
Compositor de ciudades
Diálogo con el autor del celebrado concierto de campanas
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El 30 de diciembre de 1998, el catalán Llorenç Barber logró lo que, desde hace años, casi ningún político argentino consigue: reunir 100 mil personas en la Plaza de Mayo.
Lo suyo no era la arenga pública sino, simplemente, compartir con los porteños uno de sus "conciertos de ciudad" que, desde hace casi dos décadas, lo transformaron en un peculiar músico trashumante y "de puertas afuera".
Se trató de "Será Buenos Aires", una obra de casi una hora de duración en la que los múltiples campanarios que se encuentran en el casco histórico porteño construyeron un inaudito entramado sonoro que, en vez de butacas y teatros, requirió del público una actitud que Barber compara con la del cazador: "No te puedes quedar con la escopeta sentado a que pase la liebre".
A siete años de su realización, que quedó grabada en los oídos porteños, Barber pasó por la ciudad, invitado por el Centro Cultural de España en Buenos Aires, para dictar un seminario sobre su arte para un par de decenas de músicos y artistas.
Formado como músico tradicional (estudió piano y tuvo como maestro de dirección a Sergiu Celibidache) y habiendo peregrinado, siendo un adolescente, a la "meca" vanguardista de Darmstadt en Alemania, desde hace tiempo su energía está puesta en sacar la música a las calles.
Así lo hizo en muchas ciudades de España, Alemania y Francia. Pero, según confiesa, la experiencia porteña fue particularmente impactante para él. "Creo que ha sido uno de los conciertos más impresionantes de mi vida. No estoy haciendo Buenos Aires cada día", asegura, en diálogo con LA NACION. "Se unieron circunstancias especiales, algunas que controlé y otras que no. Fue un evento muy importante, no sólo desde el punto de vista musical, sino social y cultural o al menos ciudadano."
Obra compartida
Es que si bien Barber les pone su firma a las obras, sostiene que, en gran parte, éstas son producto de la participación de los músicos locales. "Creo que esta música no es algo que uno inventa, sino que se pacta conjuntamente. No es una pose para mí, alguien pone la idea y va adelante por experiencia. Pero sin todos ellos charlando y hasta cambiando la partitura si hace falta, no hay obra. Ellos están en su casa y yo no dejo de ser un turista con buena voluntad. Si todo sale bien inventamos algo que, no sé si modifica a la ciudad, pero se transforma en algo persistente.
-¿En qué forma?
-Es una sensación que siempre me impresiona de mis propuestas. Vuelves a los cinco años a una ciudad y a todos les parece que fue ayer. Un concierto de ciudad adquiere un rango excepcional. De hecho, mi vida ahora en gran parte es repetir el concierto; me llamaron para hacer de vuelta Salzburgo y dos ciudades alemanas.
-¿Usted reivindica a sus obras como música?
-Es que la música no nació para los locales cerrados. Eso está mal. Que los músicos se empeñen en insistir en su onanismo, cuando tienen todas las posibilidades que da una sociedad permisiva como la contemporánea. Me parece mal por parte de los músicos de España de academia y conservatorio que se empeñen en no querer salir. Hablarle a un vecino desde el estrado provoca la contestación adecuada. Llamar música a mis obras es una cuestión de honor. Yo siempre quise ser músico. Mis ex amigos del conservatorio pretenden que aquello que ellos hacen es toda la música, y no es así.



