uno de los mejores filmes del último año). Fin del flashback.
De vuelta en Arevalito, Marcos celebra que los vecinos de sus amigos ahora escuchen Onda Vaga y Nacho celebra lo que pasó con "Así": "Más que una reivindicación de Doris, es una reivindicación de Marce como compositor. La canción está tan buena que podría tocarse de mil maneras distintas". Celebra, también, lo que le dijeron algunos fans en Noruega ("ustedes nos traen el sol"): "Y mirá que allá se pasan seis meses a oscuras". Y todos se ríen de los que los critican por hacer "música para minitas": "Son los mismos que vienen a los conciertos de levante", aseguran.
Lo cierto es que después de un año intenso, el manifiesto que Dacal escribió para (y sobre) el grupo parece una predicción: "Una onda vaga recorre Sudamérica. Un movimiento sin forma, un canto suave –podrás oírlo si estás atento. (…) Punk sin micrófono, rock sin sponsors, candombe propio de tango alegre. Los tiempos no están cambiando y al fondo del camino hay nada: por eso el festejo, porque llega vagamente hasta nosotros una onda sin esperanza ni promesas, puro presente desquiciado a viva voz".
Y ellos siguen diseminando canciones propias y ajenas por la ciudad (emociona su apropiación de "Como que no", una rumba de Gustavo Pena, el Príncipe, faro musical del Uruguay en ésta década, y también de "El mambo", de Andrés Calamaro), haciendo una revolución lúdica, musical y sensible. "Es nuestra búsqueda. Nuestras letras tienen una profundidad romántica, en todos los aspectos de la palabra «romance»", enuncia, épico, Germán, mientras se come la última naranjita abrillantada.
Mirá el clip de "Mambeado" por Onda Vaga
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