Con la herencia de Matamoros
El bisnieto de Miguel, el gran creador del son cubano, llega al país con su septeto
1 minuto de lectura'
La casa donde murió el célebre compositor cubano Miguel Matamoros el 15 de abril de 1971 todavía sigue en pie, en Santiago de Cuba. Esa casa es un lugar de veneración para los músicos cubanos, que siempre recuerdan el aniversario del músico cantando "Lágrimas negras", una de las composiciones que dieron la vuelta al mundo. En la ventana de ese caserón colonial que tiene un siglo y medio de vida, Matamoros, el inventor del son montuno, dio su primer serenata a la que sería su mujer, aunque ella aclaraba que "Miguel no tenía campamento fijo". Allí nacieron y crecieron sus hijos y nietos, y fue el centro de la bohemia durante varias generaciones.
"Las noches de parranda eran interminables. Eso es lo que me dijeron mis mayores, porque yo tenía 5 años", cuenta Emilio Matamoros (34 años), bisnieto del compositor, que inspirado por esa tradición, el amor a los parches, el ron, la rumba y el son, dejó la sociología y formó su propio grupo, el Septeto Matamoros, con el que tocará hoy y el próximo jueves, a las 23, en La Trastienda.
"Generalmente, se conocen muy pocas cosas de la obra de Miguel, pero tenía una producción increíble. Hasta escribió un par de temas que hablaban de la droga en los años cuarenta, que nosotros cantamos, como "Mari-Juana" y "La cocainómana". Era un adelantado a su época y nosotros difundimos esas obras, las más inéditas", reconoce Emilio Matamoros, que es director del conjunto, con el que piensa dar talleres de percusión y baile en la Argentina.
El repertorio tradicional, compuesto por sones, boleros y guarachas bien bailables, sigue la línea del famoso Trío Matamoros, que llegó a ser récord de ventas en Estados Unidos en los años treinta. Esa es la sencilla, pero jugosa receta que propone este Septeto Matamoros modelo 2000. Junto con otros integrantes de la familia -como su primo, Rubén Matamoros-, el músico se dedicó a estudiar por dos años la obra de su bisabuelo y realizó un riguroso casting entre los mejores valores de Santiago de Cuba. El resultado fue el disco "Nuestra herencia", editado en la Argentina por Acqua Records.
"Estuve probando a los músicos durante varios meses. Lo primero que les preguntaba era si sabían tocar "Son de la loma". A partir de ahí formamos este grupo con gente joven, pero que sabe tocar la raíz de nuestra música. Esta es la primera vez que salimos de Cuba, aunque tenemos tres discos editados allá. Queremos mostrar cuál es el verdadero sabor de la música cubana, porque en el último tiempo apareció un montón de grupos paracaidistas que no conoce la raíz como nosotros. En ese sentido, el boom del Buena Vista Social Club nos ayudó a todos, pero a la vez saturó el mercado de grupos tradicionales que no están a la misma altura musical", argumenta el músico.
Tradición de familia
Emilio Matamoros lleva un apellido ilustre, pero es consciente de la figura de su bisabuelo, que fue el primero en traspasar las fronteras de la isla caribeña con el inconfundible sonido de su guitarra y la cadencia del son; con su legendario trío llegó a tocar en la Argentina en 1937, donde estrenó el tango "El huerfanito". Por eso, cuando Emilio decidió armar esta agrupación, con la que toca actualmente en un bar antiquísimo, en el corazón de la Habana Vieja, volvió a visitar la casa de su bisabuelo Miguel, allí donde empezó todo.
En esa casa del barrio Tivoli, donde vive actualmente su abuela, la hija de Miguel, refrescó los secretos del son original. "Mi abuela fue mi consejera más directa. Yo era muy chico cuando Matamoros todavía tocaba, aunque siempre sonaba música en la casa. Eso todavía lo recuerdo. Pero muchas cosas nos las corrigió ella, porque nosotros somos jóvenes y tenemos otras influencias. Finalmente, le gustó mucho cuando escuchó sonar al grupo en vivo", dice Emilio.
Estuvo horas enteras escuchando a la abuela. Pasaban anécdotas familiares, recuerdos de noches imborrables y las historias de cómo nacieron algunas de las composiciones más recordadas de Matamoros, como "El ciclón", "Son de la loma", "La mujer de Antonio", "El paralítico", "Camarones y mamoncillos", "Veneración" y "El que siembra su maíz". "Esa fue una de sus canciones más populares y hablaba de un personaje de Santiago al que le decían Mayor y al que de golpe no se lo vio más. Unos dicen que porque había hecho algo malo, o por problemas de polleras. Siempre le hacía temas a las cosas cotidianas, a lo que veía en la calle", señala su bisnieto, también compositor.
El Septeto Matamoros es la herencia de toda esa tradición musical que lleva a cuestas y quiere transmitir en todo momento. "Quisimos ser fiel al estilo que él inventó. Porque todo el pueblo se acuerda de sus canciones y de su sonido. El contaba las vivencias del pueblo, en sus letras estaba la cubanía, el humor, lo cotidiano. Por eso, todavía hoy sigue siendo, junto a Benny Moré, uno de los artistas cubanos más queridos y conocidos en el mundo entero."

