Dúo Coplanacu: el folclore se une con la mística de las "misas ricoteras"
"La gente debe pensar que somos los personajes de Game of Thrones". Julio Paz y Roberto Cantos se ríen. Están parados en una esquina de Palermo y tienen las barbas y los pelos suficientemente largos y enmarañados como dos personajes medievales de la historia creada por el escritor George R. R. Martin, aunque en realidad se parecen más a dos gauchos rebeldes en un set de filmación de Leonardo Favio. Los integrantes y fundadores del Dúo Coplanacu, también, tienen su épica. No pelearon con dragones, aunque vienen de un lugar como Santiago del Estero, forjado por tradiciones y leyendas.
Hace más de tres décadas que "Los Copla" (como le dicen sus seguidores) crearon un camino inusual dentro del ambiente folclórico y sentaron las bases de un nuevo movimiento independiente de la música de raíz.. Con un espíritu autogestivo, que le viene de aquellos ciclos míticos del under cordobés en Tonos y Toneles y la creación de espacios alternativos donde sembraron la mística al igual que Los Redondos en sus inicios, se convirtieron en número central de los principales festivales musicales del país. "Nosotros seguimos haciendo nuestro camino por el costado del establishment, aunque no haya programas de televisión de folklore ni se escuchen zambas y chacareras por la radio. Por ahí, encontrás una radio de pueblo que te pasa una milonguita perdida y otras cinco que pasan reggaetón. No está sonando el folclore como hace quince años".
Roberto Cantos y Julio Paz ya no son esos jóvenes que pegaban sus propios carteles. Se convirtieron en artistas capaces de cantar para un pueblo entero o convocar veinte mil personas en una noche de festival. Pero no transformaron su identidad original ni la base de un repertorio de zambas, chacareras, escondidos y vidalas, que agitan el baile y sostienen la ceremonia de sus encuentros. Lo artesanal forma parte de la mística y el ritual, que celebran en cada concierto y que se alimenta de la comunión con su público. Ese, dicen, es el secreto de su vigencia que los trajo a Buenos Aires para una serie de cinco conciertos íntimos que continúan hoy, mañana y pasado mañana en el Torquato Tasso (Defensa 1575).
"Cuesta transmitir cuando en los festivales tenés a la gente como a cien metros porque hay que trabajar el ida y vuelta. Y de eso se tratan nuestros conciertos, del ida y vuelta que armamos entre todos. En este ciclo en el Tasso queríamos estar bien cerca del público porque eso es lo nuestro. Poder mirar a los ojos al que le estás cantando y que todos compartamos la emoción que despierta una canción", dice Julio Paz, una de las voces y encargado de tocar el bombo.
Coplanacu es un nombre quichua que se resume en copla de ida y vuelta. Sus conciertos tuvieron en los inicios esa suerte de misa "ricotera" dentro del mismo género folclórico y un espíritu de autogestión similar. Ellos también hablan de las tribus que forman parte de la comunidad de Los Copla. "No estamos nosotros solos porque uno sólo no se salva. Esto se arma entre todos, los que bailan, los que cantan, los cómplices que nos contratan, los comunicadores, todos formamos parte de esta mirada sobre la identidad que son Los Copla", desliza Roberto Cantos, la otra voz, guitarrista y compositor del grupo.
Una comunión que hoy dicen generan otros grupos más jóvenes como Vislumbre del Esteko en Santiago del Estero, aunque en el caso de Los Copla, esa ceremonia folclórica que explotó durante más de una década de peñas alternativas en Cosquín viene de sus inicios. "En Tonos y Toneles había una emoción que se palpaba en el ambiente cuando cantábamos una zamba o una vidala y todos nos sentíamos parte de ese mismo viaje. Creo que fue uno de los mejores momentos del grupo", rescata Julio.
El Dúo Coplanacu tuvo muchos recompensas artísticas siguiendo su propio camino. Fueron bendecidos por Mercedes Sosa cuando grabaron la versión de la zamba "Agitando pañuelos" en el disco Paisaje de 1997. La presión de su público y el éxito de su peña en Cosquín los llevó por primera vez a la Plaza Próspero Molina un año después cuando las propuestas independientes no tenían ningún tipo de cabida en ese escenario. "En ese momento estábamos en el under ya no". Fueron invitados a tocar en conciertos de Divididos y Eruca Sativa. Llenaron teatros como el Opera y el Coliseo, hicieron peñas en espacios como el Konex y Niceto Club, aunque uno de sus conciertos más recordados lo realizaron en La Trastienda cuando grabaron uno de los discos que mejor capturó su espíritu en vivo El encuentro del año 2000.
Para el medio musical la fórmula artística del dúo recuperaba no sólo un formato vinculado a experiencias inolvidables como las del Dúo Salteño en los sesenta sino que evocaba la mística del sonido criollo de antaño. "El Dúo Salteño nos voló la cabeza cuando lo escuchamos pero en realidad nosotros nos queríamos parecer al Dúo Santiagueño de Súarez Palomo que era más festivo y tenía una identidad muy santiagueña", reconoce Roberto Cantos.
El sonido criollo del grupo, la química entre las dos voces y un repertorio que atravesaba con sensibilidad diferentes autores y generaciones junto a composiciones de su autoría, crearon la química perfecta. "Hacemos música de Santiago del Estero porque es lo que mejor nos sale y lo que hemos mamado de chicos", sentencia Cantos. En sus diez discos, el grupo demostró un olfato especial para detectar gemas de la música popular. "Tenemos un scaner de la emoción", concede Julio. Es un radar que solía tener la Negra Sosa para elegir su repertorio y convertir zambas y chacareras olvidadas en nuevos himnos folclóricos del presente.
En Coplanacu todo se reduce al simple gesto de evocar la raíz de la música sintetiza Roberto Cantos, autor de himnos como "Peregrinos". "La raíz es lo que siempre está, más allá del olvido de las políticas culturales. Sino tienes una raíz no te la puedes inventar. Y si la tienes tampoco te podés desprender fácimente de ella. Con los años aprendimos que la raíz y la identidad son la piedra fundamental de lo que hacemos. En el valor de la simpleza y la identidad encontramos la verdadera dimensión de lo que representa el folclore".
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