Sus padres lo llamaron Maria Luigi Carlo Zenobio Salvatore, pero para los registros de la historia de la música fue suficiente con su segundo nombre. Cherubini, que de él se trata, nació en Florencia en 1760, comenzó a estudiar música con su padre y, a los trece, ya había escrito sus primeras composiciones. Como otros músicos italianos de su tiempo, comenzó a producir en serie melodramas musicales. Como nada en especial pasaba en su país, Cherubini marchó a probar fortuna en París, en 1789. Mientras los revolucionarios franceses tomaban la Bastilla y cambiaban la faz de la historia, Luigi se dedicaba a producir óperas sin demasiada fortuna. Hasta que llegó Medea , en 1797, y su nombre adquirió relevancia. De a poco, fue construyendo una carrera que lo transformó en una de las figuras dominantes de la vida musical parisina, sobre todo, a partir de 1822 cuando fue designado director del Conservatorio de París, institución que condujo, orientado por sus conocidas posturas academicistas, clasicistas y antirrománticas. Incorruptible y respetado, sus opiniones eran muy requeridas, incluso por los compositores opuestos a sus tendencias. Un conocido le acercó un manuscrito suyo pero, temeroso, le dijo que era una obra nueva de Etienne Méhul a la que había accedido y copiado. Estuvo estudiando la partitura unos minutos y, conocedor de los valores del operista francés, le dijo: "Esto no es de Méhul. Es muy malo". El amigo, un tanto avergonzado, le preguntó: "¿Me creerías si te dijera que es una composición mía?". Tal vez para contribuir a esa teoría que niega que la valoración crítica de una creación puede ser objetiva o absoluta, Cherubini, con malicia, sentenció: "No, tampoco es demasiado buena".