
Bartok, los caminos de la investigación
Todo el año es año Bartok, como es año Mozart. Este, por los 250 de su nacimiento; Bartok, por los 125 de su llegada al mundo en Hungría (1881). Pero si la existencia de Mozart se muestra con radiantes fulgores de felicidad (según lo ha diseñado cuidadosamente la posteridad), la de Bartok invariablemente nos duele, tan pronto nos acercamos a los hechos que rodearon buena parte de sus 64 años de vida.
Varias circunstancias nos golpean. Duele que este húngaro genial haya muerto en Nueva York el 26 de septiembre de 1945 rodeado de miseria e indiferencia. Duele que haya sufrido tanto, por sí mismo, por su patria, por sus amados campesinos, por la humanidad toda, convulsionada por un horror bélico del que fue dos veces testigo en el curso de su existencia.
A Bartok hay que mirarlo desde un doble ángulo: el de la creación y el de la pasión por la musicología. Pero si el reconocimiento universal hacia este músico, en tanto compositor, se puso en marcha al día siguiente -y ni siquiera es una metáfora- de su muerte, en cambio debió esperar años la difusión de su obra de investigador del folklore. Es que los textos escritos, aquella cantidad de artículos y de libros donde quedó registrada su febril actividad en el terreno de la musicología descriptiva y comparada, demandaban su traducción a los diversos idiomas para difundirse. Afortunadamente, esta última etapa ha quedado virtualmente cubierta y en lo que hace a nuestro idioma disponemos de sus artículos luminosos y apasionantes, como de sus cartas o de los análisis de algunas de sus composiciones, realizados por él mismo.
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Una natural honestidad lo llevó a reconocer la gran dificultad de advertir de oído cuándo, al transcribir al pentagrama los cantos de los campesinos, se trataba de anotar un intervalo de cuarto de tono y cuándo de una aproximación. Es claro que él, ya desde 1905, cuando empezó a recolectar, no desconocía el sistema de medir, por operaciones logarítmicas, las vibraciones de cada grado de la escala de una melodía, con la precisión semejante a la de un electrocardiograma (el sistema de "cents" de John Ellis). Sin embargo, y aun respetando a quienes lo aplicaban, para Bartok el rigor, la exactitud milimétrica en la medición de los intervalos, no era esencial. Era un concepto más abarcador el suyo y, si se quiere, y aunque parezca un contrasentido, más avanzado, porque le interesaban las grandes aproximaciones a la psicología y la sociología como maneras de integrar el fenómeno sonoro dentro de la totalidad cultural.
Las investigaciones de campo de Bartok, que comprendieron el estudio de la música magiar, rumana, eslovaca, rutena, serbia, croata, argelina y turca, no constituyeron una especialidad cerrada en sí misma para el compositor. Por el contrario, hubo una interrelación fundamental entre el científico y el artista. Porque sólo después de haber puesto en marcha su trabajo científico se dejaba llevar por las emociones de orden estético.
Así fue produciéndose una infiltración cada vez mayor de lo popular tradicional en su obra de creación, en un proceso que él mismo dejó analizado. Es que por medio de la valorización total del canto popular, como recuperación filológica, encontraba Bela Bartok la manera de definir su propia e intransferible poética musical. Una poética que dio obras tan geniales como la Música para cuerdas, percusión y celesta , los cuartetos de cuerdas, los conciertos, el Divertimento para cuerdas , la ópera El castillo de Barba Azul y el ballet El mandarín maravilloso , entre tantas más.
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