
De Nápoles, con refinamiento
El canto confidencial de Roberto Murolo, en los 35 títulos de un notable CD doble
1 minuto de lectura'

La chanson napolitaine
Roberto Murolo
Maruzzella, Luciana, Bumbuniera mia, Campagna d Ro, Anema e core, Autunno, Guapparia, Mandulinata a sera, ´Nnammurata mia, Cuscritto ´nnammurato, Io te vurria vasa, Canzone appasiunata, Chiove, Torna Pulicinella, ´O zampugnaro ´nnammurato, Scalinatella, Mandulinata a Napule, Na voce, na chitarra e o poco ´luna, Senza nisciuno, Tu duorme ammore, Sola. (Iris Music)
En 2002, cuando ya había cumplido los 90 años, el napolitano Roberto Murolo dio a conocer una docena de canciones inéditas en el álbum "Ho sognato di cantare". Decía del título: "Refleja fielmente mis sueños de niño: mi vida ha sido un largo, bellísimo sueño".
Un sueño musical que fue construyendo desde su nacimiento, en el palazzo sobre la colina del Vomero donde desarrolló su arte Ernesto Murolo, su padre, voz descollante en la gran escuela napolitana de poetas junto a Salvatore Di Giacomo ("Marechiare") y Libero Bovio ("Lacreme napulitane"). El mismo lugar donde una multitud de admiradores se reunió para despedirlo cuando el 13 de marzo de 2003 se supo de su muerte. Era el artista que había abierto una refinada vía confidencial para la canción de Nápoles, el que supo devolverle la verdad al liberarla de la retórica y de los excesos melodramáticos con una voz aterciopelada y melodiosa, y un decir discreto y acariciante que tenía en su ligero vibrato el rasgo característico. Y con la voluntad de expresarse sin atarse a la tradición, pero siempre consciente de que "no se puede arribar al futuro si no se conoce el pasado".
Un tramo importante de su larga historia se resume en los dos discos compactos de "La chanson napolitaine", que Harmonia Mundi acaba de dar a conocer. Son treinta y cinco canciones que alcanzan a perfilar un retrato de este refinado intérprete que sabía darle valor a cada palabra y que supo atravesar épocas y estilos sin pasar de moda. Lo admiraron sus colegas -Pino Daniele, Peppino Di Capri, Renzo Arbore, David Byrne, Lucio Dalla-, algunos de los cuales se dieron el gusto de grabar con él, un placer que le fue vedado a Caetano Veloso, que vanamente intentó contar con Murolo para su versión de "Luna rossa". Entre muchos otros registros compartidos, se recuerdan los de "Cu mmé!", con Mia Martini; de "Don Raffaé", con Fabrizio De Andrè; de " Na voce antica", con Toquinho, o de "Anima e core" con la inolvidable Amália Rodrigues.
Buscar la voz propia
Penúltimo de siete hijos, apenas tendría una docena de años cuando sobresaltó a su célebre padre, empecinado defensor de la tradición y autor de clásicos como "Napule ca se ne va", extrayendo de su guitarra unos acordes de sabor inequívocamente jazzístico. A pesar de la opinión paterna, Roberto siguió en busca de su expresión. A los 24 años ya integraba un cuarteto -Mida- que, como el famoso Cetra, seguía el modelo de los Mills Brothers; todo lo hacían con la voz: melodía, armonía, ritmo. A Roberto le hizo falta recorrer mundo y conocer otros modos expresivos -con su grupo anduvo por todas partes entre 1939 y 1946- para descubrir, a su regreso, que lo que tanto buscaba estaba en su tierra, en el riquísimo patrimonio de la canción partenopea. Sólo que él no adoptaría ni el modo mediterráneo-árabe cargado de florituras que les daba éxito a algunos cantantes ni el señorío majestuoso de la canción de autor del siglo XIX que cultivaban los tenores. De a poco fue definiendo un estilo propio, menos estentóreo y más íntimo; buscaba una comunicación más estrecha con el oyente, ponía el acento en las palabras y sabía exaltar el valor poético y musical de cada canción. Un modo refinado que confirió nuevo brillo a muchas gemas de la canción napolitana.
Fue el camino que lo condujo al éxito, a la radio, el disco y el cine y a ganar en 1959 el Festival de Nápoles. Entre ese año y 1963, emprendió una de sus obras más admiradas: la grabación de "Napoletana", suma antológica de doce discos dedicados a la canción partenopea desde el siglo XIII hasta la modernidad.
Las grabaciones contenidas en "La chanson napolitaine" pertenecen a esa época, la de su primera juventud. (Hubo una segunda, desde los 60 años, que le duró treinta y lo llevó a actuar muchas veces al lado de invitados o anfitriones ilustres.) Son auténticas joyas del cancionero napolitano que Murolo interpreta casi siempre acompañado sólo con su guitarra en ese clima íntimo que realza los sutiles matices de su expresión. No faltan en el melodioso repertorio ni las creaciones propias ("Scalinatella", uno de sus primeros hits, por ejemplo), ni algunas obras de su padre (entre ellas, la muy bella "Nun me scetà"), ni los antiguos tesoros como "Scetate" (de 1887) o "Grupparia" (de 1914). Y tampoco faltan los clásicos más populares: "Anima e core", "Chiove", "Maruzzella".
La ejemplar edición incluye un booklet con información útil y valiosa. Es una pena que sólo sea accesible para quienes leen inglés o francés.




